Grupo Tlalnepantla. ¿Fin o renovación?
Existe el grupo Tlalnepantla?, sí. Quién lo formó?, Rubén Mendoza Ayala. Quién lo encabeza actualmente?, sin duda, el diputado Ulises Ramírez Núñez. Ambos personajes iniciaron su carrera en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) de cuyo pragmatismo heredaron sus formas de hacer política. Luego de perder la elección de gobernador, Mendoza Ayala fue desplazado del liderazgo del grupo por su hábil protegido y heredero político Ulises Ramírez. El éxito del primero constituyó el ascenso del segundo y el ascenso del segundo fue la debacle del primero. Fue la expresión concreta del lema “el rey ha muerto, viva el rey”. En pocos años, el protegido se apropio del control del Partido Acción Nacional (PAN) en el estado de México como quiso y no pudo hacerlo su mentor. En esta transición el alumno superó al maestro y por mucho.
En esta lucha, poco pudieron hacer los panistas de tradición y todos fueron desplazados a ocupar cargos por la benevolencia del verdadero líder estatal del PAN, sin que ninguno atentara o pudiera constituir un riesgo a su notable dominio. Este es un caso extraordinario, porque este líder nunca ha estado entre la militancia, no es un neo-panista de la calle y el engrudo. Es un buen cabildero de restaurantes caros, de convencer al de arriba, de saberse meter en los procesos internos del PAN nacional como lo hizo con Espino, Calderón, Madero y ahora Anaya.
Con un instinto y ambición natural se apoderó de las estructuras territoriales formadas bajo el liderazgo de Mendoza Ayala y las supo aprovechar mejor que este. Silencioso, entre trago y trago, comida y comida, viaje y viaje fue quitando a todos los personajes que pudieran hacerle sombra y cediendo diputaciones pluris a grupos como los “Bravo Boys”, candidaturas a presidentes municipales a personajes locales, pero todo sin soltar el control del presupuesto del partido y, sobre todo, sin dejar la interlocución frente al gobierno del estado de México. Sus formas de hacer política dentro del PAN han sido criticadas, pero esas críticas no le restaban efectividad operativa.
Al final, se fortaleció la presencia de un hombre fuerte ante un partido débil, sin rumbo, únicamente útil para la repartición de posiciones de la mano de su controlador. Es probable que, contra su voluntad, viejos y nuevos panistas acudieran a él para ganarse el favor de ser primer regidor o diputado pluri, pero más allá de esa resignación de la militancia local, lo sorprendente es que también acudieron a pedir su apoyo figuras nacionales como Madero y Anaya para ganar la presidencia del partido. El mensaje fue desolador; la presencia de estos líderes nacionales confirmaba el poder del líder y legitimaba sus formas de actuación en la conducción del destino político del partido. Sus adversarios no fueron menores; entre ellos están el presidente Calderón, el senador Ernesto Cordero, el senador Javier Corral Jurado y al propio Gonzálo Alarcón que le compitió el liderazgo panista en el Valle de México.
Con el control del partido, se creó una imagen de negociador, de tolerante y hasta demócrata. Tú vas aquí, tú allá y tú fuera por indisciplinado. Tal pareciera que el PAN aceptó institucionalizar un pragmatismo envidiado hasta por los priistas. Rentabilidad política al límite con cero principios de ética y valores característicos del PAN desde su fundación. ¿Fue diferente antes?, desde luego. Había grupos, como en todas las organizaciones políticas, pero los causes de la competencia se guiaban por las reglas y formas democráticas creadas por el partido.
Si bien la fuerza del PRI únicamente dejaba espacio para acceder al poder público por la vía plurinominal o de representación proporcional, como en el caso de los regidores, los que llegaban eran panistas incuestionables e indiscutibles como Don Víctor Guerrero, Don Astolfo Vicencio, Don Amado Olvera, el Ingeniero Bravo Mena, Agustín Torres, Francisco Gárate, José Luis Durán, Julián Ángulo, Edelmira Gutiérrez, Micaela Aguilar, incluso Gustavo Parra. Todos con la marca PAN por formación y principios. Todos fueron superados por el pragmatismo dominante de los últimos años.
