Ya se lo habían advertido al Jhony Barrancas, no vayas a salir porque nos la tienen sentenciada, ¡ah chinga si yo no le hecho nada a esos vatos porque me amenazan! si yo soy gente de paz, refirió al chismoso del negro Farina, un afrocubanito que le gustaba fumar de la siguaraya al endemoniado, como cantaba el Daniel Santos, así como el baile y para su mala suerte del Barrancas, estaba ya en la lista de majes a distorsionarle su cara nomas por ser de la calle Batalla del 5 de mayo y andarse “comiendo” lo que no debía de la calle Padre de la Patria.
Las rencillas entre los callejeros, entre los barrios había escalado, no se podrían ver, pleitos de barriobajeros, que no le veía el sentido el Barrancas, insistía ante el pariente de los chaka zulú, Sí soy pacifista, que les pasa a esos de darse en la maraca, nomas para demostrar quienes son los más leones de la colonia, están pero bien zafados, le argumentaba al Farinolas, a quien ya habían correteado desde el baile de la fiesta del santo patrono, San Lucas Matoni, porque se puso a bailar a todas las morras y ahora sí que se las había llevado al baile. Entre ellas a las hermanas del Epigmenio que tenía una famita de desollador, ya que trabajaba en el rastro municipal y siempre andaba con el filetero amagando a los borricos, pero el Farina no se había arredrado ante la música de los tambores afrocubanos de “la mamá de los pollitos” como le decían a la Sonora Matancera que se escuchaba en el baile callejero, con la potente voz de la Celia Cruz, con aquello de ¡kimbaro-kimbara-kim-barin-bam-bam kimbara kimbara-kimbarararaaa Azúcar! Y la clásica de los rumberos “se oye el rumor de un pregonar que dice así/ el yerberito llego-llegoooo/ traigo yerba santa pa la garganta/ la ruda pa l que estornuda … y con estas yerbas se casa usted yerbero moderno…” la historia se volvía a repetir con la música cachonda, los cuerpos se tocaban, se acercaban los olores, las emociones y en una tanda ya estaba el cachondeo en el roce de las manos, las vueltas, con las cinturas exudando deseo, el cabello flotando, de los bailadores de la noche y ahí había llegado por el rumor de la fiesta, el Barrancas con “medio estoque”, bien fumigado de la juanita y con unas cagüamas, cebada en el cerebro para darse valor y junto con el Farinas saco sus mejores pasos para después de la exhibición coreográfica callejera del dance alejarse con las hermanas del Epigmenio.
El lenguaje del amor se sublimó, por aquello de la lengua recorriendo la espalda y la geografía humana de montes y bosques tupidos y húmedos que levitaron y llevaron al éxtasis a los mozalbetes bajo la sombra de los pirus, agitados cuando escucharon las voces del vigilante de la honra familiar ¡hijas de su chi… ta-ta-ta-ta-ta y los deshonrantes corceles no esperaron los recordatorios familiares y píes para que liebres quiero, la sentencia se escucho a lo lejos ¡pero los he de topar hijos de ta-ta-ta-ta al tiempos que unos tabicazos rozaron la cabezota del Jhony quien trastabillo en la oscuridad de la noche, y recordó más vale que digan aquí corrió que aquí quedo…
La chamana salió de la casa, ya entrada la noche, una lechuza irrumpió el horizonte, su rasante vuelo por la rivera, puso en alerta a Doña Francisca, todavía tenía buenos ojos para mirar en la penumbra y ya sabía dónde encontrar lo que buscaba, unas yerbas para un ser querido que esta todo desencajado, andaba como borracho, pero hacía tiempo que ya no probaba gota de alcohol y atolondrado, no escuchaba, pero no estaba sordo. Era buena hora para recoger unas plantitas que ya estaban en descanso, empezó a recoger romero, albahaca, ruda y otras más para retirar los espíritus del mal, también busco un ramo de pirú, “el árbol mágico” decía, que por años ha ayudado a la débil y frágil humanidad con su aroma lechoso, Esos árboles frondosos, platicaba, esos cojollos de pirú que derramaban bienestar en el alma del enfermo con su sabia a través del os tiempos.
Su secreto era como preparar el brebaje de la curación, se remojaban los epazotes, el verde que significa la naturaleza, el morado que tiene que ver con la tierra y el conocido como epazote del zorrillo, sin agraviar a los presentes, poco conocido por el común de la gente que compenetra la sabiduría que recoge con su aroma “a los enemigos del mal”, relataba doña Pachis, quien era ya le pegaba a mas de los ochenta años y era respetada y querida por saber “curar del espanto” a chicos y grandes, aunque ya casi no curaba por ya estaba grande y se cansaba, “se necesita mucha fuerza para sacar los sustos decía y más cuando traes más de uno por lo regular”. También usaba el alcohol alcanforado que venía siendo como el jugo de la tierra.
El ritual si se le podía llamar así a la curación, era un martes o viernes, le habían anticipado a aquel quejumbroso timorato, todo bien lelo, suato, sin fuerza, como de otro planeta. El sol irradiaba a todo lo que daba en la azotea, donde ya estaban dispuestos los petates y unas sabanas que fungían como cama para ayudara a Juanito Barrancas que se veía irreconocible, “andas en malos pasos” le diagnosticaron, en traje de Adán ensabanado como un fiel difunto, para desnudar también sus corrompida alma y recoger “las impurezas que ni has de tener”.
¿Qué vienes cargando de oquis condenado donde te has metido? le preguntaba Pachita al enfermito, el recogimiento de los espíritus chocarreros comenzó, la chamana se encomendó a los cuatros puntos cardinales, norte, sur, este, oeste y comenzó a rezar a pedirles al “Padre Bendito, al hijo y al espíritu santo” que le diera la sabiduría para la sanación, mientras untaba el menjurje y untar y untar hasta quedar todo infurtado de aquellas yerbas, de la cabeza a los pies, y luego darle de beber los famosos “espíritus de tomar”, ya que los de untar pues ya hacían su labor con los rayos del sol, en el cuerpo ensabanado cual momia de Guanajuato mientras decía Pachis “Santísima Trinidad protectora de los desamparados en este Valle de Lagrimas saca los males y dolencias de este cuerpo” que ya llevaba cuando menos un litro de alcohol y plantas embadurnado encobijado en una sábana blanca como si fuera la última que se fuera arropar el Barrancas, quien entro en un sopor que lo llevo a una profundidad que lo liberaría de un carga, todo era cuestión de esperar y que “el sol haga su trabajo como rey de las alturas para que el cuerpo sude y desaloje las impureza que venía cargando: la envidia, el resentimiento que ni le hayan a eso los humanos, el odio, que es raro en el mundo, para que no quede nada del dolor en esa alma dormida como sedada, si se hubiera tomado medio frasco de melatonina. Pero que se reconfortaría al día siguiente con un baño de agua tibia o un temazcal para que se vaya todo recogiste ya la distancia solo quedaran los recuerdos, escuchaba el Jhony Barrancas, quien ya se sentía listo para la otra, que hasta juro por la virgencita de Guadalupe que cuando menos dejaría de chupar y fumar de la juanita cuando abrió los ojotes y como niño volvió a ver los colores y la vida de otra manera, ese domingo ya se alistaba para dar una visita a la Basílica de la Guadalupana y ya iba en camino para abordar el “guajolojet” de los “Indios Verdes-Basílica”, pero no contaba que al dar la vuelta en la parada del camión se encontraba “su cuñado” el Epigmenio, quien le había lanzado la maldición gitana, pero esa es otra historia….