El modelo está agotado, funcionó estupendo, fue una innovación realmente exitosa que impulsó electoralmente a un candidato a gobernador y luego lo llevó a la presidencia de la República. Sin embargo, gobernar es diferente y ese modelo ha dado muestras que ha sido superado. No hay un antecedente en la historia política y electoral del país equiparable al manejo contundente que tuvo el entonces joven candidato Enrique Peña Nieto. Todos —analista o publicistas, encuestadores o políticos empíricos, escritores o periodistas, admiradores o detractores— presentían que Peña sería gobernador y luego candidato a presidente de México.
Un joven desconocido sale del anonimato político y se convierte en todo un fenómeno electoral. Gana a pesar de las fuertes críticas a su persona y al grupo político que lo impulsó. No hubo señalamiento que debilitara sus aspiraciones políticas. La estrategia fue impecable. Ganaron lo que se propusieron; primero vencieron a Rubén Mendoza Ayala, el mejor o de los mejores presidentes municipales que ha tenido Tlalnepantla de Baz y el candidato más fuerte registrado por el PAN a la gubernatura del estado de México; el candidato Peña superó la ventaja de su oponente en menos de un mes y lo que parecía una elección cerrada terminó con una diferencia difícil de alcanzar y de explicar. Ni que decir de la candidata de la izquierda: quedó lejos, muy lejos del candidato “Pedro Infante”.
Luego vino la gubernatura y la silla estatal lo colocó en la ruta hacia la candidatura a la presidencia de la República en el momento más difícil y de desgaste del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Ya no había jefe del Ejecutivo que pusiera orden y tirara la línea política del país y del partido dominante. En su lugar, el carismático gobernador asumió, y tal vez sin proponérselo, el liderazgo político del círculo nacional del PRI. Es probable que la fuerte imagen de un gobernante joven eficiente y guapo haya sido suficiente para que todos los aspirantes a gobernadores, antes de iniciar sus campañas, fueran a tomar café con Enrique Peña y sus dos hombres de mayor confianza y cercanía, Luis Videgaray y Luis Miranda. Y ahí empezó el tejido político, pero sin salirse del modelo de estrategia electoral trazada desde la candidatura a gobernador: Centrarse en la figura y personalidad de Peña Nieto.
Esto no surgió espontáneamente, al menos hubo dos momentos fundamentales: el primero conducido por el entonces gobernador Arturo Montiel y el segundo por la empresa Televisa. Montiel tuvo el “ojo clínico” de ver en un grupo de jóvenes la posibilidad de renovar a una clase política efectiva, pero madura, de la que se dice de “salida”. Cambió la costumbre —o acuerdo— de colocar funcionarios como pago de cuotas a la clase política local y en su lugar ubicó a un grupo colaboradores que en el medio periodístico se conoció como “los Golden Boys”. De ellos, se decidió por el más talentoso, trabajador y disciplinado: Enrique Peña Nieto. Todos ellos, tenían defectos marcadamente señalados por sus adversarios, pero todos firmes y leales a su mentor Montiel Rojas. Contra viento y marea, rupturas y fuertes críticas el gobernador se inclinó por Peña.
El segundo momento, lo juega decisivamente la empresa televisa y el grupo del empresario Emilio Azcárraga Jean que tuvo el acierto de abrir o fortalecer su cercanía publicitaria con el sector de los políticos y de la política. Impulsaron un nuevo nicho de oportunidad y crearon o se especializaron en el manejo de campañas políticas. Y ahí se encontraron a Enrique Peña. El reto era simple ¿Cómo hacer ganar al joven candidato de un partido ligado al autoritarismo, cuyo padrino político era señalado de enriquecimiento por corrupción? Y la clave fue hacer y centrar la campaña en la figura del candidato. Así lo hicieron. La virtud de Peña fue que escuchó y se dejo guiar hasta llegar a la gubernatura. Totalmente diferente a su adversario del PAN que se negó a escuchar, a denostar a su contrincante y que al final ni el presidente Fox lo apoyó.
