El atardecer era rojo anaranjado, el cielo encendido un espectáculo de los dioses ocultos, el sol se fundía con el mar, la eternidad, el paraíso en una playa al comenzar la noche, de inmediato los recuerdos de su viaje a Puerto Escondido, refulgieron en la mente del Barrancas, se había pasado unos días en un tráiler park, a unos metros de la orilla del imponente azul turquesa, solitario se amanecía y se quedaba contemplando las olas del mar, monumentales, tirado en la hamaca, se fumaba un porro y después de un rato se metía a mojarse fascinado por la fragilidad de su ser, pero bendiciendo al creador del universo tanta bondad por estar ahí en aquel pedazo del paraíso perdido, al final ya podía felpar, colgara los tenis después de maravillarse con la creación y más en aquellos ocasos de rojo encendió, escuchando el rumor de las olas…
Pero el mobiliario en aquella mansión a la que habían traspasado por el umbral del camposanto de la ciudad amurallada, nada tenía que ver con el trópico de Puerto Escondido, aquello era más bien lo que llaman Art deco, así como que muy pachuca la onda, desde el vestuario de los catrines, con sus playeras y camisetas bien al pedo, los calcos bicolores rojo y blanco, negro y blanco bien lustrados y los pantos holgados y entubados al talón con unos sacotes y sombreros, como si no hiciera un calorón, que recordaban aquellas películas de un tal Juan Orol, y las damiselas, bien fumarolas, alhajadas ensortijadas, enfundadas en vestidos repegados que dibujaban la siluetas de aquellas épocas como la cantante de la radiodifusora la XEW, la María Victoria, que pujaba como si la arrinconaran con aquello de “Suavecito y apretadito…” bien cachonda la onda que se la pasaban a todo mambo, con las palmeras borrachas de sol y los jaibolazos, al menos era lo que se podía olisquear después de cruzar un umbral por aquel camposanto en busca de los perpetradores de la oscuridad, pero esa misión podría esperar, había quedado en veremos, porque la fiesta en el trópico jarocho nadie iba a desperdiciarla.
El aire del Golfo de México era benévolo, más que eso, un alivio a los pulmones todos fumigados del Juan Barrancas y la tribu del príncipe Nopaltzin, quienes alzaban las manos hacia la bóveda celeste, por encontrarse en la tierra de olmecas, una tribu respetadísima y aliada, al menos por aquel momento. Hicieron la reverencia acostumbrada a los puntos cardinales, tocando el caracol y prendiendo copal a destajo por arribar a la playa, que les convidaba aire limpio y transpiraron de contentos.
Antes de que los anfitriones ocasionales se dieran por aludidos con la presencia de los guerreros el pianista tecleaba “Última carcajada de la cumbancha/ dile que se lleve mis recuerdos y mis pesares/ tú qué sabes reír tú que sabes llorar tu que sabes cómo estoy de tanto amar…” para que el respetable brindara el aplauso correspondiente y de manera intempestiva como movidos por un imán reviraran hacia donde estaba los recién llegados, para que exclamaran ¡llegaron los guerreros! Ya nos estaban preocupando, se alcanzó a escuchar una voz, ¿por qué no llegaban? para que un vato bien trompudo con bigote recortado y bailarín, reconociera al Juan barrancas, ¿qué paso Juanito? le dijo, ¡qué milanesas, hace mucho que no bisteces yo pensaba que ya morongas! ¿Dónde te has metido hijo de mi vigésima octava aventura? ¿Cuántos años sin verte mi hijo? Pero sí no haz cambiado igualito, mírate condenado flaco, bien cocoliso, conque ya te dedicas a la representación de artistas autóctonos, ¡carajo, sí hasta parecen unos auténticos príncipes chichimecas, ¿pues qué número te traes ahora!
¡A chinga! si era el mismísimo Nepomuceno, Lorenzo Candelario Germán Valdés, mejor conocido en el bajo mundo como el Tin-tan, reviro el Barrancas, esa esta yesca poderosa para que el otro le respondiera– Pues hojas petras, mi Barrancas, ¡qué vientos huracanados te traen por acá¡ no me digas que andas conectando un Flavio para la tropa, porque mi amigo el Agustín Tin Larín, pura yesca de primera, y por allá estaba la Chata, pero ya se fue a realizar la merca, Bueno pues a lo que les truje mis prehispánicos amigos, que estamos celebrando a Quetzalcóatl, ya más entrada la noche comenzara a serpentear el cielo, a iluminarlo para dar gracias porque este mundo sigue de pie, que a pesar de sus políticos, de ángeles del mal, de las bombas nucleares y la contaminación nuclear, de plástico, basura, tala de bosques y montañas de basura, este mundo todavía sigue en pie …
Y los plumajes de los guerreros Nopaltzin, Cacama, Tizoc, Tenoch y unas dos decenas de más iniciaron sus giros mientras el Barranca junto con Moctezuma le pegaba duro a unos teponaztles que resonaban en la playa para que los entacuchados y emperifolladas, se desprendieran y lanzaran su ropa hasta lo más alto para amplificar la danza que resplandecía con colores fosforescentes a lo largo y ancho del circulo que se formó mientras en lo alto del cielo un serpiente empluma giraba con las estrellas hasta entrada la noche… Los danzantes después del último golpe al teponaztle irradiaban una luz diáfana, dorada, alzaron de nuevo las manos en señal de agradecimiento y lanzaron un gran grito que retumbo para que luego comenzaran a abrazarse para que la madrugada feneciera con los primeros rayos del sol radiante del amanecer…. Se despidieron de sus espontáneos acompañantes y se fueron caminando por donde llegaron, por un espejo luminoso que abría de nueva cuenta un portón donde las cruces, las flores, aves, insectos y un cielo claro se vislumbraban y con paso franco se encaminaron para cruzar el quicio y detrás de ellos el Juan Barrancas, también eléctrico vigoroso cargando su instrumento a cuestas, pero esa es otra historia…