“Tiene el efecto wow”. Pepe Castillo, una de las principales voces de la nueva generación de arquitectos mexicanos, no regatea reconocimiento al espectacular edificio de seis plantas donde exhibe la colección de arte y objetos atesorada durante tres décadas por Carlos Slim, el hombre más rico del mundo.
Nace así la segunda versión del Museo Soumaya, pero a diferencia de su discreta sede anterior, ahora nadie queda indiferente ante las curvas de acero del edificio inaugurado por el presidente Felipe Calderón. Lo primero que es novedoso en el Museo Soumaya es su ubicación. Amplía en todos los sentidos la importancia de Polanco, una de las zonas más tradicionales del norponiente del Distrito Federal, dotando de un nuevo centro cultural a un enclave cuyo valor inmobiliario y dinámica comercial se dispararon en los últimos 20 años.
El Soumaya, con sus 17.000 metros cuadrados de construcción, más de 6.000 de ellos de espacios de exhibición, remata una plaza comercial donde la marca de los negocios Slim es pletórica. Y la apuesta por la oferta artística del conjunto terminará siendo establecida cuando se incorporen a ese mismo complejo el teatro Cervantes (en octubre próximo, un espacio de butaquería y escenarios modificables) y otro museo, que albergará la colección Jumex, de arte contemporáneo (a finales de 2012).
Capricho, desafío, ambición, belleza. Los calificativos para definir en una palabra el edificio creado por Fernando Romero, arquitecto y yerno de Slim, apenas comienzan. Deslumbran los 16.000 hexágonos brillantes que recubren la ondulante estructura. La revista Plataforma Arquitectura apuntó: “El museo busca analizar las posibilidades de un contexto específico, la economía e ingeniería del país, y traducirlas en una solución global, un edificio, y hacerlo relevante y significativo.
Su objetivo es reflejar esto por medio de la deformación de un romboide extruido y rotado, cuyos extremos se expanden y perforan, produciendo finalmente una compresión torsionada en la parte central y en los bordes alongados”.
En pisos temáticos que ascienden en espiral, el Soumaya, que lleva ese nombre en honor de la fallecida esposa del dueño de América Móvil, exhibirá parte de las más de 62.000 piezas coleccionadas por Slim, rematando con un espacio sin columnas donde se expondrá la mayor colección mundial de Rodin.
Pero también se podrán apreciar piezas precolombinas; paisajistas como Monet, Sorolla y Zárraga; obras de Van Gogh, Murillo y El Greco; piezas de Botero; retratos de los siglos XVIII y XIX y objetos antiguos que van desde monedas hasta muebles.
Y en ello, en la diversidad de la colección, es en lo que pensó Fernando Romero al diseñar el espacio: “Es un contenedor de arte por las distintas geometrías puede albergar la diversidad de la colección. Pensé en hacer algo icónico, que a la vez conecta muy bien a la arquitectura con el arte”.
El edificio, de 43 metros de altura, posee una estructura asimétrica, lograda con 28 columnas de acero con distinta curvatura, de espesores variables, conectadas con anillos que proporcionan rigidez. Por su forma, algunos ya le llaman “florero”, “licuadora”, “boing apachurrado” (esto por una popular bebida que se consume directamente en el envase tetrapack), etcétera. Romero encuentra divertida esta especie de concurso por bautizar la original forma de la estructura del Soumaya. El coste del edificio, a juicio de Romero, terminará por representar alrededor del 10% de los 800 millones de dólares que se han invertido en Plaza Carso, complejo que incluye además de espacios comerciales y salas de cine, oficinas y viviendas.
Pero si la contundencia expresiva del edificio ha sido saludada por conocedores —”tiene un riesgo formal que no se había hecho en México”, opina el arquitecto Jorge Covarrubias, del despacho Parque
Humano—, hay dos cosas que preocupan sobre el Soumaya: la coherencia que se logre dar al carácter ecléctico de la colección, y el reto que la apertura de este espacio supone para la zona en donde se ha construido, que desde hace tiempo padece una saturación vial notable incluso en una ciudad que vive los atascos de circulación como una cosa cotidiana.