POR NORBERTO HERNÁNDEZ BAUTISTA
Al más puro estilo de la 4T, los republicanos ganaron todo. Están de plácemes sus seguidores, legisladores, gobernadores y empresarios que apoyan al Partido Republicano. Donald Trump será presidente de los Estados Unidos (E.U.) a partir de enero del próximo año. Desde la noche que se anunció su triunfo, el escenario internacional cambió. De inmediato, el contexto de la guerra en Israel y en Ucrania.
En México, los malquerientes de la presidenta de la república, Claudia Sheinbaum Pardo auguraron malas noticias para el país. A nadie sorprenden las reacciones de la derecha opositora, son tan predecibles que poco preocupan. Nunca han sido diferentes; siempre han actuado en contra del interés superior de la nación. ¡Qué bueno que ganó Trump para que estos chairos no se sientan la divina garza! ¡Ahora sí le llegó su hora a esa presidenta morenista, clon del peje, con ayuda de los E.U. la vamos a tumbar!
Con Trump ha vuelto el supremacismo blanco y, desde luego, esa tendencia afecta la política migratoria de los países centroamericanos, pero es mayor el reto para México que recibe a miles y miles de migrantes de esa región, de manera permanente. Cruzan el territorio nacional, luego de salir huyendo de sus países por situaciones de inseguridad, violencia, pobreza, falta de oportunidades de empleo, salud, educación y por inestabilidad política. Todo eso ocurre ante la indiferencia de sus dirigentes. Por más reuniones multilaterales entre gobiernos centroamericanos, y algunos sudamericanos, para evitar la migración no sucede nada o muy poco.
México tiene una política de protección a los migrantes y eso ha prevalecido por su política diplomática a lo largo de su historia y lejos de abandonar esa tendencia y vocación jurídica, la ha ratificado con el máximo respeto a los derechos humanos de la población migrante. Dadas las condiciones de inseguridad que vive México, por la presencia de las organizaciones del crimen organizado, en varias ocasiones se han cometido abusos en contra de las personas provenientes de Centroamérica. México ha reconocido esos abusos, ha brindado apoyo a las familias afectadas y detenido a los culpables.
Sin embargo, la disposición y el trato humanitario a la población migrante por parte de México puede ser un frente de debilidad y un punto de fortaleza en la agenda del nuevo gobierno norteamericano; esto colocaría al país en una posición de la mayor complejidad en las negociaciones bilaterales en materia económica, política, de seguridad y migratoria. El riesgo que esto ocurra se incrementa cuando el nuevo presidente ganó ofreciendo a sus electores militarizar la frontera con México, cobrar más aranceles, reanudar la construcción del muro fronterizo y, sobre todo, tratar de obligar al gobierno mexicano de actuar como país seguro, donde se queden los migrantes en suelo mexicano mientras son o no aceptados para ingresar a los Estados Unidos.
No debemos colocarnos en el supuesto que “lo puede hacer”; tenemos que partir del hecho que lo hará. Con la mayoría que tiene su partido, el presidente Trump puede aprobar sus iniciativas en contra de México. Más cuando el activismo de la derecha se volcará pidiendo la intervención de los E.U. para parar al gobierno del segundo piso de la 4T. No es una improvisación del líder del PAN, Marko Cortés, llamar a la intervención militar en contra del país al pedir que los actos de los grupos del crimen organizado se califiquen como terroristas. Él sabe lo que dice, aunque poco lo entienda.
Solo deben recordar los que piden a gritos la intervención de Trump en México que, si allá él tiene mayoría, acá también la tiene la presidenta Sheinbaum.