Arrastrando la cobija, el Juan Barrancas finalmente llego a la cruz del cerro casi en la punta del Tenayo, donde el Gran Tlatoani Xólotl, se aventaba sus jarros del néctar de los dioses y disfrutaba de los ocasos, ocasionalmente para cazar poder, la energía de Quetzalcóatl. Ahí estaba el otro símbolo impuesto hasta nuestros días por lo lacras conquistadores, pero no había prrrrrrmmmmm ya que seguía irradiando esa hermosa llama violeta, ya era de noche, las estrellas iluminaban el horizonte por donde se veía la ciudad de los palacios, las luces de las luminarias reducidas a puntos luminosos y una melodía que comenzó a escuchar, que lo aplastó quietecito como niño bueno en el pasto y la dura cantera y, una serenidad lo colmo y ya unas pequeñas centellas empezaron a vislumbrarse a lo lejos.
Las luces eran cada vez más intensas, el Barrancas sintió como los peyotes que había degustado, obsequio del Leo, penetraban en su mutante humanidad, y se desplegaban hacia el infinito, sentía que volaba, pero quietecito se veía más bonito, paladeando la magia ancestral, pero para nada malas vibraciones, más bien desdoblándose un buen rato para no perder la transgresora costumbre que siempre perturbaba a las impolutas conciencias.
La luna se perfiló en el horizonte multiplicándose de todos colores, que Pink Floyd ni que las mandrágoras, se incorporó y como el ruso Nureyev se pudo a expandirse por el espacio en el accidentado espacio de la montaña, era acompañado por una música interna que electrizaba su cuerpo y que iluminaba su corazón, que lo aquietaba y, le brindaba una serenidad al mismo tiempo cuando escucho el aullido de lo que sería una manada de lobos.
Los peludos cuadrúpedos aparecieron cuando enfrente de él, ¿y el Mowgli y el Balú no vinieron? preguntó, nadie lo pelo y se comenzaron a transfigurar en unos guerreros neochichimecas, ¡ay cabrón, mientras no se aparezcan los chupasangre todo va estar bien? Y en una lengua que no sabía ni que tranza, sacaron el yambú o era un teponastle, y comenzaron a darle a la danza que era mole de olla ¡la pura vida! diría el Clavillazo, cómico de los sesenta y la gabardina ¡ay nomas, que tanto es tantito! Esos botones del desierto sí que estaban poderosos ¡aayaayayaayaaayayy ayayayayayyyayaya! Era un canto dulce que al Juan tocaba su plexo solar, mientras ya en una fogata de unos troncos chonchos, ya hacían el circulo la más de una decena de furtivos noctámbulos, recreando y brindando los honores a la luna, mientras el humo se elevaba a la bóveda celeste echando chispas la leña seca que chisporroteaba del fuego sagrado de los antiguos pobladores de aquella montaña.
El tiempo transcurrió inexorablemente y el frío comenzó a despertar el estado mutante del Juan, el efecto del de la flor del desierto se había apagado, Barrancas que por más ganas que le echaba a la danza, ya más bien parecía uno de la de danza los viejitos, porque todo encorvado y sacando el fobe se le acababa el oxígeno, la fuerza de la voluntad y felpo quedando tirado a un lado de la fogata, mientras sus acompañantes espontáneos a también se fueron evaporando en fuego, humo y chispas, un espectáculo digno de los dioses ocultos de aquel lugar solitario.
Bueno casi, porque ya clareando el alba, la jauría que lo había correteado al inicio de su ascenso al cerro ahora se recogía del frío en lo quedaba de la fogata junto a lo que había sido el menú de la cena, cuando una comezón le empezo a picar el cirindongo, la cabezota de alcornoque al Barrancas, un ejército de rojos insectos le dieron los buenos días, a unos metros estaba un hormiguero, los comensales lo empezaron a despabilar con unos piquetones que lo retorcieron de dolor, que hizo se sacudiera el esqueleto y comenzara a sacudirse cual slam en una tocada de punk por Nezayork.
El horizonte era un cuadro de postal de calendario, el sol irradiando los mañaneros rayos iluminaba el Valle de México y asomaba por el cerro del Chiquigüite, pero el Barrancas no lo pudo apreciar en su magnificencia, estaba ocupado rascándose el cuerpo y el rostro en particular que ya lo tenía hinchado y cenizo por la humareda nocturna que le daban un aspecto poco amigable, la paz y tranquilidad que lo había embargado durante el manto de la noche ahora le cobraba la factura.
Comenzó el descenso para aliviar sus males, cuando ya para más abajo donde las casas de los serranos lugareños, ya daban pista de la civilización, lo vieron unas señoras que se santiguaron y soltaron un grito que se escuchó en tofo el vecindario ¡ayayayay el chupacabras! ¡Dios nos proteja de todo mal, Padre nuestro que estas en los cielos santificado sea tu nombre, perdona nuestros pecadotes… comenzaron rezar, cuando un escuintle que estaba listo para el desmadre con su resortera le empezó a aventar unos rocazos que despertaron más al Barrancas quien echo a correr como alma que lleva el diablo, temiendo por su vida ya que el grito alertó a unos vatos que ya lo venían persiguiendo como trofeo, pero esa es otra historia…