Estados Unidos vive sus nuevos Vietnam. Por un lado, el saldo de la guerra entre Rusia y Ucrania no es favorable al imperio norteamericano; por el otro, el conflicto de Israel e Irán se despliega como un hecho propagandístico de derrota de la alianza de Israel y Estados Unidos (EU). Esto implica que el presidente Donald Trump está buscando una trinchera para concentrar sus baterías y salir victorioso, aunque sea de mentiritas. No importa la forma ni los alcances, la cosa es pasar como un líder triunfador ante la evidencia de su caída como potencia única en el mundo.
Ya no es el arbitro internacional que nunca puso paz, pero impuso sus intereses, tanto del orden político como económico. El escenario de la segunda guerra mundial sentó las bases de su poderío, de su control sobre los organismos internacionales, sobre todo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En el Consejo de Seguridad de la ONU solo sus chicharrones truenan y son la única tienda donde todavía se acude a comprar armas, legitimidad, poder, tratados y acuerdos comerciales. Ellos ponen los límites y el precio a pagar es alto, tanto como lo permite lo que llaman economía de mercado.
Pero han llegado los chinos, los iranís y los rusos para levantar la bandera que anuncia un nuevo orden mundial. Por si eso no fuera suficiente, el activismo de los BRICS es más intenso que el llamado Grupo de los 7 (G7). Las sanciones económicas a Rusia y los aranceles a los productos chinos no han tenido el impacto esperado; es decir, no se ha sentido el poder de la potencia que hasta hace algunos años hacía temblar a sus socios o adversarios políticos. Su poder mundial se construyó cuando hizo detonar la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki cuando eso ya no era necesario. La guerra estaba definida en favor de los aliados, pero había que demostrar la fuerza al líder de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Ahí nació el imperio gringo.
Todo indica que el contexto ha cambiado. China es una potencia económica y equipara o ya superó a los EU en computación cuántica y en otras variables tecnológicas. Ha conquistado países sin disparar un solo tiro y nada ha detenido la continuidad de su(s) nueva(s) ruta(s) de la seda. Rusia es una economía militar y ha superado el poderío armado de los países agrupados en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Los rusos no están peleando contra el ejército ucraniano, lo hacen contra las armas de los EU y los países europeos. Su desarrollo militar quedó demostrado en un momento de crisis de la guerra contra Ucrania. Lanzó su misil hipersónico Oreshnik y puso quieto a todos. Nadie más intentó retar al ejército ruso. De inmediato corrieron a pedir mayor intervención a los EU. Eso fue música para los oídos de Trump que los obligó a la asignación del cinco por ciento de su PIB y, obvio, que las armas se las compren a los gringos.
El negro panorama de los EU y de su presidente Trump, que siente que su electorado se le está escapando y puede perder las elecciones intermedias ha ocasionado voltear a México como único y último recurso para tener un blanco de ataque. Esa variable de activismo político lo celebran los opositores a la presidenta Claudia Sheinbaum como si fuera una estrategia propia. Su emoción nubla su mirada. No terminan por entender que solo se hunden. Trump está incentivando el sentimiento patrio en favor de la presidenta y, con eso, la hace más fuerte.







