Podrías bajar a mi amigo, las alturas le dan pánico, solicitó el Juan Barrancas al desconocido que alzaba en hombros al Ramirrón, que pataleaba como niño chiqueado y no dejaba de proferir maldiciones, ¡bájame garrochón, ponte con uno de tu tamaño ahí está mi compadre a ver si con el si te pones sabroso hijo de Gulliver! El gigante que no media más de dos metros, sonrió, le dio varias machincuepas en el aire cual pajarillo humano que empezó a a aletear hasta que se tranquilizó como un gorrioncito zarandeado por el vendaval y sin decir pio- pio para que descendieran trastabillando, y con la mareada comenzara a cantar unas “rancheras”.
El Barrancas, fue asistir a su compa. –Ya vez para que te embalas tan heavy nopal, vámonos a descansar, ya nos salvamos de otra. Para que luego regresara a arreglar los desperfectos orgánicos que ahuyentaron a los demás y se fueron a dormir la mona para la próxima jornada… Al otro día, los compadres se pararon para asearse de la cara sucia y la manchada alma, como si llevaran fardos a cuestas se dirigieron al pocito que estaba a las afueras de la Quinta y se dieron un baño de agua fría, que los despertó para estar listos para el gran día el Aniversario de la Radio Campesina Cultural de Teocelo, aquella realidad en medio de los cafetales, de la exuberancia, de la naturaleza que no veían en la selva de concreto, donde tragaban smog, tacos de cabeza, suaperro, longaniza sin dárselas a desear. En la Tierra del Ocelote Sagrado, las plantas se prodigaban por todos lados, sobre la espesa niebla matutina y que mejor que curársela con un oloroso y caliente café que completaron con el pan de dulce, para luego de acuerdo al programa, intercambiar las experiencias comunicativas, el milagro de la comunicación de la radio a través de las ondas hertzianas, escuchar los sonidos , la música, las historias que por aquella la sierra veracruzana se filtraba a los campos, las casas de los pobladores que celebraban y luchaban por conseguir un medio de comunicación, donde había programación variada, música, que cantaban los juglares de los caminos serranos, cantando las historias de amor, del campo del “México Profundo”, como diría el difunto sabio, Guillermo Bonfil, que fue recordado por choro mareador del Barrancas, el México olvidado pero que resistía a pesar de los culebras de siempre, que los negaban, ahí estaba otros rostros, otras formas de ver la vida que no tenían que ver el barrio negro de San Lucas Matoni, ahí era más relax para contemplar el verde de la montaña, al azul de cielo que tornaba más brillante y no ocre a como estaba habituado, las aves de todos colores y tamaños le recordaron su infancia cuando en el infinito los zopilotes planeaban para hacerse de su alimento en los parajes del cerro del Tenayo.
Y recordó con alegría que también vivía en la ciudad amurallada, la Gran Tenayucan, centro del poder del Gran Tlatoani, Xólotl, que fundó su reino que se extendió por el Valle de México y ahí estaba como vestigio de aquel gran reinado la pirámide que ocupaba toda una manzana bordeada por calaveras, y por las cabezas de la serpiente emplumada, el gran Quetzalcóatl, que en los ayeres alzaba el vuelo por la bóveda celeste debajo de los barrios donde ahora los neochichimecas andaban correteando la chuleta, parando de cabeza al que se dejara, metiéndose los que no, cantando, trabajando, truqueando, y tragando lo que les daban en la pantalla televisora para continuar con la zombificación planetaria… Después del debate brindaron con aguardiente que abrió apetito, les convidaron unos tacos de arroz con pollo, frijoles que supieron a gloria, para que después iniciara el concurso de papalotes de diversas figuras octagonales, hexagonales y “palomas” que en un inmenso campo los empezaron a volar corriendo para que surcaran los aires lo que fue todo un acontecimiento….
Para que después los compas fueran a darse un rol y visitar la iglesia del pueblo, rápido, por aquello de los sustos del día anterior y recorrer la plazuela de Teocelo, donde de manera particular, daban la vuelta las chicas casamenteras y en sentido contrario los varones en edad de merecer, costumbres de aquellos lugares, –que al lugar que fueres haz lo que vieres—complacidos, hacían el Ramirrón y Barrancas cuando se iluminó y aceleró su corazón al ver al Ángel caído del cielo que había aparecido en su estancia a aquel lugar mágico y comenzó a maquinar en su cabezota de alcornoque como poder tener algo que ver con aquella chiquilla, que también lo miraba, pero esa es otra historia…
Adán Alejandro Atayde Sánchez