“A aquel anti-hidalgo macuspano de lengua astillosa, discurso antiguo, rústico y hablador pausado, le ocurrió lo nunca visto. Se enfrascó tanto en la lectura de libros, sobre la historia oficial de México, que se pasaba las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio.”
Así es como describiría Miguel de Cervantes la manera en que Andrés Manuel perdió la cordura. Ese párrafo, podría dejar en el imaginario popular la idea de que el macuspano ya enloqueció, por la cantidad de libros de historia oficialista de México que tanto devoró. Esa historia patriotera y postrevolucionaria que tanto nos restregó la SEP, en sus libros de texto gratuitos.
De todos es conocido que el Presidente ha sido un apasionado de la historia oficial de México, esa versión impuesta por los gobiernos postrevolucionarios priistas; no es tanto la cantidad de libros que ha leído sobre esta temática, es más su obsesionado interés de identificarse y encontrar su lugar, dentro de los capítulos de la historia nacional. Esa obsesiva pasión que nos hace considerar que Andrés Manuel ha perdido el juicio o, por lo menos, la noción de la realidad, al no reconocer que ha quedado atrás ese México del siglo XX.
Si bien, el titular del gobierno de 4ta. no alucina viendo gigantes donde hay molinos de viento, como el viejo hidalgo de la Mancha, si confunde los tiempos en que le ha correspondido ser Presidente de México. Se percibe como un personaje híbrido, una parte de Cuauhtémoc, otra poca de Hidalgo, otra parte de Juárez, otra de Plutarco Elías Calles y, un mucho, del Tata Cárdenas.
En muchas ocasiones sufre de delirios de grandeza, cuando se ostenta como dueño de la verdad absoluta e impone a capricho su santa voluntad, claro, bajo las cortinas de humo de las consultas a modo; o cuando nombra a vicegobernadores en cada estado de la república, tal como el Quijote nombró a Sancho gobernador de la ínsula Barataria.
Es así, como AMLO recurre a los simbolismos de los viejos libros de texto de la SEP, sobre la historia de México, aquellos que representan una versión en blanco y negro, de personajes buenos y malos: conquistadores y conquistados, realistas e independentistas, conservadores y liberales, porfiristas y revolucionarios, entreguistas y nacionalistas, neoliberales y progresistas.
No es casual que López Obrador se ostente como el insurgente de una nueva transformación del país; que presuma una aparente austeridad y se monte en su “carruaje” para recorrer todo el país, al estilo de Juárez; que pretenda convocar a un nuevo constituyente e imponer una nueva carta magna “moral”; o que se envuelva en la bandera del nacionalismo patriotero y arengue al pueblo bueno ha recuperar la soberanía sobre el petróleo, apostando que el desarrollo del país se basa en la explotación de los hidrocarburos, como en tiempos de tata Cárdenas.
De ahí la explicación del estilo arcaico y personalista de gobernar, de AMLO, con ingredientes de centralismo autoritario, de culto a la figura presidencial, de discursos patrioteros y maniqueístas, de echar por delante al pueblo para presionar a las instituciones incómodas y de un conveniente amor a los pobres, un amor obsesivo que busca perpetuarlos y multiplicarlos.
Andrés Manuel ha soñado, anhelado y obsesionado en tener su lugar en la historia del México del siglo XIX y XX, aspira en ocupar un lugar a lado de Hidalgo, Juárez o Cárdenas; delira con ver en peligro constante a México, para ser conquistado, intervenido, feudalizado o privatizado, situándose él como el salvador, el padre de la patria, el benemérito de Macuspana o el Tata López.
López Obrador, busca un lugar en los libros de texto de historia, pero ante la imposibilidad de poder viajar al pasado, ha optado por traernos al presente el viejo modelo de gobernar del PRI de los 70’s, en el México de 2019.