La oposición existe, la que dejó de existir es la que tuvo en sus manos el poder en México durante casi cien años. Esa oposición es la que desgastó tanto a la población que llegó el momento que creo su propia oposición y fue tan sólida que los venció con sus propias reglas, mecanismos de control, leyes electorales, medios de comunicación y el sistema de impartición de justicia. El pueblo llegó al hartazgo, siempre era el que perdía, mientras ellos siempre ganaban. El régimen creó una élite, se apropió de todo y encontró en la dádiva un mecanismo privilegiado para mantenerse en el poder. Sonreían, gozaban y se alternaban el usufructo de la riqueza nacional. Al pueblo “pan y circo”, decían.
Esa minoría perdió la sensibilidad, generalizó la corrupción a niveles extraordinarios, condenó a millones a la pobreza y la marginación polarizando la composición social del país. Ese frente de lucha popular —molesto por los abusos de la élite política y económica—encontró en Andrés Manuel López Obrador al líder que los encabezó. Ya no marcharon solos, tenían un guía que los convocaba y movilizaba para protestar, ir a mítines para defender su derecho a ser parte del país del que los habían excluido. El movimiento surgido de esa unión ganó todo, la presidencia del país, la mayoría en el Poder Legislativo, los gobiernos estatales y municipales. Para cerrar el ataúd del viejo régimen faltaba reformar al Poder Judicial y también lo logró. Solo era un asunto de agenda y de tiempo para celebrar las elecciones de donde ha surgido un nuevo Poder Judicial.
Pero ahí no paran las malas noticias para la oposición que busca, por todos los medios, regresar a los usos y costumbres del viejo régimen. Viene la reforma política de donde saldrán las nuevas reglas de la competencia para acceder a los cargos del poder público y, según parece, no incluirá los privilegios de los que ahora gozan. En este momento, tienen acceso a los tiempos del Estado en la radio y la televisión pública como privada, a recibir millones del presupuesto público para sus actividades partidistas (en realidad es la caja chica de los dirigentes) y tienen derecho al reparto de legisladores, síndicos y regidores de representación proporcional. Normalmente estos cargos son ocupados por las cúpulas, que se han apropiado de los comités nacionales y estatales de los partidos.
Por décadas, la vía plurinominal abrigó la lógica de dar acceso a la oposición sin poner en riesgo la pertenencia del poder político y económico de la élite gobernante. Todos esos beneficios o prerrogativas seguramente no van a sobrevivir en la aprobación del nuevo marco normativo de los procesos electorales en México. No tendrán tanto dinero en su poder, las reglas de lo plurinominal van a cambiar afectando a las élites partidistas y los tiempos del Estado pueden permanecer con criterios diferentes.
Nada impide que la reforma política sea aprobada en los términos y cálculo político de quienes vencieron al binomio político empresarial que controlaban al país. Morena y sus aliados tienen los alcances para aprobar la iniciativa que envíe el Ejecutivo Federal. De igual manera, tienen la mayoría en las cámaras locales de las entidades federativas. Eso va a modificar las bases profundas que dieron larga vida al viejo régimen, será el tiro de gracia a los sobrevivientes de usos, prácticas y costumbres del pasado inmediato. La reforma política tendrá la trascendencia de cerrar el círculo del cambio de régimen.
No hay vuelta atrás, la relevante de la transformación del país es que surgió de un movimiento social, pacífico y democrático.







