“El Pez (Lagarto) por su boca muere”. Y el presidente López no es la excepción, como deporte diario y rutinario, todas las mañanas se exhibe de cuerpo entero, con sonrisa socarrona -por no decir cínica-, presumiendo como se pasa por el arco del triunfo el primero de sus principios: No mentir.
El pasado domingo, AMLO haciendo alarde de su falsa sencillez y simulada humildad, con el afán de defender su caprichosa ocurrencia de rifar el avión presidencial, tras el fracasado intento de venderlo, cae nuevamente en contradicciones.
La primera, es asegurar que está en posibilidad de vender o rifar un avión, del cual no es propietaria la presidencia de la república, ya que su posesión deriva de un contrato de arrendamiento.
Y la segunda, fue la de reiterar que por ningún motivo usaría el avión presidencial, por representar un palacio: “Imagínense si me iba yo a subir a ese avión, es un palacio para los cielos”. Pero, ¿que no López Obrador desdeño vivir en una cabaña en Los Pinos, decidiendo vivir como Virrey en el Palacio Nacional?
Así es, pese a las fábulas pregonadas por la 4T, la Residencia Oficial de Los Pinos representaba un conjunto de inmuebles acondicionados y aptos para servir, no sólo de residencia del presidente de la República y su familia, sino para albergar el despacho y el staff de la presidencia.
De todo el conjunto de Los Pinos, la Mansión Principal, conocida como Casa Miguel Alemán, albergaba las oficinas de la presidencia, la biblioteca, los salones de eventos, el comedor, las salas y otras áreas de uso oficial, propicias para la recepción de importantes personalidades del ámbito de la política y la cultura, así como jefes de Estado extranjeros.
Sólo una cabaña, de todo el conjunto, es la que se ocupaba para la estancia de la familia presidencial y otra cabaña contigua, para las visitas o la extensión de la familia.
Está asignación modesta de espacios en Los Pinos, fue el legado de Vicente Fox, quien a su llegada a la presidencia ordenó la transformación más radical de la residencia, que incluyó la adaptación de dos cabañas ya existentes, que sirvieran de uso habitacional para el presidente y su familia; mientras los edificios principales, incluyendo la Mansión de estilo francés construida por Miguel Alemán, se habilitaron como oficinas que ocuparían las direcciones y coordinaciones de la presidencia, el despacho presidencial, el Salón Blanco, la Sala Francisco I. Madero, la Biblioteca José Vasconcelos, entre otros.
Mientras tanto, en la era de la 4T, López Obrador rechaza ocupar la Cabaña Presidencial en Los Pinos, bajo la falsa bandera de austeridad, ya que, al parecer le quedaba pequeña ante el gran tamaño de su egocentrismo y su megalomanía. Decidiendo entonces ocupar el amplio, majestuoso y suntuoso Palacio Nacional.
Así, AMLO consideró que el tamaño de su ego no tendría suficiente cabida en una cabaña, dentro de Los Pinos, y bien se acomodaría en un espacio más digno de su persona majestuosa, mesiánica y magnánima; morada propia de tlatoanis, conquistadores, virreyes, emperadores y dictadores: el antiguo Palacio de Moctezuma, luego Palacio de Cortés, luego Palacio Virreinal, luego Palacio Imperial y hoy Palacio Nacional.
Si bien, López presume de humildad y sencillez, al pregonar a los cuatro vientos que rechazó usar el avión presidencial, por ser un palacio para los cielos; en contradicción, se muerde la lengua al omitir mencionar que todos los días habita y dispone (a sus anchas) de su Palacio en la tierra.
“Cae más rápido un Obrador que un cojo” -refrán popular versión 4T-