Norberto Hernández
Cada que viene a México Juan Carlos Monedero llena los foros donde se presenta; los canales de comunicación en internet y la televisión pública lo invitan a dialogar y él lo hace con la libertad de no estar en España y con la madurez académica y empírica con que cuenta. Es un cuadro militante de izquierda que siempre tiene algo que decir, construye un mensaje y lo coloca en el terreno de la lucha política de la izquierda; a veces desde la crítica establece ideas para reflexionar, también reconoce las contradicciones que los partidos de izquierda padecen, sufren y viven al interior de sus comités directivos. Echando mano de Benedetti, recupera el origen del conflicto permanente que ha marcado a los partidos de izquierda: “Cuanto teníamos las respuestas, nos cambiaron las preguntas”.
Una de sus aproximaciones interpretativas sobre el arribo de la izquierda al ejercicio del poder público reitera lo importante que es, para los movimientos progresistas, conservar el poder. El solo hecho de tener los gobiernos no garantiza tener el poder ni la continuidad en el ejercicio del mismo. En la misma lógica, el escritor peruano Mario Vargas Llosa, citando a Salvador Garmendia, recuerda la contrariedad de fondo de la izquierda latinoamericana, misma que actualmente está vinculada a los partidos movimiento: éramos pocos, pero bien sectarios. Superar esa disyuntiva es lo fundamental, para dar continuidad a la experiencia progresista que gobierna en México.
En lo personal tengo la impresión que el presidente Andrés Manuel López Obrador no es un cuadro o dirigente de izquierda al estilo de los movimientos socialistas o comunistas originados después de la segunda guerra mundial ni de los originados después de la caída del mundo bipolar y el ascenso del liberalismo como triunfador de la lucha de contrarios. Tampoco lo es de los movimientos de resistencia latinoamericanos surgidos en contra del intervencionismo norteamericano en Centro y Sudamérica. Más bien es un dirigente pragmático que logró construir un movimiento progresista que ahora gobierna en México; es un actor político libre de las reiteradas contradicciones de la izquierda. Esa es su fortaleza. Es un líder que cede lo menos para ganar lo más. Esa es la tendencia a seguir de la izquierda progresista.
El radicalismo de la izquierda partidaria, la combativa izquierda formada en las universidades públicas, la izquierda representada al interior de los sindicatos fueron un ícono de lucha histórica, ejemplo de resistencia, congruencia y valentía; en algún momento lucharon por el poder y esa fue su causa de fondo. Nunca estuvieron cerca de ganarlo, pero ahora lo tienen abrigados por el partido movimiento que representa el Lopezobradorismo, ya no es una posibilidad, es una realidad y el reto es ganarlo nuevamente y hacerlo crecer. Sin el poder, todos los cambios que la izquierda propone son una mera ilusión discursiva.
De ahí la importancia de la selección de los candidatos a las gubernaturas de los estados donde Morena tiene posibilidades de ganar. Elegir bien es lo importante, no el acuerdo del INE de cinco mujeres y cuatro hombres. Morena tiene documentados los estados que va a ganar. Esa no es la discusión. Lo relevante es qué candidatos a gobernadores garantizan ganar la mayoría en las cámaras de senadores y de diputados federales.
No son las encuestas, tampoco Clara o Harfuch como acaloradamente se discute entre algunos seguidores de la Cuatro T, militantes y simpatizantes de Morena. El punto de quiebre es quién o quiénes garantizan la mayoría en el Poder Legislativo federal. El pragmatismo del presidente los llevó al poder, la continuidad depende que la izquierda radical lo entienda y ayude al movimiento.