Estaba el Johnny Barrancas en su sala de lectura, bueno en su pent-house, bueno así le decía al cuarto de la azotea donde debidamente desordenado, el caos lo atrapaba, tenía sus libros regados por todas partes, un restirador, tenía su camastro, el cual era su lugar favorito, en aquel “hoyo negro” del universo, porque cuando le empezaban sus depresiones, sus dolores de cabeza, se acurrucaba un rato, estiraba la mano del buro, y sacaba un cigarrillo, que previamente tenía dispuesto y lo prendía, y el olor apestoso de petate empezaba a invadir el cuarto y abría a la ventana por donde se colaban los trinos mañaneros de los gorriones, las ramas de pirú, por donde luego se posaban las mariposas, los “gallitos” que eran color naranja con negro, las “maravillas” amarillo también con negro, o a los que les decía los “padrecitos” porque eran negros con blanco. Escuchaba los gritos de los chamacos que sobre la rivera del río cercano a su “cantón” que soltaban los “cazadores” que con grandes ramas matarifiaban a las hadas a esos seres alados, acabando con la fantasía y la fauna, pero lo que más le gustaba al Barrancón, era cuando llegaba la noche, aparecían las lucecillas que iluminaban la oscuridad, la luciérnagas, ya extintas por estos vecindarios, donde difuminaban al más oscuro callejón.
Era una temporada oscura, más negra que la noche, que le llegaba al “Juan Charrasquitas” y que no quería saber nada del mundo, no bajaba ni a comer, nada más salía por las noches a caminar y darse un “churro maloliente”, y caminaba cual pirado de la mente, todo un “borderliner”, cruzando la tóxica-traumática-frontera de la realidad, buscando desesperado encontrar un sentido a su descocada vida, la emprendían sus pasos y llegaba hasta la pirámide de Tenayuca, “la ciudad amurallada”, y se brincaba la barda, vigilando que no fuera descubierto por los custodios y desde la punta de aquel pináculo, pensaba que alguna ocasión podría terminar su hastío, que le provocaba un nudo en la garganta, era un sentimiento de impotencia, de no poderse comunicar con los demás, se volvía hosco, silencioso, era una infelicidad que lo enmudecía, pensaba que Franz Kafka, el autor de “La Metamorfosis” era un genio, su creación literaria era poética, como alguien podía de la noche a la mañana convertirse en un insecto, en un escarabajo, porque no podía ser una cucaracha, pensaba, aunque luego reviraban sus neurotransmisores y aprobaba el pensamiento, por la faceta revolucionaria que podría tener el insecto rastrero de marras, por aquella rola del siglo pasado “…la cucaracha, la cucaracha ya no puede caminar/ porque no tiene por que le falta/ mariguana que fumar… y sacaba un “carcelero” debidamente forjado y resguardado por aquella policiaca voz, de saque la mariguana… y lo inhalaba concienzudamente, y le llegaban los pesimistas mensajes que el mundo era una basura, que todos los seres que deambulaban por las calles eran seres alineados, que les habían lavado el cerebro, que estaban todos hipnotizados por la “caja idiota” que los subyugaba para que compraran puras cosas inútiles, luego bajaba del altar de la Serpiente Emplumada y se arrancaba en automático a la avenida, por donde pasaban los camiones foráneos que salían a Nayarit, a Colima a San Luis Potosí, a Querétaro, a Tijuana, era el paso de la Tierra de en medio para el norte, y de regreso por el camino, cuando le sobraban unos varos se metía a la cantinucha, La Cabaña, donde las “bolas” eran sensacionales, para “entonarse” y hasta embriagarse con el tufo arrabalero que generaban las pintarrajeadas damiselas que estaban más que prestas para una “ficha” y que les invitaran un trago, el relajo era estruendoso por la rocola de donde salían las rolas de Daniel Santos, la Matancera, pero también las del charro de Huentitan, el Chente Fernández, aquella bien guarra, que le parecía tan absurda al Barrancas, cuando una voz femenina le informa al charrito, “me caso el sábado… ¿qué dope?, y luego el berrendo se entona y suelta “ya escucho las campanas de tu boda repicar/ al le mentiras/ pero el hijo que viene mi sangre llevara… no podía aguantar tanto masoquismo-machín-trasnochado y apuraba la cebada para salirse y tomar aire y confundirse con el río de gente, que regresaba de trabajar, presurosos para regresar a casa, cenar ver a los mamones de Starky y Hutch, o la “telenoverla” “Cuna de Lobos”, o recetarse al Jacobo Jaladowzky, tirarse a su amorosa esposa en el mejor de los casos y determinar que en el país no pasa nada que todo va viento en pompa que las décadas perdidas, solo son un discurso apócrifo de mentes calenturientas, que es solo un mal sueño de un desubicado que le fascina evadirse de este mal sueño, que le gusta contemplar el ocaso, o los cielos azulados ya no tan cintilantes, en la soledad de su corazón, pero esa es otra historia…