Las ondas sonoras de la noche se colaban al espacio mórbido del Juan Barrancas, la voz aguardentosa de la Chavela Vargas resonaban en el tímpano y agitaba su atribulado corazón: “Salías del templo un día, llorona/ Cuando al pasar yo te vi/Hermoso huipil llevabas, llorona/Que la virgen te creí/Hermoso huipil llevabas, llorona/Que la virgen te creí/Si porque te quiero quieres, llorona/Quieres que te quieres más…” cuando fuera de la pantalla del videodiario apareció como una ilusión la botella tequilera del Cuervo conmemorativo, de sus Satánicas Majestades, los Rucoling Stones que había aparecido por los anaqueles del Aurrera de Santa Cecilia, la lengua larga, bizarra roja e incitante al exceso, conectó los neurotransmisores del Juan Barrancas y le hizo recordar momentos que le hacían levitar, andar en las nubes, cuando la vida era vida, y las tardes eran de ensueño, por lengüetear cada parte de su cuerpo, y sobretodo el minúsculo Monte de Venus que la hacía gemir dulcemente, cuando la sala se convertía en el paraíso perdido, las escaleras árboles frondosos donde repegaban sus cuerpos, para fornicar como unos mozuelos, a hurtadillas, dejando fluir el instinto, la lujuria, el amor, precavidos de no ser vistos por la consentida que se había ido con las amigas, eran los recuerdos que quería grabar en su historia, para que los malos momentos, se terapeaba el Juan Barrancas, para no sacarse de onda cuando ahora escuchaba a la que había amado como suspiraba y reía con alguien a través del móvil, en la recámara contigua, que no era él, mientras esperaba como insulso un milagro de San Antonio, que se le acabara el rencor y la desconfianza y lo amara donde los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl eran el paisaje y cuando el último exhalaba fumarolas expandiéndose por el universo.
Alucinaba gacho, que llegara completamente desnuda, quitara las sábanas y le susurrara “deja la almohada, abrázame y házmelo lento como me gusta” y confortablemente entumecido hiciera la faena y que el vigor no lo traicionara como luego paso con el tiempo y la disfunción eréctil le pasaran la factura por los excesos de antaño, violencia, drogas y sexo, que no perdonaban como el puto y gandaya cobrador de impuestos.
Al igual que la era del hombre en extinción presente en la vida de hoy, que los intelectuales nombraban como post-humana, lo debían ya de saber morros, jóvenes y adultos este mundo estamos desmadrando, “que la incontinencia me está chingando cada día más”, ya ni chupar a gusto podía el Johnny en la primera fase de la decadencia, se mojaba la entrepierna cuando quería chupar como gente mayor, pero ya se había prometido que ya cero azotes, que hay nopales en el piso, ya con el rabo que le crecía por volver a inflamar anís y cebada no le quitarían la alegría por la vivir.
La noche era fría la entrega de un texto pendiente no lo dejaba dormir, había dejado pasar una invitación a un rockanroll que auguraba mujeres, más parrandas y amaneceres insólitos, pero la risa traviesa y los suspiros de la prenda amada lo refrenaron, a final de cuentas como decían nada es para siempre y en el proceso del fin de aquella historia que habrían de perdonar los lectores, con Torres 10 y agua mineral Tehuacán, la locura y bestialidad de los últimos tiempos en la era del caos aligeraban el dolor y el anhelo de lo que ya se había evaporado, ya decenas de lunas y varios eclipses, no sentían aquella piel a la que se le había metido una idea en la cabeza, y era más fácil arrancarle la cabeza, algo materialmente irrealizable, que perdonar un error, pero así estaban las cosas con el Juan Barrancas, que en el debraye recordaba su confesión, las palabras a su psicoterapeuta “sé lo que tengo que hacer, pero soy un cobarde irme a la gavergaver” y la meta-psicóloga le salió con un rollo del infumable bodrio televisivo de “La Rosa de Guadalupe” que lo hizo sentir patético “me partió la madre y sin ganas de regresar a la otra consulta”.
Era verdad no aceptaba la realidad de que la temporada en el paraíso había terminado y el purgatorio no eran los próximos capítulos, nada deseable, el desamor dejaba de ser una opción para encontrar nuevos horizontes, había que agradecer al Ángel rebelde, como decía la rola: “Muchas gracias corazón /Por lo que fuiste una vez /Por todo el tiempo disfrutado /Y por tu sinceridad /Me supiste comprender /Y me llenaste de amor /Por eso siempre te querré /Aunque lo nuestro acabo /Pido a Dios /Que no sufras un tormento /Y que reine siempre en ti la felicidad/Gracias amor /Por los bellos momentos /Quiera Dios que se cumplan tus sueños /Y aunque se, que lo nuestro es pasado /Nunca voy a olvidarte/ Porque fui tan feliz /Gracias amor /Y aunque se pase el tiempo /Vivirá para siempre el recuerdo /Gracias amor por tu inmenso cariño /Todo aquello tan lindo nunca voy a olvidar … y después de escuchar a la Orquesta Guayacán el Barrancas brindo ya el taguarnis Torres 10 Cinco años, se ponía severo pero eso era lo de menos, la voz del Haragán, el Luis Álvarez alcanzó al Barrancas con la cuerdas de la guitarra: “A esa gran velocidad un impacto sería fatal/ morir así sería inusual en un loco no es usual/ mi vida está en mis manos un descuido seria mortal/ veo un camino en mi vida no sé a dónde va/ no sé adónde va/ voy a acabar esta tonada que es la canción de un perdedor/ esta dulce carcajada y cantar el ultimo rock/ lo que pasa es que solo un mal rocanrolero, es un mal rocakanrlero/ con las palabras anos amontonadas ebrias locas … y el saxofón melódico del Sopas que en paz descanse jajajajaa resonaba en el silencio ya de la medianoche, y pasarían muchas cosas por contar, pero esa es otra historia….