Claudia y Donald son dos mandatarios que viven momentos intensos, únicos en el devenir de cada nación que representan. Corren gobiernos paralelos solo que con realidades distintas. La mandataria mexicana cuenta con una condición operativa mejor que sus antecesores, incluso que el propio presidente, Andrés Manuel López Obrador; en tanto Donald pasa por las limitantes que impone su guerra arancelaria. Se ha peleado con todos por subir los impuestos a productos de sus propios socios. Ha sometido a los países de la OTAN a incrementar en cinco por ciento del PIB para la compra de armas y eso significa acabar con los programas sociales de los países miembros.
Claudia impulsó y concretó el rescate del Poder Judicial de la ambiciosa y corrupta minoría política y económica del país. El verdadero poder lo tenían ellos y no el presidente de la nación. Con esta acción, el Poder Judicial superó su condición de servidumbre y regresó al espacio de la división de poderes del Pacto Federal. Es decir, recuperó su autonomía para servir a todos los mexicanos y no a la élite que lo controlaba como medio para enriquecerse y gozar de impunidad. Al Poder Judicial que se fue nadie lo va a recordar, solo lo echarán de menos sus anteriores dueños. Para el pueblo, los ministros que se fueron no merecen ni el olvido.
El Poder Ejecutivo recuperó autoridad y el peso político que había perdido al ceder el control del Poder Judicial a las élites con las que en un principio cogobernó para terminar totalmente subordinado a esa minoría privilegiada. Al recomponer las relaciones de poder, Claudia asume un rol de líder en México y en mundo de las democracias occidentales. En tanto, Donald está perdiendo liderazgo como potencia global. Su poderío nació y creció después de la segunda guerra mundial, particularmente, al detonar las dos bombas atómicas en Japón. Puso las reglas en la repartición del mundo, asumió el control de los organismos internacionales e impuso el patrón dólar como moneda del comercio internacional. Pero ha perdido la guerra de Ucrania frente a Rusia, también el conflicto bélico de los doce días entre Israel e Irán. Por si no fuera suficiente, el gigante asiático, China, está derrotando al imperio gringo en la guerra comercial con nuevas rutas de la seda por todo el mundo.
Claudia, junto a López Obrador, construyeron un nuevo sistema político, regresaron el respeto a la figura presidencial. La oposición no lo ha entendido e implora la intervención norteamericana. Donald no ha logrado superar las condicionantes del llamado Estado profundo; él no es quien domina el cabildeo en su país. Tal vez, con honestidad, quiera detener la guerra en Israel y parar el drama palestino, pero los otros tienen más poder. Fue presidente apoyado por ellos y ahora no puede gobernar sin que sea condicionado.
Por todos los medios, Donald busca colgarse una victoria de algo, de lo que sea, para llegar con mejores condiciones a las elecciones intermedias. Si pierde la mayoría en una de las cámaras legislativas sería la ruina de su administración. En México, la derecha busca desesperadamente ayuda de un desesperado Donald para hacer daño político a Claudia que se ha empoderado como la líder política del país y como expresión tangible del movimiento feminista que la apoya, sin vacilar, en sus acciones como gobernante. Su alta aceptación se refleja en todas las encuestas que miden su nivel de popularidad.
La reunión de China, Rusia y la India mandaron un mensaje a Donald; Irán y Yemen le han modificado su control en Medio Oriente. Donald se desvanece, Claudia crece.

