Entiendo la indignación, la frustración, el enojo y el dolor que provoca la soledad que viven los migrantes que salen de sus países en busca de llegar a los Estados Unidos. Sufren de todo, lo más lamentable es la afectación a su dignidad como persona, como ser humano. Es degradante la cantidad de abusos y humillaciones que padecen desde que salen de su tierra y se internan en la ruta que, piensan, los llevará al lugar de las oportunidades. Un sitio donde esperan tener dos cosas que parecen sencillas, pero que a lo largo de la existencia de América Latina ha sido imposible: tener un lugar para trabajar y vivir en paz.
Lo peor de todo es que la modalidad y lo reiterado de los abusos en su contra ha minimizado el impacto de su sufrimiento en el amplio colectivo social. Lo duro de su realidad, de la suerte del migrante en el mundo, es la consolidación de la indiferencia. Nada parece conmover a la mayoría para cambiar y asumir una actitud diferente ante el desgarramiento de la moral humana. Sin duda, esta es la segunda parte del libro que ya no podrá escribir Eduardo Galeano, el uruguayo que aportó al debate: Las venas abiertas de América Latina, donde narró la profunda desigualdad que viven los pueblos de América Latina, desde que fueron conquistados hasta la consolidación de las potencias económicas que la han usado como fuente generadora de riqueza a cambio de sumirla en la pobreza.
Galeano murió el 13 de abril de 2015, de manera ruda, pero inevitablemente real, sostuvo que América Latina se especializó en perder, la región sigue trabajando de sirvienta, continúa existiendo al servicio de las necesidades ajenas, como fuente de y reserva de petróleo y el hierro, el cobre y la carne, las frutas y el café, las materias primas y los alimentos con destino a los países ricos que ganan, consumiéndolos, mucho más de lo que América Latina gana produciéndolos. Esa condición de dependencia histórica, soportada por las clases aristocráticas de los países con dictaduras, gobiernos militares o escasamente democráticos ha agravado la pobreza, la marginación y la migración, entendida como una manera de huir.
Salir de su tierra es una alternativa incierta, pero cabe la posibilidad de conseguir algo distinto. Pero justo, al lugar que quieren llegar, es el causante de su dolor, de su sufrimiento y del desgarrador momento de separarse de la familia para ir en busca del alimento, del trabajo y de ingresos que ayuden a sobrevivir. Cuando llegaron los europeos y crearon los virreinatos de la corona de Castilla y Aragón, se llevaron el oro y la plata con la que toda Europa financió su desarrollo. Acá se quedaron los dueños de la tierra, del oro y la plata, más pobres.
Luego fue la caña de azúcar, y lo mismo, se crearon países con monocultivos anclados a la terca pobreza. Y llegó el petróleo con la realidad que todos conocemos. Recientemente, subió a la escena el litio y no hay señales que anuncien que van a ganar los países dueños de América Latina. Hemos llegado al momento más infeliz de la humanidad donde las potencias, incapaces de multiplicar los panes, hacen lo posible por suprimir a los comensales.
Los problemas históricos de nuestros países seguirán siendo un reto pendiente, pero podemos comprometernos para recuperar el respeto por la condición humana de los migrantes, es una obligación moral, ética y legal de los gobiernos de América; no pueden seguir volteando al otro lado, sobre todo cuando se dicen respetuosos de los derechos humanos.