En los años recientes, al menos en los últimos veinte, Michoacán es conocido por el dominio que ejercen los narcotraficantes en su territorio. También se escucha que no son los aguacates, los limones, las guayabas, la charanda ni las guitarras el producto de mayor exportación ni los de mayor rentabilidad económica para la entidad. Su lugar fue ocupado por el tráfico de drogas, en particular, la producción y exportación de drogas sintéticas.
Ese estado próspero, lleno de tradición, de vida heroica, de hombres ilustres por su contribución a la historia Patria, pasó a ser dominio de personas a quienes se les reconocen cualidades y virtudes criminales; pronto la nota roja dio cuenta de figuras como Jesús Amezcua Contreras, mejor conocido como el “Rey de la Metanfetaminas”; Nazario Moreno González, alias “el Chayo o el más loco”; José de Jesús Méndez Vargas, alias “el Chango”; Dionisio Loya Plancarte alias “el Tío”; y el popular Servando Gómez Martínez alias “la Tuta”, maestro rural en el municipio de Arteaga, que siendo fundador y miembro del grupo criminal conocido como “la Familia Michoacana”, cobró su sueldo como docente hasta el 2009. La Tuta pronto tuvo el control del narcotráfico en la entidad y fundó la organización de “los Caballeros Templarios” con el que sembró el terror en la región.
Por su habilidad y destreza criminales controló la vida pública de Michoacán, aunque los líderes políticos y la clase gobernante se nieguen a aceptarlo. Fue “el Gran Jefe” por el que pasaban decisiones de gobierno, el nombramiento de cargos públicos, incluso de las propias fuerzas de seguridad. Por su agilidad para reaccionar fue el terror de los políticos coludidos con el narcotráfico que no dejaban de pensar en el momento que la Tuta diera a conocer algún video donde salieran dialogando con el sujeto al que supuestamente estaban combatiendo. El propio Secretario General de Gobierno y un hijo del gobernador acudían a entrevistas con el jefe de los Caballeros Templarios a informar de su accionar y recibir línea de cómo debían actuar ante la presión por detenerlo.
Mientras los narcotraficantes asumían el control territorial y luego se enfrentaban entre ellos por ejercer su dominio, la clase política de los tres partidos con mayor fuerza en la entidad simulan hacer valer el Estado de derecho y se disputan, vía elecciones, el limitado pero atractivo control del erario público. El poder está en otra parte, por lo que se concentran, única y exclusivamente, en buscar el control administrativo del presupuesto. Nada que hacer para que la población vea en su autoridad a su defensor, al fiel de la balanza entre particulares. Incluso, la aplicación de la justicia ha sido buscada en el liderazgo de personajes como la Tuta. Acudieron a él para llegar a acuerdos que la autoridad estaba obligada a proporcionar legal y legítimamente. Ejemplos sobran, pero la clase gobernante ni sufre ni se acongoja. Total venga a nos el presupuesto y que la ciudadanía vaya a donde quiera a pedir justicia y si es con el jefe de plaza mejor.
Del lado de la justicia, todo es simulación. La división de poderes, la existencia y razón de ser de los partidos políticos, el gobernador, los diputados locales, federales, los senadores, los magistrados y una larga lista de autoridades obligadas por la Constitución Federal y la local son entes pasivos y subordinados ante el poder real y efectivo de la fuerza económica y armada de los narcotraficantes. Esta tierra que nunca fue vencida por los mexicas, que luchó hasta lo último contra los conquistadores españoles luego de que los europeos vencieran al poderoso imperio de Cuauhtémoc vive bajo un nuevo dominio: el del crimen organizado.
Ante este oscuro escenario, ante esta desgracia provocada por la corrupción y la indiferencia de la autoridad misma, es oportuno recordar momentos de grandeza que han dado a los michoacanos identidad y orgullo propio. Parece que se han olvidado esos nombres y hombres que le han hecho bien a Michoacán o tal pareciera que no existieron. La memoria inmediata sólo registra a los grupos criminales que se han construido todo un andamiaje que se sostiene desde los narcocorridos, la práctica de ritos satánicos, la supuesta ayuda social, el desplazamiento de la autoridad legalmente constituida en la impartición de justicia hasta en la promoción del rezo a “San Naza”, una cualidad religiosa que atribuyen al líder criminal Nazario Moreno González.
