Según la Biblia, Eva fue la culpable que el género humano perdiera el Paraíso al comer la fruta prohibida; así, en todas las épocas se ha condenado a las mujeres por el pecado que cometiera Eva. ¿Cuándo acabará de pagar su culpa?
La misoginia, manifestada por diversos escritores de los libros sagrados, es una constante que parece no tener fin. Y en realidad no lo tiene: las mujeres son las causantes de todo mal. Para unos, las mujeres son unas desvergonzadas y, para otros, asombradas y temerosas de la ira de Dios, aunque para ambos, la mujer tiene tantas culpas y hay que castigarlas.
Las mujeres nacidas en Oriente y concretamente en China, no fueron eximidas del injusto pago. Ninguna otra cultura fue tan cruel como la que floreció en la enorme extensión de tierra que ocupo el imperio. El hombre tenía derecho de vida y muerte sobre la mujer, su nacimiento jamás era celebrado y en las familias pobres, generalmente las más prolíficas, la llegada de una niña era un problema: las ahogaban en un cubo de agua. En el mejor de los casos, las vendían a precios miserables, si encontraban comprador.
Las mujeres estaban dedicadas a las labores del hogar, naturalmente no llevaban aparejadas, aunque trabajaran en los campos, ninguna clase de compensación económica. Todo lo contrario, casarlas era un problema, la joven desposada tenía que ir a vivir a la casa de sus suegros, para seguir ayudando en las faenas domésticas de su nuevo hogar.
El matrimonio era una mera transacción, la opinión de la futura desposada no contaba para nada, no conocía al hombre que la iba a desposar y serviría toda la vida. Para tal efecto era necesario que la joven supiera cocinar, limpiar y aderezar la casa; también debía tocar algún instrumento musical y tener buena voz para solazar al esposo.
Pero algo sumamente importante era el tamaño de sus pies para hacerla deseable. Según los especialistas chinos en materia de belleza, estos eran su principal atractivo. Si sus pies crecían en forma natural jamás encontrarían dueño o en el mejor de los casos consorte. La imagen tambaleante de una mujer sobre sus pies vendados, ejercía sobre los hombres un efecto erótico, debido en parte a que su vulnerabilidad producía un “deseo de protección” en el observador. La práctica del vendaje empezó a desaparecer por la segunda década del siglo XX, entonces las mujeres pudieron librarse de tan espantoso tormento.
En la Edad Media a pesar de la forzada religiosidad de la época, la magia estaba presente como un hecho recurrente. La astronomía era la ciencia más sublime y la astrología, después de Dios, la determinante de todas las cosas. Sin embargo, fue a las mujeres a quienes siempre se culpó de las maldiciones, pestes y males de ojo; convirtiéndolas, en todo momento en las hechiceras, brujas y malvadas de la realidad y la ficción, siendo perseguidas de vez en vez y sometiéndolas a castigos, tormentos y hasta la muerte ante cualquier acontecimiento nefasto en los poblados, señalándolas con el peligroso adjetivo de brujas.
Sin embargo, y para consuelo del dolor femenino, no podemos pasar por alto la importancia política que tuvo la mujer en alguna época en Egipto. La más conocida de todas fue Cleopatra que era, además de bella, inteligente e informada. Cuando conoció a Julio César, concibió el más extraordinario destino: deseaba que su unión amorosa se complementara con la de sus propios intereses políticos; tan altos que ni el propio Julio Cesar pudo concebir.
Cleopatra pensaba mucho más profundamente y con una dimensión infinitamente superior a la del propio Julio César. En la actualidad hay un grupo de mujeres egipcias que luchan porque se les permita cultivarse, trabajar y tener el derecho a decidir el tipo de vida que desean. Lamentablemente, aun hoy, derechos elementales como la publicación de cualquier obra científica que analice y estudie el cuerpo de la mujer está prohibido. La mujer, según este criterio, no merece el conocimiento especializado que cualquier ser humano requiere. Ella sirve únicamente para la función que la naturaleza le dio: la procreación.
A pesar de la llamada “globalización” el mundo sigue siendo ancho y ajeno para las mujeres. Hay lugares donde no se conoce el menor adelanto social ni tecnológico y en consecuencia, siguen privando las costumbres ancestrales, obviamente, sin cambio alguno para la integración femenina. El voto no ha servido para librarse de la brutalidad masculina y en el mejor de los casos, de la indiferencia. Como ejemplo de la bajeza cultural e impositiva está la alternativa de las diputadas “juanitas”; mujeres que los partidos políticos pusieron para cumplir la cuota de género y dar la fachada de igualitarios; para después de ganadas las elecciones, las hicieron renunciar para que los suplentes hombres tomaran posesión como flamantes diputados. Así de cínicos y de sinvergüenzas en plena era la de transición democrática de nuestro país.
En México existe una inmensa cantidad de mujeres pertenecientes a etnias indígenas, que nunca han disfrutado de la menor libertad, atadas a convenciones ancestrales que tienen que obedecer, sin la menor posibilidad de infringirlas, bajo pena de ser castigadas con severo rigor. Es claro que cada una de las 62 etnias mexicanas existentes, con lenguaje, tradiciones, vestuario, costumbres y cultura propia, tienen su concepción específica respecto al tratamiento dado a las mujeres. Pero en todas ellas, el sexo femenino, en general, está subvalorado.
En resumen, la vida de la mujer poco ha cambiado, la esfera del sexo femenino es educar desde pequeña para atender al hombre, para lo cual tiene que ser hacendosa, saber cocinar, coser, bordar y cuidar a los niños. Es necesario procurar un cambio en la educación y tratamiento igualitario para hombres y mujeres desde la infancia, estimular las cualidades de cada individuo sin la discriminación del sexo. Tal vez ya no sea un problema únicamente de nuevas leyes sino de una nueva cultura, que ponga en la balanza de la equidad y la igualdad entre la mujer y el hombre.