CIUDAD DE MÉXICO, Méx.- Los cascos, anaranjados, amarillos, blancos o plateados, son ya parte del paisaje cotidiano de la capital mexicana, pues los portan miles de personas que tomaron las calles en busca de colaborar con los trabajos de remoción de escombros o con la colecta de víveres para los afectados.
En la colonia Condesa de la delegación Cuauhtémoc, las escena se repite calle tras calles, seguramente desde el cielo la imagen recordaría a una de esas fotografías de los años 30 en Nueva York, con cientos de hombres de sombrero, con la excepción que no son negros, sino amarillos, blancos o plateados y se mueven con palas o despensas.
En las inmediaciones de Álvaro Obregón 286 el olor a polvo y escombros flota en el aire, ahí no han parado de llegar voluntarios, mientras el grupo de israelíes, miembros del Ejército y brigadistas, tratan de sacar a los oficinistas atrapados en el edificio. Rodrigo pregunta a un oficial ¿dónde me formó para ayudar?”.
El policía lo mira y señala una enorme fila que da vuelta por el camellón en delta que divide el cruce de Oaxaca, Sonora y Nuevo León, “fórmese ahí joven, todos ellos están esperando”, entonces el muchacho se encamina al lugar a esperar colaborar en algo.
Mientras que en la valla que impide el paso a los civiles, una mujer que coordina el trabajo, no disimula en los ojos la angustia. El ruido de los equipos que no han parado de trabajar por horas se mezcla con su voz cuando grita “un rotomartillo¡ ¿quién va por un rotomartillo a la Glorieta de Insurgentes?”.
Pero recibe un silencio como respuesta e insiste: “¡carajo¡ ¿quien va por un rotomartillo? ¿quieren ayudar, no?”, pregunta sin disimular el enojo, y por fin una voz contesta: “¿a quién se lo pedimos, de quién decimos que vamos?”, es una muchacha morena y sin casco, ni equipo, pero con ganas.
“Dile que vas de parte de Karla, pídeselo a los obreros que están trabajando en la Glorieta, ayer en la noche vinieron a decirnos que si los necesitábamos fuéramos por ellos, si los necesitábamos”, entonces, la joven se da la vuelta y se va corriendo por él, sin decir más, esquivando a gente con casco expectante.
Alrededor, la colonia Condesa es otra, no solo el Plaza Condesa ha cerrado el telón, también los restaurantes, cafés y bares que normalmente convergen tertulias o tragos han cerrado o cambiaron su menú. Unos ofrecen cargar los celulares a los voluntarios, otros tienen a sus afueras mesitas con botellas, fruta o comida.
También el Pata Negra cerró sus puertas, la sala de conciertos que alguna vez albergó al Cine Condesa ha enmudecido, mientras que a sus alrededores se amontonan las palas, botellas de agua, y latas de alimentos que se destinarán a otros estados, cómo Morelos.
Mientras que en el bar Niuyorquina, la barra ha dejado de despachar cervezas o tragos, sus meseros y cocineros preparan al ritmo de reggae, emparedados que saldrán a repartir también entren la gente de la zona, los brigadistas, policías o personal del Ejército.
Y es que, en la Condesa abundan los voluntarios, arman largas filas que parecen inamovibles, en el centro de acopio de Citlatépetl 25 por ejemplo, han pegado cartelones con la leyenda: “No necesitamos más voluntarios, gracias”, “Estamos completos de voluntarios, gracias”.
Las calles se han llenado de jóvenes con cascos, chalecos y botas, algunos se ven desilusionados al no poder ayudar, “dicen que en Amsterdam necesitan gente, vamos¡”, comentan entre ellos, mientras otros han removidos escombros por jornadas de una o dos horas en la zona.
En el Parque México pasa lo mismo, largas filas, unas acarrean los víveres que llegan, otras los seleccionan y unas más las llevan a los autos que se han ofrecido a entregar los alimentos en otros estados, en sus cristales se lee: “Fuerza México”, “Estamos con ustedes”, el ímpetu no para.
Sin embargo, no todos ayudan, pues para algunos ayudar se ha vuelto “sexy” y “cool”. Se observan por ejemplo jóvenes que se pasean por las calles con picos y palas, pero sus ropas lucen impecables, ni una gota de polvo en sus zapatos o pantalón, toman cerveza en una banca y fuman hasta que una señora que pasa los reprende: “hay fugas de gas, no fumen”.
Y es que mientras los cuerpos de rescate trabajan en los edificios y las sirenas trinan por las calles, ellos se acercan, hacen montón, estorban a quienes van de un lado a otro con herramientas o víveres, y se toman selfies que después presumirán en redes sociales. “Pareciera que los cascos se pusieran de moda”.