Estaba el Juan Barrancas caminando como si fuera una alma en pena, arrastrando los pies, sentía una pesadez como si trajera cargando un bulto que apenas podía, se sentía como una pochteca, un mecapalero que sobre sus hombres cargaba la desolación de más de medio año de ya no vivir con sus amores, había salido por cuerdas, el resentimiento fue más fuerte que el amor, la soledad más grande que el aliento de la vida, pero se sacudía la osamenta y el esqueleto para avanzar, en su peregrinar por las callejuelas del barrio de la ciudad amurallada, ya era casi la medianoche y solo los desbalagados se apuraban a cruzar la pirámide de Tenayuca, mientras se oreaban con el olor a carne del trompo de las de al pastor de una taquería que mataba el hambre a los noctámbulos.
Cuando un ruido que salía de una local que era iluminado por luces de neón le atrapó la atención, había un descanso en un local y se sentó mientras veía a las sombras que pasaban por el empedrado que rodeaba el monolito y que se alzaba sobre el horizonte como huella indeleble de los antiguos pobladores, una montaña de cantera edificada en toda una manzana como queriendo levantar el vuelo…
Avanzo hacia arriba, era un galerón con unas mesas que poblaban la mayoría unos jovenzuelos, parejas, unos chavales, que inflamaban chelas a discreción, mientras escuchaban a un grupo que tenía una gritante que junto con un bajista, el guitarrista y para completar el baterista, que ponían toda la concentración del mundo, el júbilo rocanrolero suministraba una línea cálida e invisible que atravesaba el cuerpo, rebotaba por el lugar y por un momento una nube de humo iridiscente en forma de serpiente con afilados colmillos surco el local y mientras desaparecía dejando un aroma a copal difuminó la música que comenzó a penetrar más los sentidos, sonaba y empezo a recordar a los héroes de mil batallas, algunos ya muertos como al ché siempre añorado, al atacado de Ceratti: “ya que el amor es música ligera y nada más queda” y el recorrido de la Sínfonola rocanrolera cual locomotora imparable, siguió sobre los rieles de la noche, y ya todos cantaba la rola del Kalá de los Clips, hacia años luz, y que coreaban a todo pulmón “es el final de nuestro amor”…
El Barrancas ya se había zumbado una chelita, para calmar su ansiedad, el autogobierno para manejar la anestesia en su mente y corazón flaqueaban, se sentía mutilado, pero realmente estaba destazado, sí, su mente para estar en sintonía con los últimos tiempos violentos, cual Tarantino en la región cuatro, lo sacudían, llegaba de sus neurotransmisores, “estas destazado”, sus brazos no los sentías, aunque sus corazón se agitaba, llevaba meses sin poder sacar todo lo que sentía, las emociones se congelaban y la pluma, la escritura no fluía sobre el cuaderno, sin poder rayar, pero ahí enfrente de la pirámide del Tlatoani el Gran Xólotl, comenzó a sentí unas vibraciones dentro de su ser, que le prendió la mecha y comenzó a rayar: “abrázame a tu corazón no me dejes ir armonía de amor” para cuando llego la rola del Manu Chao, lo hizo recordar la que cantaba en la regadera algunos ayeres “date cuenta por favor, tú me estás dando mala vida, mala vida, mi corazón mi corazón te extraño pero tú me estás dando mala vida mi corazón llorando está en la Ciudad amurallada, lo único se es que te amo Ángel de la vida”, ya improvisaba mientras los demás lo veían extrañados, pensando, ese guey no se sable la letra y para remata con el coro al unísono con los otros que ya estaban más pedotes “he rodado de allá para acá fui de todo y sin medida pero te juro por Dios que nunca llorarás por lo que fue mi vida” cuando escucho una voz de dulce, amorosa, que se materializo después de una nube de humo que entro por el ventanal desde donde admiraba la Pirámide de Xólotl, alguien le musitaba al oído “Barrancas vengo de por ti” y sintió un calor que lo hizo vibrar como cuando besaba a la prenda amada… Pero esa es otra historia…