La casa de Juan Diego está descuidada y es momento de corregir. No puedo quedarme callado, no sería correcto después de ver el trabajo que cientos de familias entregaron, por varios años, para recuperar y dignificar la Iglesia del Cerrito, la casa de San Juan Diego. De un día para otro nos enteramos que el párroco Alejando Torres ya no seguiría conduciendo los trabajos de una de las iglesias íconos del acontecimiento guadalupano. Por décadas, ese espacio estuvo abandonado; cuando él llegó asumió el reto y dio pasos en firme para levantar este sitio histórico y sagrado.
En esta iglesia tuvo lugar el primer milagro terrenal de la virgen al interceder en la sanación del vidente Juan Bernardino, tío de Juan Diego que en diciembre de 1531, caminó hacia Tlatelolco en busca de un sacerdote que confesara a su pariente gravemente enfermo. La virgen lo confortó diciéndole que no se preocupara, que su tío no moriría. En consecuencia ella le pidió que cumpliera sus instrucciones y llevara las flores como prueba de su presencia ante el obispo fray Juan de Zumárraga; dando lugar a la estampación del rostro mestizo de la Virgen de Guadalupe en el ayate del indio de Cuautitlán, del barrio de Tlayacac. Durante su aparición en el lecho de muerte de Juan Bernardino, al que sanó del cocolixtli, enfermedad mortal para los indígenas de la época, le reveló el nombre de Guadalupe, con el que quería ser conocida.
Esta tradición oral, trasmitida de generación en generación, es patrimonio de la feligresía, en particular, de los habitantes originales de Cuautitlán. Por ello, es importante hacer todo lo posible para que siga en la mente de las generaciones presentes y futuras. Y que los jóvenes de ahora conozcan y se comprometan a darle continuidad, porque es un valor digno de preservar. Más allá de ser o no creyente, el acontecimiento guadalupano tiene en la Iglesia del Cerrito elementos de profundo significado histórico y que formaron parte de un nuevo proceso cultural para la vida cristiana en México y toda América, surgido durante la época colonial, detonado por las apariciones de la virgen a Juan Diego y por la estampación de la imagen en el ayate del indio.
Este es el fondo que inspiraba el esfuerzo diario del grupo de trabajo del padre Alejandro, en su mayoría personas sencillas de Cuautitlán y de la región que abarca la Diócesis. Necesidades había y sigue habiendo muchas, pero la decisión era hacer mejoras, a pesar de las dificultades económicas. Su partida fue un balde de agua fría para el entusiasmo que se había generado. No se entendió su partida, pero se acató. Lo hecho está ahí, no se puede engañar a nadie, tal vez no corresponde al tamaño del reto, pero lo construido se impulsó con enorme cariño y amor por dignificar la casa del hijo de Cuautitlán, de San Juan Diego, primer indígena laico de toda América, en ser elevado a los altares e inscrito en el Catálogo de los Santos.
Tristemente, lo que se había avanzado parece que ya no tiene los cuidados que se requieren y el lugar que tanto se luchó por dignificar está desmejorando. Poco antes de la salida del padre Alejandro se prohibió, por una instrucción superior según sé, el cobro voluntario del estacionamiento, pago que gustosamente hacían los fieles, porque era una forma de contribuir a la nueva causa de Juan Diego.
De un día para otro, se cerró una fuente de los de por sí limitados ingresos. Pero más allá de los recursos derivados de la cuota voluntaria de los feligreses, la decisión afectó la asistencia a la iglesia por lo difícil que resulta encontrar un lugar para estacionarse; de hecho, sin vehículo es complicado que las personas mayores y los niños puedan cruzar la calle para entrar a la iglesia. No hay semáforos ni señalamientos que obliguen a los conductores a moderar su velocidad. De vez en cuando hay un policía que en vez de ayudar a los transeúntes, se pone vivo para corretear a los vehículos de carga, peseros o micros para otros fines. Ahora nuevamente se permite el acceso al estacionamiento, pero esta vez ya se cobran diez pesos obligadamente.
