El Barrancas siempre se la pasaba en el agua, la humedad corría por sus venas y otros venenos que aceleraban su flujo sanguíneo, la velocidad lo estrellaba de nuevo, la lluvia torrencial de la tarde-noche no le incomodaba por otra parte, bailando sobre la lluvia, se sentía transportado a Hollywood, su mente trasnochada recordaba para variar las noches del Cine en el 11, del canal del Instituto Politécnico Nacional, donde hacía siglos la guapa Liza Owen iluminaba la pantalla nocturna con su salvaje y sofisticada hermosura, risos en blanco y negro, ojos claros en blanco y negro y a la de sin susto recetaba la sinopsis del filme que iría a presentar para los cine-noctámbulos. El Juan Barrancas tenía su membrecía, se subía a su “cantón” se fumaba el cigarrillo de mota marca dormilón y ahí en su camastro disfrutaba de las obras del séptimo arte, la de “Cantando bajo la lluvia” no fue la excepción, cuando el actor Fred Astaire, un bailarín de grandes vuelos ja, que movía los pies como orate debidamente sincronizado al ritmo del tap, se andaba enamorando de una chica guapa y levitaba, brincaba con la lluvia, llevaba sincopadamente el ritmo, saltando en charco, y los que se aparecían, dando vueltas al farol, sin temor a electrocutarse. Ahí el Barrancas en la plaza pública, después de un coctel con Prozac, antidepresivo a prueba de toda realidad, y jugo de naranja con vodka Smirnof y unas cervezas Victoria, no le pedía nada al frío ni a la humedad, de cualquier manera, desafiante de la gravedad y de las buenas costumbres le valía dos puras y dos con sal que ya tuviera público, mirones que los admiraban y se sorprendían de sus giros cual bailarín de la escuela de Nureyev el ruso, y otros que de manera morbosa esperaba que diera el batacazo, entre las risas que provocaban sus desfiguros en el ocaso de la jornada. Alguien lo vaticino y hasta aposto unos “varos” a que daba el “changazo” y el pachuco bailarín “azoto la res”, fue el grito del pulsador de la suerte, si así me fuera en pronósticos ya seria millonario exclamo el agorero. El Barrancas para su fortuna cayo del lado del prado convertido en un colchón de lodo que lo hundió en un profundo dolor que lo traslado a la inconsciencia, al sueño profundo, al juego con la muerte, un golpe más cerca de la choya en la loza de la jardinera y no lo hubiera contado, solo hizo una cama con la figura de lomo cual Oso Teddy y quedo yerto, los demás se acercaron a ver si tenía algo de valor, pero al ver que no prendía nada de él lo dejaron durmiendo la mona al tiempo que cesaba la tormenta de agosto cuando llegaron unos perros a husmearlo para recostarse junto a él…
La noche avanzo. “La hora el lobo” del horario de verano, otro crimen capitalista contra los zombis, también hacía estragos en los estudiantes del gobierno de la democracia autoritaria que sojuzgaban y traían bien medidos y cortos a los zombis y seres humanoides que pululaban por el Valle del Caos, como hongos en temporada . ¡Ximena ya es hora de ir a la escuela! escucho decir a su madre que la descobijo a las cinco de la madrugada para que no llegara tarde a la secu, por el barrio de Labor City, en la Tierras de los tules, nada que ver con aquello de que alguien proclamaba ser Tuleño, las escuelas de educación media del barrio estaban algo desacreditadas, cualquier “Clase 1984”, donde el bulling, los grafitis, las drogas y la ingobernabilidad permeaban las aulas y las calles, las narcotiendas tenían asoleados al vecindario y por eso Ximena tenía que trasladarse más adelante, allá por Tequexquinahuac, a una hora de camino, tráfico intenso, “laminazos”, adrenalina y peligro para “corretear la chuleta” como cantaba el doctor Shanka: “en la hora del lobo yo me levanto/ no me dan ganas de ir a trabajar, me subo a la combi donde va que va la clase de