Amaneció, y con un sabor seco en la boca despertó el Jhony Barrancas, abrazo su almohada toda mojada al igual que la sábana de la cama, aquello era una humedad que hasta pensó si había bebido de más en la noches o estaba-mas-turbado que de costumbre. Pero su cerebro no daba para más que un vacío, no podía pensar en nada, su mente estaba en blanco y no era para menos, con el coctel que había venido ingiriendo desde hace unos días, su madreada humanidad le cobraba de nuevo las facturas a su desinhibida forma de conducirse por lo que llaman vida. El corazón ya no lo sentía, no le importaba nada en la vida, desde que una chica le había hecho añicos el sangrante órgano vital, que dicen mueve fronteras invisibles, hombres y mujeres para sentirse amados. Ya llevaba varios meses en que andaba bien azotado, “no te azotes que haya chayotes” escuchaba, pero lo único interesante que se le ocurría hacer para calmar esa ansiedad, ese furibundo huracán de la locura, era beber, beber, fumar y drogarse, y medio trabajar para conseguirse de sus “golosinas”, así le llamaba a los estupefacientes que lo llevaban al Nirvana, pero que también lo descendían al más quemante de los infiernos.
En automático se paro como un zombi de Sahuayo y se dirigió a la mesita que estaba en medio de aquel desastre y para su suerte encontró una botellita de anís, tomo del dulzón elixir para revivir las neuronas y se sentó en el borde de la cama, por largos minutos hasta que el estruendo ruido de la locomotora que pasaba a unas leguas lo sacudió haciendo trizas su sentidos y temiendo explotar sus cabeza, maldijo a los ferrocarrileros por su estampa y volvió a hurgar a buscando algún soma que lo pudiera recuperar.
Para saber que estaba pasando, removió unos libros que tenía junto algunos textos y encontró una “chicharra” de mariguana verde limón que le había regalado el Negro Farina. Encendió el mini-cigarrillo y jaló a todo pulmón, para tirarse de nuevo al camastro quedándose todo ido, le llego la pálida y se desvaneció inexorablemente, su corazón se quería ir de viaje al Mictlán…
El camión había llegado puntual a la escuela primaria, eran las siete y media de la mañana, tenía por nombre aquel “político de hierro” sobre el cual se contaban innumerables leyendas, que era bien jijo y había cerrado antros en el D.F. era la “Regente Uruchurtu”, y el centro escolar estaba en la colonia San José de la Escalera, ubicada frente a la Iglesia del santo de la devoción del mismo nombre. Los alumnos del grupo del maestro Gabino estaban listos, nerviosos por la aventura que les depararía aquel día salían con destino a San Juan Teotihuacán, el maestro era querido por sus alumnos, contaba unas historias de su pueblo que eran increíbles para los infantes de aquel lugar, y los paseos eran el premio a lo bien portados. Ya había visitado el Museo de Historia Natural y ahora tocaba el turno aquel legado de la antigua civilización que había poblado los territorios simbólicos de México, el Tizóc, era un estudiante regular, tímido, le costaba sobrepasar la carrilla, que ahora conocen como bulling, le cargaban la mano los grandotes y lo traían asoleado, si no fuera por Ernesto Bastida, su compañero de mesabanco, que lo había adoptado como casi como hermano y con su corpulencia lo defendía, iban felices y para buen cotorreo del alumnado, comenzaron a canturrear aquella clásica de “acelérale chofer, acelérale chofer que te viene persiguiendo la mamá de tu mujer…” y el cafre feliz recorriendo aquellas carreteras que conducían al tesoro de las ruinas donde “Los hombres se convierten en dioses”, el bus llego en fa con el cafre del volante y más con los canticos de los mini-hooligans. Los ojos de los pequeños mortales los abrieron más cuando vieron las monumentales pirámides del Sol y la Luna, donde sacaron el bofe pero se maravillaron cuando subieron la escalinata y observaban desde la cima del observatorio lunar y solar las pequeñez de los que caminaban por “La Calzada de los muertos”, y luego el calor los agobio y salieron para calamar la “jaira” y la sed, las tortas que mando la mano de la madre y los Boings Pascual cuando eran tetrapakc, y juntaron los tostones cuando todavía sonaban los Morelos de 0.20 plata de ley. La Piedra del Sol, en miniatura de barro negro, fue el suvenir que mandaron los antepasados para dar testificación en el hogar paterno que habían asistido al lugar mágico cosmogónico donde Quetzalcóatl, la Serpiente emplumada volaba rasante para hipnotizar a los paseantes y turistas… El regreso del viaje se convirtió en psicodélico cuando surgieron de las bocinas algunas rolas del Sargent´s Pepper, de Los Beatles y la movida rola del monkmerrymoonlihgt de los Wins con Mac McCartney se rayó para completar el viaje a las entrañas del pasado después de que decenas de mariposas y chapulines le dieron la despedida…
El dolor de cabeza mermó después de que avanzo el día y luego la noche cubrió con su manto oscuro la Tierra de Xólotl, los perros empezaron a ladrar a las sombras y los espíritus chocarreros, mientras el Juan Barrancas recuperaba el hálito, soñando en su traspaso a algún umbral que caía como plomo al centro del Mictlán y ahí se encontraban a los naguales de su vida pasada, unos gigantes perros negros que lo molonqueaban a placer hasta hacerlo aullar como coyote aaauuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu. Para luego llegara una gárgola, un ser alado con cabeza de macho cabrío y lo levantara en vilo para arrojarlo a la orilla del río de los Remedios cuando todavía corría agua limpia que se trastoco en violeta y las víboras de agua se le enredaban en el cuerpo. El desdoblamiento lo fatigo pero despertó con el ruido y las imágenes que salieron de su calavera, empezó a recuperar lo acontecido la noche anterior, había estado brindando con vodka Absolut, primero en Bar Toño para terminar en la cantina El Sol escribiendo sus cuitas de amor al desamor por todas las mujeres que lo habían abandonado y que pensaba igual gracias debería darles por la felicidad, ya exiliada de su vida, luego en automático fue por la droga del diablo, en busca de sus amigos para no sentirse tan sólo, pero por algo no los encontró, y en el cuatro llantas rodantes de huele, trepo a una tulpa, una chupa hombres que lo abandonado en el hotel México, sin un clavo y con un sentimiento de soledad más profundo que jamás había sentido, de repente entraron por la ventana unas luciérnagas cual linternas fantásticas que se colaron iluminado la penumbra y una voz que lo nombraba “Barrancas ya venimos por ti tu corazón esta petrificado… y el Juan empezó a llorar de alegría, pero esa es otra historia