Al pasado no apoya el presente y el presente no abona para un mejor futuro. Esa es la lectura que nos queda al ver el comportamiento de los actores políticos en escena, o si se quiere en funciones. Luego de ver el nivel de discusión lo único que prevalece es un sentimiento de angustia que fomenta la desesperanza. Lo lamentable es que no se ve a nadie que ponga orden.
Existe un exceso de pasiones, de intereses particulares contrario al interés nacional. No se observan liderazgos capaces de conducir la toma de decisiones y asumir su responsabilidad histórica. Somos pura celebración de algo que llamamos bicentenario que fue consecuencia del esfuerzo de otros, de la lucha de los mexicanos de ayer; pero no se hace nada por escribir una nueva página de la historia patria, digna de recordar, que prevalezca a través del tiempo.
Lo inmediato es la agenda de los políticos militantes, los temas del debate nacional están en la agenda de los recuerdos y los olvidos. La piel de los actores está demasiado sensible y al menor rose se exalta, de algo que es común (o que debiera serlo) se hace un escándalo de cobertura nacional. Las plumas de cada partido salieron a relucir para batirse en duelo en contra del que sea; la cosa es que quede constancia documental que se defendió su causa. Por consecuencia, lo que debió ser un hecho más de la negociación política, se convirtió en un hecho que puso en evidencia nuestra falta de madurez política.
Desde siempre existen los acuerdos políticos, las negociaciones, los pactos entre partidos y los gobiernos. En cada uno se dan y ceden posiciones; ¿dónde está lo extraño?, tal vez, el detalle está en que se hizo público algo que se pactó en privado y eso no fue lo más efectivo o conveniente. Pero, si esa es la tendencia quién o quiénes tendrán la confianza de acudir a una mesa de diálogo, donde se acuerden acciones que después uno de los convocados lo haga público.
Cuando se tiene respeto por México, cuando se sabe y se asume la responsabilidad que se tiene en el ejercicio de un cargo público debe prevalecer el respeto a la palabra empeñada. Firmado o no, un acuerdo debe respetarse y, si uno de los actores lo incumple, comunicar al interlocutor que ha quedado sin efectos, pero en los mismos términos de su origen. Para qué el escándalo, para qué el enfrentamiento, sobre todo porque el daño no es para los actores del momento, es para el país que cada vez pierde su escasa credibilidad ante los propios y los externos. El daño hecho no se soluciona con una disculpa entre los provocadores; lamentablemente eso no revierte los efectos negativos que generan este tipo de enfrentamientos vacios.
Los medios de comunicación, las dirigencias y cuadros de élite de los partidos saturaron a los ciudadanos de declaraciones, de justificaciones y de conductas cuyo origen se debe a una mala educación. La cosa fue subirse a los medios, a la televisión y hasta a la máxima tribuna del país para decir una diarrea de palabras ausente de ideas y de razón.
Actos como el protagonizado es un ejemplo de un país subdesarrollado; no por elección de las familias y ciudadanos mexicanos sino por decisión de los políticos que ocupan los espacios donde se define el destino del país. Es terrible, pero es nuestra realidad. Se habla, se dice, pero no avanzamos. No hay modo de justificar el por qué México no sale del atraso y la pobreza teniendo un territorio, clima, recursos naturales que ya quisieran los israelíes, los palestinos, los chinos o los japoneses. La corrupción, la demagogia y el saqueo de las arcas públicas no son alternativas para el desarrollo.
Llevamos décadas de ausencia de líderes visionarios, los presidentes que han tenido la oportunidad de impulsar las reformas que requiere el país no han estado a la altura de las decisiones estructurales necesarias. El sistema político tuvo presidentes todopoderosos, pero no se forma ni se construye un líder por decreto. Seguimos instalados en el discurso que nos ata al pasado, pero que no nos deja actuar en el presente y menos nos deja construir para el futuro. Tal parece que lo mejor de un Presidente de la República es cuando llega y cuando se va porque poco hay que agradecerle. Ahí está la memoria histórica para constatar que han sido muchos los discursos, pero pocos los resultados.
Listos, bravos y dispuestos han estado varios de nuestros legisladores para subir al debate, para decir cosas sin sustento, agraviar y querer defender algo que no se puede porque es producto de la inmadurez.
Ojalá también estén listos para subir a la tribuna los acontecimientos lamentables y de terror que se viven en Tamaulipas, Veracruz, Sinaloa y Chihuahua consecuencia de la lucha entre grupos del crimen organizado; la falta de oportunidades de empleo para millones de personas en edad productiva; la quiebra del sistema de salud; el atraso creciente del sistema educativo, el asunto de los mineros, el regreso de los militares a sus cuarteles, la quiebra de PEMEX, la falta de infraestructura para el desarrollo nacional, la reforma fiscal que evite el cierre de las micro, pequeñas y medianas empresas, el bloqueo de las exportaciones del camarón al mercado de los Estados Unidos, la pobreza extrema que no se resuelve con despensas sino con empleo; y muchos otros temas de mayor relevancia para México.
Los problemas de las familias a las que están obligados a servir son de otra índole; no les interesan las luchas entre militantes de partidos. Son necesidades cotidianas e inmediatas al entorno social. Las familias quieren transporte eficiente, educación pública de calidad, agua, tener oportunidades de trabajo, que el dinero les alcance para comprar el mandado, la despensa y las medicinas. Esperemos que estas necesidades cotidianas también despierten la misma pasión de los actores políticos tan activos en un tema que resulta normal en el ejercicio de la política, misma que debe seguir construyendo acuerdos para el desarrollo del país.