Como en los imperios, como en todas las monarquías, las autocracias o las dictaduras, el panismo del hombre fuerte terminó por constituir su propia oposición y los desplazados están reclamando su derecho a participar en el destino político del PAN. Unos dicen que ha llegado el momento de recuperar al partido, de sacarlo de la tranza y la componenda, del uso desmedido del control político. Otros dicen que ha llegado el momento de desterrar del dominio del partido al grupo Tlalnepantla. Es obvio que la suma de las voces opositoras parece tener la mayoría de votos para vencer al hombre fuerte y a su fiel dirigente estatal en funciones, que hace campaña abierta para reelegirse.
Sin embargo, vale hacer una acotación; el hombre fuerte es una figura política de Tlalnepantla, pero no ejerce el monopolio del panismo municipal. Si tuviera que competir por una candidatura a diputado o presidente municipal puede que no gane la elección interna. Su posición de jefe político ha permitido que sus dos últimos cargos sean por la vía plurinominal y sus allegados también han gozado de ese privilegio.
Es probable que el panismo municipal tenga la convicción que es el momento de desprenderse de esta figura y empezar a construir un destino político diferente. De ahí que no se anticipe el fin del grupo Tlalnepantla sino más bien su reconstrucción. Lleva años el panismo municipal sin dirigente, tiene un delegado que nadie conoce, ni ha visto pararse por el Comité. Es un partido municipal quebrado económica y políticamente. Es un tianguis electoral, pero no una escuela de ciudadanos.
Sería un error pensar que la lucha por la dirigencia es la ocasión para sumar a todas las oposiciones internas contra el grupo, porque precisamente es en Tlalnepantla donde tiene su mayor oposición. Su rechazo es tal que únicamente goza del control de las designaciones de sus incondicionales, que heredan su misma reputación. Desde luego que los favorecidos de su mano protectora, sus “maiceados”, sus incondicionales van a intentar conservar el control del partido; van hacer lo que saben hacer bien: jugar con la nómina, sacar provecho de la dádiva, del ofrecimiento de una posición a cambio de votos, de empeñar el futuro del partido en pluris. Pero esta vez parece que no será fácil que les compren la misma vaca.
Si bien el rechazo no es nuevo, ahora existe una cabeza visible de la resistencia al hombre fuerte y sus seguidores en la figura del presidente municipal electo de Huixquilucan. Según el registro de los acontecimientos políticos del PAN, es el único que lo ha derrotado y puesto en evidencia. A pesar del indiscutible control político ejercido desde el Comité Directivo Estatal, no pudo evitar que este fuera regidor, luego diputado local y ahora presidente municipal. Entre el panismo militante esto ha despertado el interés y la posibilidad de que ahora sí lo pueden vencer.
Parece inevitable que el Comité Ejecutivo Nacional y su dirigente emitan la convocatoria para el cambio de dirigencia estatal y, aunque es una condición de legalidad, será una mera formalidad a una campaña interna que ya tiene sus propios tiempos. Pasadas las elecciones intermedias de junio y la elección interna de agosto pasado por la dirigencia nacional, entre los panistas del estado de México no se habla de otra cosa que no sea ir a elecciones para el cambio del Comité Directivo Estatal. Es una demanda nacida del hartazgo al uso y al abuso del hombre fuerte y sus operadores.
Los grupos en disputa están organizados, unos mejor que otros, pero ambos están dispuesto a ir a la competencia. El temor de varios ligados al actual dirigente no es perder la elección, si no que se hagan públicos sus métodos y formas de conducir al partido en lo que sus opositores llaman el oscurantismo del panismo estatal. Ha sido una época compleja de la que no se sabe el daño ni la forma de superarlo; el PAN se perdió en un remolino de pugnas por el control del dinero público y el poder político. Fueron más hábiles los pragmáticos que los dogmáticos y doctrinarios. La ideología y los principios fueron cambiados por la compra del voto militante y su lealtad a cambio de una prebenda. Por inverosímil que parezca esa moneda también la aceptaron figuras del panismo nacional.
Si el senador Corral hubiera ganado, tal vez la convocatoria hubiera sido expedida por obvia y urgente resolución; no fue así. Ganó Ricardo Anaya quien ha quedado en medio porque recibió los votos de los dos grupos enfrentados. Cada uno reclama su ayuda en reciprocidad al apoyo brindado. Lo cierto es que el panismo local vive un momento único de efervescencia política interna como nunca antes se había visto. Hay rencores y hasta venganzas por las faltas cometidas de unos contra otros; pero también hay militantes que ven la ocasión para reconstruir al partido y refrescar su vocación cívica y humanista que lo define desde su fundación.
El Comité requiere renovarse, igual que el grupo Tlalnepantla.