La niebla era espesa que no se podría ver a unos metros, Juan Barrancas bajo del convoy del ferrocarril que durante horas lo hizo olvidar de su perra existencia, por más empeño que le ponía a las cosas todo le salía como decía el rucorokero Alex Lora “no sé que por que todo lo que hago no me sale bien/ yo le pongo muchas ganas pero todo me sale mal…” la mente en blanco no atisbaba algún pensamiento coherente, su menguada mente no daba para más, a donde dirigirse en esa bruma gélida que ya le empezaba a calar los huesos, ahora donde había ido a parar en la irreflexión de embarcarse sin sentido a un tren que quien sabe donde lo había ido a aventar. Así era su camino por la vida, nomas se le prendía un foco, que vamos aquí o acullá sin saber lo que fuera ocurrir y ahí estaba caminando como ciego en aquel poblado solitario, solo el trino de unos cenzontles le acompañaban, pero ni una alma en pena, solo aquella estación casi derruida se levantaba en el nublado horizonte, con unos foquitos de colores que fueron su salvación de no irse de nuevo a otro camino equivocado…
Y lo peor del caso que no traía nada que chupar ni comer y ya el hambre reclamaba a las tripas, el cuerpo demandaba algo sólido, un cigarrito de siguaraya ya de perdida, pensó que ahí sentirlo en la nubes sería extraordinario, ¡¿San Pedro donde estas?! —empezó a desvariar en voz alta, ya sé que me he portado mal, pero aparece si es que existes, no me tengas en ascuas, a donde llegue, a poco a tu recinto celestial jajajaja, dijo el burlón incorregible, no lo creo porque no me he portado bien, San Peter o quien sea se encuentre en este pueblo salga a recibir a tataranieto de Xólotl, Señor de la Ciudad Amurallada. De repente escucho unos pasos en la vieja construcción, ¿quien anda gritando como zonzo, que no saben que hay que respetar el sueño eterno de los demás? Barrancas volteo y ahí estaba un ruco bien abrigado con una cotorina de las de acá de Chinconcuac, una bufanda, con el rostro curtido por los años de bigote y barba crecida y una sonrisa maliciosa empuñando una lámpara, que dirigió al rostro del preguntón. Órale no deslumbre, soltó el Juan, ¿qué se siente que lo despierten, es lo que más castra, que haces por acá, cómo llegaste muchacho, sabes en donde estas? Cual le contesto primero, respondió el interfecto, es lo que quiero saber a dónde me condujo el tren porque no hay naiden, bueno solo usted, ¿que transa mi venerable veterano? espetó el Barrancas quien confianzudo se dirigía al aparecido, ahí en medio de la estación del tren. Pues bienvenido al Granizo, un pueblo quieto jovencito, acabas de caer en blandito estamos recibiendo casi sin cubrir los requisitos para los Ahuizotes, hasta los igualados les damos tregua, que hiciste para que pudieras llegar aquí, hace años que naiden nos visitaba. ¡Ah chinga a ver barájemela más despacio, como que no hay naiden! pues si desde hace unos cuantos de años que nadie llegaba a este lugar escondido de dios, me has despertado de un sueño largo y eso se meceré un brindis. El viejo para sorpresa del barrancoso saco de su morralito una botella de o milagro charanda Uruapán ¡mi preferida! una delicia al paladar. Te voy a invitar mondao. Hace muchos que no veía aun insepulto por estos lugares y la ocasión lo amerita. Cómo que un insepulto, si estoy vivito y coleando pensó para sus adentros el Barrancas, pero el frío era canijo y para romper el hielo, le dijo al que resultaba un anfitrión de lujo. Soy Juan Barrancas Sánchez el que goza cuando sales, lanzando la diestra por delante para saludarlo. Pues yo soy aquel Don Nacho Valdez agarra el cuaresmeño y juega con él, de merito “Tejeringo el chico” juajurjuaajuararara y el Barrancas que también suelto la risotada, éste ruco sí que hable mi idioma pensó…
