Hace algunos días salió el libro de Carlos Elizondo Mayer-Serra y abrió un debate sobre la incapacidad de nuestro país para orientar sus decisiones fundamentales. El resultado es la permanencia de un crecimiento mediocre. Los responsables andan por ahí “echando grilla” para ver lo que sigue, no se sienten ni se dan por aludidos. Qué les va a importar que “el total de nuestras universidades apenas registren 113 patentes, contra casi 38 mil de las universidades chinas, donde solo la universidad de Zhejiang patentó 2 253. Mientras en los Estados Unidos una universidad en promedio registra 5 mil patentes al año”.
Dice Carlos Elizondo que “mejorar no es asunto de otros: es nuestro. Tiene que ver con nuestras decisiones y con las instituciones que construimos. Estamos como estamos por lo que hacemos, no por lo que somos. Y podemos hacer más: requerimos creer en la imagen de país que pensamos construir”. A pesar de nuestra transición democrática y la alternancia en el poder público el país sobrevive por “la economía informal y la emigración a Estados Unidos que han amortiguado el efecto de la creciente demanda de trabajo, sobre todo entre los jóvenes que buscan ingresar al mercado laboral”.
“En el 2007 los ingresos provenientes de los migrantes llegaron a estar por encima de los 26 mil millones de dólares (2.5 por ciento del PIB), y para 2009, luego de la crisis, aunque dichos ingresos disminuyeron en términos de dólares, valieron más en pesos, debido a la devaluación. Los 21 181 millones de dólares de 2009 equivalieron a 2.4 por ciento del PIB. Las remesas representan ahora el doble de lo que representaban para la economía mexicana en 1995 como proporción del PIB”. No debemos olvidar que una cantidad similar en miles de millones de dólares ingresa a la economía formal del país proveniente del narcotráfico. Eso no se dice, pero es dinero que se lava en negocios legalmente establecidos, que pagan impuestos y blanquean recursos de procedencia ilícita.
Casi al mismo tiempo, como mala obra o como coincidencia de la mala suerte del gobierno, en el periódico “El Universal” se dio a conocer que, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, “23 millones de mexicanos no tienen suficientes recursos económicos para obtener los alimentos de consumo básico”. A través del Índice de la Tendencia Laboral de la Pobreza se sabe que en 2004, “un trabajador de zona rural requería de 471 pesos para obtener un bienestar mínimo, mientras que en el ámbito urbano necesitaba de 675 pesos. Para abril de 2011, el mínimo requerido para tener cierto bienestar es de 736 pesos en el medio rural y de 1039, en las ciudades”.
Estos cifras son parámetros que se presentan en el mejor de los casos, ¿Y si no hay trabajo? ¿Qué hace un padre de familia cuyo sueldo es el 70 por ciento de sus ingresos totales y no tiene empleo? ¿Y, en el campo? Habría que conocer la opinión del Secretario del Hacienda y del Secretario del Trabajo “el gallo azul”; a ver si no nos mandan la letra de “La Bartola” que con dos pesos pagaba la renta, el teléfono y la luz, nada más que la cifra deberá actualizarse a 6 mil de la versión del compositor Cordero.
Si agregamos los casi siete millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan, el asunto cobra una dimensión más compleja. Como siempre, la versión oficial al respecto es por demás penosa al considera que no son millones sino “apenas 285 mil”.
Aunque enoje a unos, moleste a otros y ofenda a millones, el autor nos dice que “con la dispersión del poder que trajo la democracia, los actores poderosos han evitado el brazo del Estado y logrado imponer sus condiciones… es el triunfo del poder de los intereses particulares sobre un Estado que debería representar el interés general y proveer derechos para todos, pero no tiene la fuerza para lograrlo”.
Como lo atestiguamos en los sexenios de los Presidentes De la Madrid y Salinas de Gortari, la reforma del Estado Mexicano se centró en la desincorporación de las empresas públicas, en aquello que se conoció como el adelgazamiento del Estado o como el tránsito de un Estado obeso, interventor a la existencia de un Estado promotor. Lamentablemente, “el Estado como institución que nos representa a todos, se hizo más esbelto en términos de su intervención directa en la economía pero no se volvió más fuerte: carece de poder suficiente para encausar el interés ciudadano por encima de los intereses corporativos o de los individuos que cuentan con un gran poder personal gracias a los recursos que controlan”.
Por difícil y contradictorio que parezca “la liberalización económica y la democratización política llevaron a un Estado cuya autonomía está severamente minada”. “El tránsito hacia un sistema político más democrático y a una economía más abierta no se ha traducido en un aumento de la capacidad estatal para cumplir con la responsabilidad de hacer valer las reglas”. Ni más ni menos. El asunto es que no se ve por dónde puedan cambiar las cosas en el corto plazo, sobre todo porque la política dejo de ser el contrapeso al poder económico, de ser el medio que defendía el concepto de Nación y de pueblo; el fiel de la balanza entre los extremos representados por los necesitados y los dueños del dinero.
La desilusión es grande. Para ejemplificar el tamaño del fracaso nacional basta con apoyarse en los siguientes datos. “En 2008 el Producto Interno Bruto (PIB) per cápita promedio en los estados fronterizos de México (Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas) fue de poco más de 12 mil dólares, mientras que en los estados fronterizos de Estados Unidos fue superior a 44,800 dólares anuales. Nuevo México, uno de los estados con menor ingreso per cápita de ese país, tiene un PIB per cápita superior en más de dos veces al de Nuevo León, el estado fronterizo mexicano más rico y el segundo más rico del país en términos per cápita”.
Sería bueno leer el libro: “Por eso estamos como estamos”, y tratar de reflexionar un poco sobre lo que queremos de México, hacia dónde lo queremos llevar y qué casa común queremos compartir con nuestros hijos. Baste cerrar con una cita del autor donde describe uno de los absurdos nacionales: “Si la educación representa el principal instrumento redistributivo disponible en manos del gobierno, y si los ciudadanos parecen apreciar su valor, ¿Por qué, a pesar de ciertos avances recientes, ha sido tan difícil hacer de ella la palanca para igualar las oportunidades en México?