Nunca hubo un candidato con una imagen mejor cuidada como la de él, cuya personalidad estuviera por encima de su desgastado partido y más allá de las críticas al gobernador que lo impulsó. En la campaña hubo de todo, horas para llegar al templete y porras realmente sorprendentes: “Enrique Peña no importa que tengas dueña” hasta las que gritaban “Enrique bombón te quiero en mi colchón”. Esa misma imagen, con algunos elementos adicionales como “te lo firmo y te lo cumplo” lo llevaron a vencer a dos de los candidatos más fuertes de la oposición, como Josefina Vázquez Mota y Andrés Manuel López Obrador que, paradójicamente, frente a la juventud de su adversario, parecían representes del viejo modelo político dominado por el PRI.
En todo momento, la oposición centró sus baterías en los gastos de campaña; mientras Peña y su estrategia de campaña los arroyaba. Fue una aplanadora que hizo ganar y de paso legitimar a su candidato. Y así llegaron al “mexican moment”, o “Mexico´s moment”. Pero también ahí se quebró la estrategia de la campaña, el marketing llegó a su fin, simplemente porque la coyuntura del medio no puede con la carga estructural de los problemas del país.
Además, las decisiones no fueron las más adecuadas. El “Pacto por México” sin duda ha sido efectivo, pero ha debilitado a los demás órganos de gobierno o los ha subordinado a él. La mesa de negociación se convirtió en un reflector principalísimo de la política nacional. De ser adversarios políticos se paso al esquema de ser socios de los éxitos logrados. Al final, los comensales en el “Pacto por México” definieron lo que se debió aprobar en las cámaras. Mientras duró el foro, los medios tuvieron un elemento de comunicación que se trasmitió a cada rincón del país como muestra y testimonio que México está o estaba cambiando. La opinión internacional la compró, pero no se la tragó completamente. Menos cuando la estrategia de comunicación seguía el guión de una estrategia de campaña electoral coordinada desde la televisora o televisoras que llevaron la campaña presidencial.
En el fondo, el error está en confiar la imagen, manejo y comunicación de los logros del gobierno en una estrategia que puede ser eficiente en la coyuntura, pero limitada en el contexto de la política global. Y la explicación es simple, todo ese poder, capacidad de penetración y control que tienen las televisoras no impacta fronteras afuera, donde el gobierno del Presidente Peña Nieto ha buscado insertarse y, precisamente, en este contexto de política global las cosas están sujetas a la crítica permanente de medios que no están al alcance de los acuerdos que se tienen con la prensa local, por muy nacional que sea. Bastaron dos publicaciones internacionales para derrumbar el manejo de comunicación política por coyuntura y poner en serios aprietos la credibilidad de las autoridades federales.
La reforma energética salió del foco internacional y fue sustituida por los asesinatos del caso Tlatlaya. Todavía no se salía de ese delicado tema y surgió el asesinato y desaparición forzada de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa, en Iguala, Guerrero. Y más allá del dolor humano que causa la pérdida de estos jóvenes, primero se manda la señal que el gobierno está infiltrado por el crimen organizado, que no respeta los derechos humanos, que el Estado de Derecho es una ficción y que estamos frente al regreso del México autoritario.
Es el momento de cambiar de estrategia de gobierno. Dejar de hacer esa política corporativa que ha traído un mayor daño que fortaleza al presidente Peña. No se puede arrodillar tanto a la oposición, porque entonces se cancelan las posibilidades de que sean canalizadores de las demandas sociales. El “Pacto por México” tuvo su momento, pero las consecuencias se están presentando: todos actúan como gobernadores del PRI que esperan línea de los cercanos al presidente para actuar.
Es decir, el presidente ya no es responsable de su propio partido si no que ahora todos buscan la línea y el cobijo de su autoridad. Cuando el presidente era Calderón todo esto sonaba a estrategia del PRI para debilitarlo, pero ahora suena a otra cosa, a una acción deliberada de los gobernadores y de los líderes de los partidos de oposición. Que lo resuelva Peña, Chon o Videgaray: lo que nos digan hacemos y si no nos dicen nada, pues nada hacemos; total ya votamos las energéticas. Si quieren detener a los criminales que vengan y se los lleven; si quieren que se acabe la pobreza que manden a Rosario y a Nemer para que los atiendan, si quieren que las desgracias de los fenómenos meteorológicos se arreglen que vengan y le metan lana y eso es todo. Total no nos pueden hacer nada porque van a querer nuestro apoyo en las elecciones del año próximo.
Es el momento de “no more marketing”, y hacer política con visión de Estado, ni Fox ni Calderón lo hicieron, el presidente Peña tiene la ocasión de actuar para lograrlo.