obrera de mi ciudad/ en un mundo globalizado! donde la gente jodida no tiene lugar… Somnolienta la colegiala de doce años se lavo la carita con agua y con jabón, se desenredo el pelo con su peine de marfil y apuro a planchar la falda de cuadro escoses, y en fa uniformarse para tomarse un café y un pan y prepararse algo para salir a la escuela “Niños Héroes” y como le decía su mamá buscarse un porvenir, un futuro. Ximena salió encomendándose a San Miguel Arcángel, el cielo negro era apabullante, las sombras de la noche no se diluían y el horario de entrada del trinar de los pájaros no anunciaba el amanecer, corrió a la parada del camión ya muchos salían “al jale”, al “camello” nuestro de cada día, mientras ella con espíritu y coraje cargaba la pesada mochila pronto abordo “el guajolojet”, alcanzó lugar por una ventana, pero en tres paradas ya el camión iba hasta el full, de palomita por el estribo, el chafirete hosco gritaba golpeado a la banda “recorriéndose para atrás, el pasillo e para dos filas, dos filas! Ya para salir a la avenida Gustavo Baz por el Dóminos Pizza, la mala suerte apareció, tres encapuchados se subieron y no por el frío, sacaron la matona a la de sin susto y gritaron la clásica de la madrugada de ¡esto es un asalto ya se los cargo pifas, suéltenle la lana si no quieren que se lo lleve la chingada! Ximena los había visto subir de reojo por la ventana e inmediatamente guardo diez pesos que le había dado sus madre para el regreso a casa y guardo el celular marca Nokia que le regaló su papa el día de sus cumple, solo reservó nerviosa cinco pesos cuando pasaron los madrugadores amantes de lo ajeno. Bolsearon a todo el personal y se bajaron como rayo, el silencio del ultraje se hizo pesado como una losa un costal de fierros, para luego escuchar algunos sollozos, ayés de dolor y maldiciones ¡pinches rateros hijos de la chingada porque no se van a robar a los ricos pero así les ha de ir a eso desgraciados! Soltó una señora que torcida como la mayoría que se sintió a salvo porque ¡luego hay muertitos! y de la policía ni sus luces. El trayecto a la escuela se hizo eterno, Ximena se quedo muda, pasmada en su segunda semana de clases ya comenzaba el Curso intensivo del caos. Se bajo y corrió a la entrada del plantel escolar donde ya sus compañeros apresuraban el paso al salón de clases, subió apurada al tercer piso, se sentó como autómata desesperada conteniendo el llanto, hasta que apareció Yolotzín a un lado de su mesabanco, ya no puedo más imploró “Necesitó un abrazo por favor” y lágrimas corrieron por sus mejillas, ¿qué tienes qué pasa? dijo sorprendida su compañera. Y desmenuzo el peligro de la madrugada para llegar a la secu de la “Niños Héroes”…
Los trinos de lo pajarillos y un escozor que le carcomía la piel, despertó el Juan Barrancas, los perros se repegaban a su humanidad y un dolor de huesos, la espalda principalmente le calaba, miro las estrellas en la penumbra del nuevo día que ya se anunciaba con el vuelo de las aves y el ruido de los acelerones de los camiones, claxonazos de cafres neuróticos, y tamaleros pedaleando en su triciclo “de dulce verde y de mole lleve sus ricos tamales” que iniciaban la actividad. Se sintió solo, como un perro sin hueso, molido el cuerpo, abrumado desfalleciente, con pensamientos negativos había pasado el efecto del Prozac, “soy un bueno para nada”, que hacia ahí todo lleno de lodo, con hambre y sed y un dolorazo de cabeza, sin que le importase a nadie, de cualquier manera eso no importaba, por lo que se acurruco con sus compañeros de viaje nocturno, para regresar a dormir la mona, no tenía que ir a ningún lado y nadie lo esperaba en alguna parte, cuando para variar los conocidos de siempre aparecieron, unos uniformados ya venían y no propiamente a saludarlo, pero esa es otra historia…