Se dice que Pirro, al contemplar el resultado de la batalla de Heraclea, dijo: “otra victoria como ésta y volveré solo a casa”. De ahí nace el concepto de las victorias Pírricas, definiéndose como aquellas que se consiguen con muchas pérdidas para el bando vencedor, táctica o aparentemente, de modo que aun tal victoria puede terminar siendo desfavorable. Lo maravilloso es que al menos se puede presumir como un triunfo, a costa de casi todo, pero al final, un triunfo.
México vive un momento en el que se están sacrificando muchas cosas, comenzando por vidas, seguido por estabilidad y seguridad del país; se vive un ambiente generalizado de pánico, desánimo y depresión, además de que se tiene una imagen negativa del mundo globalizado, de los negocios y las finanzas. ¿Será acaso que alguien pueda decir algún día: “ganamos”, aun a costa de sacrificios extraordinarios?
La lucha empedernida va mas allá de un tema económico, incluso, más allá de un tema de poder. Se ha convertido en un extravío de rumbo. En realidad no se puede culpar a un individuo, quizá ni siquiera a muchos, y menos a una organización; la esencia del problema viene del proceso evolutivo de la sociedad mexicana, que no es ni española ni india ni americana, sino una mezcla étnica y cultural que nos lleva a cuestionamientos de la edad adolescente: “¿quién soy?, ¿qué quiero?, y ¿a dónde voy?”.
¿Sabrán acaso los malos, lo malos que son?, ¿será acaso maldad?, ¿habrá una historia que se autocuentan para justificar las atrocidades que cometen en nombre de sus grupos delictivos? El caos es tal, que una derrota no es alternativa, ni el repliegue de fuerzas, pareciera que el destino inminente es, de cualquier manera posible, vencer.
La humanidad, qué digo humanidad, el universo entero proviene del caos. Ya sea a corto, mediano, largo o muy largo plazo. Algo bueno ha de venir de la destrucción absoluta. Lo rudo es aguantar el proceso.
El rezago que provoca el aislamiento puede ser catastrófico, habrá entonces que encontrar nichos de oportunidad para mantener el ciclo evolutivo en marcha y no quedarnos como los dinosaurios, o peor aún, los trilobites.
Dicen por ahí que no hay mal que dure cien años, ni cuerpo ni pueblo que lo resista, lo que se ha comprobado una y otra vez, tanto en México como en otros países. Lo complejo en esta ocasión es que no hay un opresor claro ante quién revelarse, no queda muy definido si el mal radica en un gobierno incapaz de procurar justicia y brindar seguridad a sus pobladores o una mancha disuelta de maleantes que demuestran repetidamente sus afrentas y retos hacia el primero, manifiestados con impunidad, sacrificando en su tránsito a la población civil.
¿Cuántas vidas más?, ¿qué costo deberemos pagar los mexicanos para alcanzar la victoria, aunque sea Pírrica?, ¿seremos testigos de la historia? Una de dos: o nunca veremos una clara victoria o en los libros se escribirá un nuevo adjetivo para ella, inspirado en México y sus batallas.
*Enrique Espinosa, empresario mexiquense