Si Colombia tiene en Gabriel García Márquez, en Shakira y en Fernando Botero a personalidades que lo distinguen más allá de la presencia y poder de los cárteles de la droga como los de Medellín, Cali y el del Norte del Valle del Cauca; Michoacán tiene en el fraile Vasco de Quiroga a un hombre lleno de virtudes humanas que luchó hasta el límite de su capacidad y fuerzas por defender a los michoacanos del trato despiadado e inhumano que recibían de los españoles conquistadores. Nada más tratemos de imaginar el tamaño del reto que cargo a cuestas el fraile Quiroga para dimensionar el valor que tenía para desafiar los tiempos de la instauración de la Nueva España, de las encomiendas y los corregimientos. Esa grandeza merece la pena compartirla para recuperar la fe y la esperanza de que si es posible cambiar la realidad adversa que padece la población que aquél generoso fraile se empeño en defender.
Si bien, es a fray Juan de San Miguel a quien se atribuye la fundación de hospitales en Michoacán, los más famosos fueron construidos por Don Vasco de Quiroga, uno por los rumbos de Tacubaya y el otro en Michoacán, a la ribera del Lago de Pátzcuaro; ambos conocidos como hospitales de San Fe. En su libro “Resumen Integral de México a Través de los Siglos” el General Vicente Riva Palacio describe que cada uno constaba de una casa común para los enfermos y para los directores; de casas para los congregados, llamadas familias, porque en ellas vivían todos los miembros de una familia, con huerto y jardín anexo; y de casas de campo, para siembras y ganadería. El trabajo en común era obligatorio seis horas diarias. Había escuelas para los niños, que dos veces por semana asistían a los trabajos mayores por vía de aprendizaje. Las cosechas se repartían por igual entre todos, y una parte importante se distribuía entre los pobres. Al que tenía mala conducta, se le expulsaba, y no se consentían pleitos ni litigios.
Desde la construcción de su primer pueblo hospital, Vasco de Quiroga tuvo como objetivo crear un lugar donde los indios fueran educados por frailes para vivir de un modo cristiano, llevar a cabo conversiones y realizar misiones misericordiosas entre los enfermos. Ese fue el espíritu de su esfuerzo que explicó en una carta dirigida al Consejo de Indias en agosto de 1531. Desafortunadamente, su existencia real fue breve y la población integrada pequeña; sin embargo, los hospitales de Santa Fe fueron el más puro de los esfuerzos para remodelar la vida indígena en términos cristianos humanistas y como expresión práctica de la convicción intelectual y moral de los primeros misioneros en México.
En una apreciación del mismo general Riva Palacio, destaca que Don Vasco, buscando que los pueblos de Michoacán necesitasen siempre unos de otros, dedicó a cada uno a un arte u oficio. Ordenó que en Capula se traficase en el corte de madera; en Cocupau, que hoy se llama Quiroga, que se labrasen y pintasen cajas de madera; que en Uruapan se fabricacen jícaras notablemente pintadas y barnizadas; en Feremendo estableció la fabricación de calzados; la música en Paracho; en Tzintzuntzan y en Patamba la alfarería; en San Felipe todas las manufacturas de hierro; y así en otros muchos pueblos.
Vasco de Quiroga, mejor conocido como Tata Vasco, era un hombre letrado, que estudió en la Universidad de Salamanca, llegó a ser considerado como el miembro más notable durante la Segunda Audiencia instaurada en Nueva España. Entre las cualidades que más se reconocen a Tata Vasco fue su abierta oposición al maltrato de los indios. “Nunca he visto las abominaciones de que les acusan quienes desean difamarlos [sino que las] personas que tienen indios a su servicio los usan no como hombres, sino como bestias y aún peor”. Siempre se opuso a que los trataran como esclavos, acción que consideraba una invención del demonio.
Sin duda, no fue fácil luchar contra los abusos cometidos por los encomenderos españoles, pero la historia registra los esfuerzos de personas como Vasco de Quiroga en favor de los derechos de los indios y no al europeo violento y poderoso. Esa es la razón por lo que los michoacanos no deben permitir que su historia, que es grande y victoriosa, sea dominada por la presencia de criminales que tal pareciera son los mismos enemigos que el fraile enfrentó. Tata Vasco seguramente combatiría el maltrato del que son víctimas los michoacanos y usaría todos los recursos que brindan los medios de comunicación para denunciar la corrupción de la autoridad que lo solapa y permite.