Cuando era una Piedra Rodante en los ultra-ocasos del fin del mundo
El Barrancas se bajó del Guajolojet, cuadras más adelante de donde habían pasado a recoger ¿la cooperación-talón o cuello? los salteadores de camiones de la línea Indios Verdes- Adrelinapura-Basílica y anexas, ya había pasado el risco de los linderos de la delegación Gustaebrio A. Madero, donde la tenebra se respiraba, por la antigua aduana donde llegaban los barriles y los cueros con el “néctar de los dioses”, el “neutle”, “la baba de oso”, tan codiciado en el siglo pasado cuando el pulque rifaba como agua de uso y afrodisiaco, “un litro del chamaquero”.
El antiguo solar ahora era una gran avenida atestada de comercios de tofo topo en la esquina estaba una de las primeras gasolineras, y todavía una de las de PEMEX, después de la incendiaria y volátil reforma petrolera energética que tiene bolseados a los mexicanos por el Gasolinazo que ya casi llega a los 20 varucos, pensaba el Juan Barrancas aunque no lo pareciera y comenzó a caminar sobre los rieles de las vías de del barrio Acueducto de Guadalupe… su cabeza loca empezo a recordar sus aventuras de chamaco por esos lares, cuando lo que ahora era el bulevar Temoluco, estaban los alfalfares, las milpas de la ex hacienda del mismo nombre y cuando se subía al acueducto que llegaba hasta la iglesia del cerrito del Tepeyac y la vieja Basílica, ahí verdes señoreaban los sembradíos, las fosas de agua y los arcos de cantera, una tupida arboleda de eucaliptos, pirules, pinos y el rio Tlalnepantla, cuando corrían aguas crisálidas y espumosas, donde llego a meterse a unos “busitos” y buscar la pesca de las carpas que nunca pesco.
El espectáculo de la naturaleza se enseñoreaba con los pastizales perfumados por las campanas de los eucaliptos y en la noche aparecía un viaje a lo desconocido, al tardear el día encendían los ocasos rojos-naranja ultrapoderosos que lo dejaban hipnotizado que dejaban atrás el paisaje de las soleadas mañanas con el clásico de peluquería que se instalaba en el frondoso eucalipto, y los personajes ya guardados en el baúl de los recuerdos, los aguadores que cargaba dos botes de lámina con un tronco al cual le insertaba alambres o lazos para vender “el viaje” o llenar los tambos con los carromatos tirados por corceles, jamelgos, borricos que no se cansaba de reparar por el trato y el fuete, algunos se negaba a dar el paso.
Pero lo que reconfortaba era cuando en la oscuridad de la noche, cientos de luciérnagas iluminaban el bosque y brindaban un espectáculo maravilloso que siempre añoraba el Juanito, al igual cuando radiante el Tonatiuh , el astro rey iluminara a esos seres lados ya casi extinguidos, mariposas, las nombraban, no se cansaba de observar el juguetón vuelo de las Maravillas, grandes aladas amarillo-negras; las medianas de color naranja fuerte con negro y por nombres les decían los Gallitos, otros seres alados como los Quijotes, o los verde brillantes avispones que luego cuando se posaba en las flores silvestres era atrapados y enlazados por un hilo para tener un viaje a control remoto, o los Padrecitos, alados negro y blanco, que recordaban las sotanas, como la que traía el padrecito de la parroquia de San Lucas, el del evangelio, al que por mal nombre le decían el Padre Topogigo, por chaparro ventrudo, orejón r y quesero, como el amigo de Raúl Astor, que era un canijo, cobraba oro por las bendiciones de los puestos de la feria del 27 de octubre, buenos pesos.
Y con el que habría de confesarse el Juan Barrancas en su primera comunión, cuando era Juanito el cándido, quien después de un adoctrinamiento de la fe cristiana, aprenderse a Wilson los diez mandamientos, portarse bien porque nos iríamos al infierno, había querido salvar su alma infantil y repitió, repitió hasta que se aprendió el decálogo católico apostólico romano y llego la hora de la confesión de sus pecadotes. —- Padre yo a usted de digo de una manera que es pecado ¿y cómo? Preguntó el cura gandaya de pueblo, quien se quedó pensativo y no se quedó con la duda.— ¿Púes cómo me dices? ¡Topogigo! repuso y le valió casi que le arranquen la oreja y cien padres nuestros y aves marías para enjabonar los motes, sobrenombres, alias, que no debían decirse válgame dios… Todos esos recuerdos en cascada hicieron que Barrancas se tirara sobre los “durmientes” ahora de concreto, antes de madera y las perpendiculares franjas de acero, por donde pasaban las máquinas humeantes arrastrando las góndolas llenas de chatarra, fierro viejo que vendan y compren, que cuando hacían el cambio de vía por el barrio, en un gesto humanitario los más aventados se subían y empezaban a bajarla para que con menos peso el ferrocarril llegar a su destino más rápido y que iba a parar al depósito industrial de don Abel, que creció por el barrio hasta que pusieron a los garroteros a vigilar con más enjundia el convoy.
El calor empezo a hacer estragos en la humanidad del Juan y se movió a un lado de las vías y se acomodó en un pradito junto a un árbol de pirú que lo cubría del sol y para pronto se echó una siestecita, que más daba un relax en este caos mundano no le hacía mal a nadie, ya empezaba a adormilarse cuando el bufido de las máquina del ferrocarril anunciaba su cercanía que lo achisparon, y para recordar viejos tiempos lo espero que pasara a una velocidad moderada, emprendió la carrera para alcanzar la escalerilla que traen en los extremos todos los vagones y se trepó de “mosca” y con el rostro rompiendo el viento se sintió Juan Camaney agarra el cuaresmeño y juega con él, cuando empezo a ganar velocidad la Máquina que ya no pudo bajarse por San Lucas Matoni, paso por el crucero de Tenayucan, “la ciudad amurallada” y la velocidad continúo, ya avanzaba sobre lo que fuera la ex hacienda del Tenayo y en un acto suicida se lanzó al vacío para azotar como res y rodar y rodar hasta quedar en calidad de bulto sobre la pedregosa grava, tirado ahí no se movió, pareciera que el vato loco ya no la contaría, cuando llegaron una jauría de perros callejeros que lo empezaron a lengüetear sin que reaccionaria el Barrancas, pero esa es otra historia….