Primera Parte
A pesar de su relativa lejanía, a la elección presidencial del 2012, a lo largo de este ya avanzado sexenio ha prevalecido tenaz, desafiante, en ocasiones desfalleciente y a veces pujante, la candidatura de López Obrador. Para mantenerse vigente, vivo en la lucha política, construyó su “candidatura permanente”, su “presidencia legítima”, su “gabinete sombra” el “mito del fraude” y su “liderazgo moral”. ¿Cuál es la expectativa de esta candidatura?
La izquierda como plataforma
López Obrador se apropió del discurso y buena parte del movimiento “de izquierda”, sin ser él mismo un político formado académica ni prácticamente en el ese espacio político. La profunda identidad que tiene con “la izquierda” no viene de su historia ni sus ideas, sino de la habilidad que tuvo para forjar un movimiento a la altura de sus particulares intereses, de sus limitaciones y sus sueños, y etiquetarlo convenientemente como “de izquierda”.
Conectado con las clientelas populares del priismo tabasqueño, y necesitado de una plataforma política alternativa tras su salida del PRI, pragmático como es, López Obrador hizo de esas clientelas la primera base de un movimiento emergente que demandaba, con urgencia, presencia y capacidad de movilización.
Él es, ha sido y será en política, movimiento, acción que encuentra destino sobre la marcha, improvisación e instinto. Incluso, como gobernante, su mayor ocupación consistía en encontrar banderas para movilizarse, sobre todo, en ámbitos ajenos a sus responsabilidades.
No fue difícil conectar esta vocación bonapartista con la necesidad de los pequeños liderazgos urbanos, de barrio, gremiales y clientelares en general, articulados en el DF alrededor de René Bejarano y Dolores Padierna, los panchos villa, y otros, que vieron en su alianza con López Obrador la oportunidad de contar con un liderazgo político aglutinante y capaz de proyectar sus intereses en el ámbito nacional.
Esta fue la base de una nueva izquierda que terminó erigiéndose como la “izquierda lopezobradorista”. La transición convirtió a las clientelas en electores, pero también a los electores en clientelas. Entre unos y otros están -y a veces se manifiestan- los ciudadanos. López Obrador supo aliarse con las clientelas que Manuel Camacho y Marcelo Ebrard construyeron desde el gobierno del DF luego del sismo de 1985.
Se trataba de grupos organizados para demandar y recibir apoyos del Estado a cambio de respaldo político. Nada nuevo en el horizonte, pero totalmente ajeno a las tradiciones de las izquierdas mexicanas (ya proletarias, ya insurrectas o intelectualizadas).
Pronto y drásticamente la “izquierda clientelar lopezobradorista” colonizó el espacio de “las otras izquierdas”, las subordinó o las expulsó, hasta convertirse en el núcleo de un movimiento nacional con una capacidad inusitada de desarrollo, precisamente por laxitud ideológica y un pragmatismo que ofrecía beneficios tangibles e inmediatos a sus clientelas.
Así, en 2006 López Obrador reactivó los viejos códigos del priismo a un punto que ni los mismos priistas se atrevieron a hacerlo, sumó la buena fe de la izquierda histórica que se sabía invitada a protagonizar el cambio. En fin, una gran coalición acompañó y casi lo encumbra, cuyo único y gran freno fue el rechazo al liderazgo autoritario que por descuido o cinismo López Obrador se solazaba en proyectar.
Estrategia: ventajas y límites
La derrota electoral puso a López Obrador frente a dos caminos: a) aceptar la derrota y sumarse a la construcción de un nuevo arreglo político que profundizara la democratización del país; o bien, b) rechazar los resultados, apelar a la desconfianza electoral, buscar reventar el proceso o, cuando menos, mantener cohesionada una base de apoyo que le redituara políticamente en el corto, mediano y largo plazo.
Todos sabemos la decisión que tomó López Obrador, pero quizás ahora tenemos más claridad sobre las razones y los fines que muy probablemente motivaron esta decisión.
Cultivar la frustración frente al sistema político se convirtió así en uno de los principales objetivos estratégicos de López Obrador y le ha permitido mantener una campaña i) de largo plazo, ii) nutrida y iii) de bajo costo. Se monta en un sector de la sociedad que ya está definido y que ni siquiera demanda acciones o propuestas; requiere sólo articular el rechazo, canales de expresión y elementos de identidad que den cauce al ánimo de confrontación y de rechazo.
Afortunadamente el país no ha caído en crisis aún mayores, que permitieran activar este riesgo. Con mucho, el problema más sentido es de la inseguridad pero López Obrador se descalificó como autoridad para movilizar a la ciudadanía en este tema i) porque su imagen construida aparece al filo de la ley, ii) porque calificó como “pirruris” a los convocantes de la primera gran movilización en el DF, y iii) porque su posición “economicista” con relación al problema “se necesitan empleos, no cárceles” y su discurso “contra los ricos” parece justificar, hasta cierto, punto la delincuencia.
López Obrador tendrá que llevar a la población “antisistema” que lo apoya, hasta el punto en que esté dispuesta a participar en los procesos electorales, a creer en quienes han descalificado, a dar valor a los cambios graduales que son la consecuencia posible de la democracia… y eso no será fácil.
Sin embargo, en la medida que se presione para la institucionalización, las clientelas tenderán a abandonar ese liderazgo y, eventualmente, a aceptar otro, aunque no lo necesitan porque, en realidad, i) no creen que puedan acceder al poder político, ii) no creen que lo necesiten, iii) no creen en los políticos, o iv) no tienen suficiente interés en el tema y prefieren ocuparse de sus propios asuntos.
Conclusión preliminar
Es cierto que a lo largo de los años el tabasqueño ha logrado construir una importante red de apoyo, políticos profesionales o semiprofesionales que saben perfectamente la importancia de participar en los procesos electorales y alcanzar posiciones de gobierno; sin embargo, estas redes compiten en desventaja con las de otras opciones políticas que invitan a sus potenciales seguidores a votar “a favor de algo” y no únicamente por vetos y rechazos. Quienes proponen y buscan hacer gobierno tienen más legitimidad y oportunidad de construir arreglos y sembrar sueños entre sus potenciales seguidores.
Es probable, en consecuencia, que los apoyos a la candidatura de López Obrador sigan una parábola en ascenso y declive, como ocurrió en la elección pasada pero en una escala mucho menor. En todo caso, es claro que su insistencia en participar, a pesar de contar con el mayor de rechazo entre los probables candidatos presidenciales, únicamente tendrá como efecto dividir a la izquierda o desalentar a ciudadanos que no están dispuestos a aceptar que “esa es una opción de izquierda”, cuando muchos la vemos más cerda de la ultraderecha que a la propia ultra del PAN.
· Humberto Trejo, politólogo