El campanario empezó a repicar como llamando a misa, desde la torre del pueblo de San Lucas Matoni ahí estaban la octogenaria Pachita y otras personas de respeto que por sus canas y el cuero arrugado y el corazón alegre, dirían los y las que siempre tenía elevaba su autoestima para no arredrarse ante el paso de los años, que tenían 18 años y que estaban como Santa Elena cada día más buenas. Era un grupo que contra todos pronósticos conversaban cual tertulia casi al amanecer cantando alabanza como aquella que era repetida con gran fervor “en el cielo una hermosa mañana/ en el cielo una hermosa mañana/ la Guadalupana, la Guadalupana bajo del Tepeyac/ y era mexicana…” cuando a la de sin susto que de manera insólita dejando atrás achaques y miedos que empiezan a bajar a rapel de la torre de unos 15 metros, en un santiamén para que se lanzarán lo cohetones para celebrar a Tonatzin, a la Morenita del Tepeyac, Santa María de Guadalupe, y fue en el estruendo cuando la octogenaria Doña Francisca, despertara del increíble sueño cuando sonó el ferrocarril que pasaba a unos cien metros de su casa, bajar rapel eso si era una osadía pensó, lo bueno que había sido solo un sueño…
¡Chúpale pichón! le paso la botella Don Nacho después de darle un trago a la de Uruapán, el Juan no la pensó dos veces, y como becerro hambriento se dio un buen farolazo a su salud ¡Don Nacho y por el placer de estar en su pueblo! Ya entrando en calor, el viejo le hizo una seña para que lo siguiera a una habitación que parecía lo que en otro tiempo era la estancia del ferrocarril donde había fogón una mesa, sillones viejos, donde se tomaron asiento. Que bueno que viniste Jhony hace tiempo la verdad, que ya te esperábamos por acá has sido elegido para ver si la armas como un fiel representante del Granizo, un ser de las nubes, es una fortuna que no cualquier pelado tiene, ser un ser de lluvia, ni es cualquier cosa y tu vas a aprender, pero haber platícame cómo estuvo lo del rayo cuando te cayo el rayo repitió el viejo quien ya estaba forjando un cigarro que hizo brillar los ojitos de Barrancas. ¿¡A chinga cual rayo!? Respondió el Barrancas. ¿A poco ya no te acuerdas? has de haber andado perdido de briago que ya ni acuerdas le dijo claridoso Don Nacho. Un rayo, un rayo, comenzó hacer memoria Juan, el archivo le fallaba pero en lo recóndito llegaron los recuerdos, fue cuando cayó un tormentón, una tromba que ¡ay nanita! por la pulcata La Frontera donde se iba echar unas jícaras del néctar de los dioses los domingos y hasta ocasionalmente se echaba su nadadita por el río de Tlalnepantla cuando el agua era clara, allá por La Frontera, cuando todavía estaban en pie los arcos que levantaban el Acueducto que llegaba hasta la Villa de Guadalupe. Se cayó el cielo ese día y los relámpagos estaban de peso, y se guareció en uno de aquellos otrora frondosos eucaliptos que lo resguardaron, nomas escucho el estruendo y perdió el conocimiento hasta la mañana siguiente, pero pensó que había caído rendido por la ingesta de tlachicotón del verde mayaguel y aunque traía lo pelos bien chamuscados, pensó que era el champú que usaba… Ya recordaste móndrigo, no pos si Don Nacho. —Bueno pues por la venía del Jefe, del todopoderoso estas aquí para aprender y recibir una instrucción que va cambiar tu atolondrada vida Juanito, pero por hoy es más que suficiente cuando un silbido anunciando ventarrón se comenzó a escuchar estruendosamente al tiempo que entraron decenas de aves, principalmente búhos y lechuzas, poniendo de nervios y en alerta al Barrancas, pero esa es otra historia….