Los tacos de cabeza sin dárselos a desear, están de rechupete, pruébenlos, les aseguro que van a querer repetir esta delicia de mi amigo el Serrano, recitó a los malafachas que empezaron a gruñir nomás vieron al Barrancas, los de cachete, los de lengua me echo otro taco, los de sesos, pruébenlos hijos de mi corazón, recitaba a los comensales. Ya saben aquel sabio adagio que “barriga llena corazón contento” que la casa invita, o no Serrano, se dirigió al bigotón ojeroso con su sombrero, –ya sabes Juan que tienes crédito si pagas tus deudas– repuso, mientras que con un cuchillo-machete recortaba la carne en el tronco que empleaba como tabla para refinar la de res y presentarla en la tortillas vaporizadas con su cebolla, cilantro y salsa, que degustaban todos los atrevidos del barrio que no reparaban en alguna muerte lenta por chuparse los dedos con aquella carne que solo el taquero queretano sabía que yerbas le ponía para preparar el ganado equino y vacuno en el platillo gourmet de la barriada. A la de sin susto los malacara que traían un hambre de peregrino, se empezaron a zumbar los de “surtida” con su Jarrito de piña ¡a que buenos son! Mientras el Juan Barrancas en su mente hurgaba quienes eran y porque de manera tan familiar se dirigían a su persona y reparaban buscando donde se había escabullido el príncipe Nopalzint, quien según lo acompañaba para una misión suicida.
¿Dónde se había metido cuando más lo necesitaba? Se preguntaba para también decir para sus adentros que era descortés, que primero lo embarcara, “que para acabar con la oscuridad del barrio” ni que fueran de la Comisión Federal de Electricidad, y luego se frunciera a las primeras de cambio, se veía –cavilaba el Barrancas–, tan osado con su capa de piel, penacho, sus colguijes, arcos, flechas, lanza, cuchillos y hasta un tomahoak.
Haber pásame otro cinco de maciza con pastura y salsa, y pásame otro Jarrito, pero de tamarindo, a mi otros cinco también de surtida bien copeteados, quien lo iba a pensar los inesperados invitados del Barrancas le entraban con fe hasta los de chorizo con su chile habanero sudando copiosamente, que se habían olvidado de asunto que los había llevado a encontrar a Barrancas y el Serrano pues feliz, ya casi solo quedaba el hueso sin carne de la osamenta del buey y ya hacia cuentas alegres – –Ora si mi Barrancas vas a tener que empeñar tu alma al chamuco, hasta lo que no, para pagar lo de estos pinches tragones no tiene llenadero, tráelos más seguido jajaja.
Era la mala noticia para el caminante de la ciudad amurallada quien empezó a hurgar en sus bolsillos para desembolsar lo tragado por los de la “gorra café” y no dejo de sorprenderse cuando encontró un brazalete y unos aretes de oro con incrustaciones de piedras que brillaban en la oscuridad ya de la noche, toma mi Serrano, espero que cubra lo que se empacado estos amigos, luego traigo efectivo y vengo por mis prendas, nos vemos buen provecho.
Nnnooo noo a donde y a tan aprisa mi Barrancas, no te puede ir así como si nada, si estamos aquí es para darte las gracias, a poco no te acuerdas quienes somos, el Barrancas comenzó a sudar siempre que lo buscaban extraños no era para nada bueno, venimos a darte las gracias no te acuerdas que cuando eras gente de bien, de trabajo, andabas por Motozintla, fuiste a “camellar” para poner una biblioteca que ha sido un faro de luz y conocimiento para los pobladores de aquella bendita tierra, pues te venimos a invitar a las fiestas del santo patrono San Francisco de Asís, como nos indicó el tlatoani Don Goyo, a poco no te acuerdas, el Barrancas suspiro, pues gracias allá nos vemos, mencionó ya repuesto, se despidieron dándose un abrazo y el Barrancas ya agendando un espacio para ir en próximos meses a la Sierra de Veracruz, donde alguna ocasión después de subir y subir para la montaña en el filo del camión de redilas conoció unos días aquel rincón cerca del cielo, donde después de sudar la gota gorda, preparando el mobiliario y ordenar los catálogos y libros para la biblioteca se salió a la milpa y se tiró al cielo contemplando el cielo y las nubes y saco un “cigarrillos de la guerrilla”, prendió y el humo oloroso a petate lo metió en una profundidad que casi llega al éxtasis al maravillarse con naturaleza, la paz y la magnificencia del infinito azul del cielo, cuando empezó a escuchar un silbido tenue casi imperceptible que poco a poco fue escuchándose más fuerte hasta que en segundos el chiflido se convirtió en un ventarrón que lo sacudió de sus pensamientos y la nueva para ponerse trucha…
Cuando de nueva cuenta sintió una mano sobre su espalda, ahí otra vez estaba el príncipe Nopalzint, pero ahora con una docena de guerreros, igual que él ataviados, vestidos como los habitantes de los pueblos originarios de la Tierra de En medio, con sus armas rudimentarias. Ya regrese por ti Juan Barrancas, es hora de ir a donde tenemos que cumplir nuestro misión, terminar con los envenenadores. No me digas Kimosavy, le dijo el Juan, se quitó las chinguiñas de sus oclayos y se dio de topes en el árbol que tenía a la diestra para asegurarse que lo pasaba no era más un sueño, craso error, le salió un chipote que parecía cuerno. No puede ser, yo que flautas toco Nopalzint en tu cotorreo, soy joven y no he amado. No tienes salida andando que se hace tarde. Y ya levantaba las de caminar Juan cuando unas patrullas a gran velocidad se acercaban dónde estaban los hijos del Gran Tlatoani Xólotl pero esa es otra historia…