En esos tiempos tampoco había baños, incluso el presidente municipal de Cuautitlán, Francisco Fernández Clamont, se había comprometido públicamente a construirlos, incluso firmó pero nunca llevó a cabo la obra; fue entonces que el padre se dio a la tarea de buscar el apoyo para construir instalaciones sanitarias dignas de una sitio tan destacado en el hecho guadalupano. Logró el financiamiento y terminó una obra solicitada durante décadas; justamente se inauguraron el día de la celebración de San Juan Diego, es decir el nueve de diciembre. Cuando los baños entraron en funcionamiento, dos personas eran las responsables de tenerlos limpios y en buen estado; una lo hacía por la mañana y otra por la tarde y cada una recibía una compensación por su esfuerzo de seis cientos pesos semanales.
Todos los usuarios estaban contentos por el servicio y lo expresaban cotidianamente a quienes eran responsables de tenerlos limpios. Lamentablemente, esas instalaciones tan reconocidas ahora están en el abandono, sucias, el equipo venido a menos y las instalaciones mal olientes y en franco deterioro.
La parte de atrás de los baños es ocupado como depósito de basura y de un montón de trebejos que dan un aspecto deprimente, el área verde que rodea uno de los costados de los baños está llena de arbustos que crecen por falta de limpieza, hasta el letrero de la entrada a los servicios deja mucho que desear, de hecho tampoco hay papel ni jabón para lavarse las manos, ¿Cómo le harán los niños del catecismo?. El costo de la obra, el padre Alejandro la sigue pagando con grandes esfuerzos semana a semana. No es justo que algo tan elemental como es el servicio de sanitarios se esté dejando de lado, sin pensar que los asistentes a la iglesia los requieren prioritariamente.
El frente de la capilla de Guadalupe, es decir, la de mayor tradición y que es conocida como “el cerrito”, más el patio colindante con el frente de la nave mayor, que sigue en construcción, se mantenían con la mayor limpieza posible. El viejo Don Fabián se esmeraba para barrer ese espacio, que realmente era grande para una sola persona, pero no se echaba para atrás y ponía toda su energía en sacar adelante su trabajo. Lo que se observa ahora es un patio abandonado, sucio, con tanto lodo y tierra que Don Fabián no lo permitiría. En días de celebración, todos los grupos le ponían ganas a limpiar el sitio para recibir a los visitantes y los fieles; incluso desde el viernes se preparaba el atrio para las ventas de antojitos y otros productos los días sábado y domingo. Había emoción y gusto; ahora el lugar parece nuevamente abandonado.
El frente de la hermosa capilla de Guadalupe ha sido afectado por una construcción de lona y tubular que le quita y afecta su imagen y tradición. En el local se venden artículos religiosos, eso puede estar bien para hacerse de recursos y seguir con la construcción de la obra, pero no en ese sitio que le resta imagen a un monumento bicentenario. Llegar y hacer modificaciones sin ton ni son va en detrimento del patrimonio del sitio y más cuando esta iglesia forma parte del proceso de evangelización promovido desde la llegada de los primeros misioneros a la colonia en 1524 y que tuvo un mayor impulso después de las apariciones de la virgen en el Cerro del Tepeyac. Nada más y nada menos es la casa de los videntes Juan Diego y Juan Bernardino y es el sitio sagrado de México y América, donde se dio la Quinta Aparición de la Virgen de Guadalupe.
Los señalamientos no son una protesta ni un reclamo, es un llamado para que él o los responsables que están al frente de los trabajos de la casa de San Juan Diego retomen el rumbo y lo hagan prudentemente, de una forma integral. El fin del llamado es unir esfuerzos para hacerlo mejor, en coordinación con las familias del pueblo de Cuautitlán y los demás grupos organizados de los municipios que integran la Diócesis. Desde luego que puede resultar incómodo, pero ese es el principio de tomar mejores decisiones. No se trata de volver a empezar, por el contrario, es dar continuidad a lo que estaba bien y superar lo que merezca ser corregido o reorientado.
Vale la pena dialogar y establecer qué es lo mejor para que siga mejorando la Casa de San Juan Diego, de donde salió el 9 de diciembre de 1531 a encontrarse con su destino y llevarse en hombros, su persona sencilla y humilde la fundación de una nación unida por la fe en Guadalupe, la virgen más celebrada en el mundo; no hay peregrinaciones en ninguna parte como las que recibe la morenita del Tepeyac.