Juan Diego, fray Juan de Zumárraga, fray Alonso de Montúfar, Don Manuel Samaniego y Don Guillermo Ortiz Mondragón tienen un factor en común: son actores decisivos en la continuidad y vigencia del acontecimiento guadalupano. A cada uno, en su momento, le ha correspondido asumir tareas determinantes en el contexto sorprendente y milagroso de las apariciones de diciembre de 1531. Los escenarios y condiciones son diferentes, pero no cambia el objetivo de fondo que es cumplir con su tarea de pastores del cristianismo. Desde la estampación de la imagen en la humilde tilma del embajador de la virgen, la Nueva España tuvo una identidad propia y un templo donde verdaderamente se profesó la igualdad entre los pobladores de aquellos años; condición que sigue vigente en el México del presente.
Juan Diego, como se narra en el Nican Mopohua (1552-1560) fue el elegido de la virgen para llevar su mensaje ante la máxima autoridad eclesial, representada por fray Juan de Zumárraga (1468-1548), primer obispo y arzobispo de la Nueva España. La virgen pidió al indio de Cuautitlán que comunicara al obispo su deseo de que le construyera su templo en aquél cerro seco y árido del Tepeyac, para dar consuelo a quien a ella acudiera.
Como es sabido, terminada la guerra de conquista, fray Juan de Zumárraga llegó a la Nueva España con el propósito de fundar la iglesia católica en los nuevos territorios. Ante él se presentó Juan Diego para decirle todo cuanto vio y lo que ordenó la virgen durante las apariciones, pero no le creyó. En consecuencia, pidió una prueba para aceptar la verdad de sus palabras. En respuesta, la virgen le envío las rosas envueltas en el ayate de su noble mensajero. Lleno de arrepentimiento por su incredulidad, Zumárraga tuvo ante sus ojos la estampación milagrosa del rostro de la Virgen del Tepeyac; acto seguido, desató la prenda del cuello de Juan Diego y lo guardó para luego llevarla, en solemne procesión, a la primera ermita construida en honor a la Virgen de Guadalupe.
Pasaron más de cuatrocientos años, para que el primer papa viniera a tierras mexicanas; con una sonrisa y carisma únicos, dio la bendición al pueblo mestizo nacido del doloroso enfrentamiento de dos culturas diferentes, separadas por la inhumana condición de dominio de los vencedores hacia los vencidos. El 26 de enero de 1979, México vio pisar y besar su suelo al papa Juan Pablo II. Fue un evento que sorprendió a los mexicanos y a él mismo. Aquella visita rebasó cualquier expectativa; superó los complejos de un discurso político atado al pasado, propio del México dividido por el resentimiento. Al final, el papa entró al corazón de los mexicanos y correspondió dando enormes satisfacciones a este país. Frente a la imagen, el santo padre se arrodilló y encomendó su pontificado a la advocación mariana más celebrada en el mundo católico.
Son muchas las satisfacciones que debemos al papa; entre ellas, la beatificación y canonización de Juan Diego. Sin embargo, hay una que merece ser destacada; es decir, sacarla del cajón de los recuerdos. El 5 de febrero de 1979, Juan Pablo II creó la Diócesis de Cuautitlán y también nombró como su primer obispo a Don Manuel Samaniego. Si Zumárraga fue el primer obispo de México, Samaniego fue el primer obispo de la Diócesis de Cuautitlán. El decreto pontificio se publicó el 10 de febrero de aquél año, pero la misa especial de conmemoración de la bula papal se realizó el 25 de abril, día de la erección canónica de la Diócesis, que desde entonces constituye una fecha de celebración.
Para la diócesis es un día de misa especial, para el pueblo creyente de Cuautitlán es un día de gusto y satisfacción, porque es un reconocimiento a su participación constante dentro del desarrollo del acontecimiento guadalupano. Antes de la decisión del papa Juan Pablo II, la iglesia de Cuautitlán perteneció a la arquidiócesis de México, hasta 1964; sin embargo, con la creación de la diócesis de Tlalnepantla (actualmente arquidiócesis) Cuautitlán pasó a formar parte de esta, hasta 1979.
En Puebla, Don Manuel se enteró que sería el primer obispo de la nueva diócesis. Duró en el cargo hasta que murió, el 26 de junio de 2005. El primer papa que vino a México nombró al primer obispo de Cuautitlán y, cosas de la vida o designio de Dios, ambos murieron en el 2005. Al obispo Samaniego le tocó el proceso de beatificación de Juan Diego y, años más tarde, fue testigo de su canonización en la Basílica de Guadalupe. El primer obispo de México recibió de Juan Diego el mensaje de la virgen; y el primer obispo de Cuautitlán recibió la canonización de San Juan Diego de manos del primer papa que vino a México.
Al obispo Samaniego se le recuerda por ser un hombre humilde e instruido, de muchas virtudes. A pesar de su enfermedad, no abandonó la tarea pastoral. Religioso que gozó de la estima de la feligresía, misma que apreció el compromiso del prelado con la causa de Juan Diego.
Como se ha descrito, al primer obispo de la Nueva España, fray Juan de Zumárraga lo sustituyó fray Alonso de Montúfar (1498-1573) quien daría un impulso mayor a la devoción de la Virgen de Guadalupe. De hecho, es el primero en enfrentar una de las posiciones en contra de la presencia divina de la imagen. A ese debate se conoce como las informaciones jurídicas de 1556 y lejos de afectar la fe en la virgen provocó una reacción de rechazo a las declaraciones del infortunado detractor.
Al igual que la sucesión entre Zumárraga y Montúfar, al primer obispo de Cuautitlán, Samaniego, lo sustituyó Don Guillermo Ortiz Mondragón, el 23 de noviembre de 2005. Con su llegada, el acontecimiento guadalupano y la causa de San Juan Diego han tenido una férrea continuidad, integrando nuevas energías para recuperar los espacios dedicados a la evangelización y difusión de la vida cristiana. En un primer momento se concluyeron las obras de remodelación de lo que fue el convento e iglesia de San Buenaventura, ahora transformada en el obispado de la Diócesis de Cuautitlán.
Luego de esa actividad restauradora, el segundo obispo de Cuautitlán, Don Guillermo Ortiz Mondragón, dio un paso trascendental, dando mayor impulso a la reconstrucción y recuperación del espacio que ocupan las instalaciones de la emblemática iglesia del cerrito, lugar donde están los restos de lo que fue la casa de Juan Diego y donde tuvo lugar la quinta aparición de la virgen, para curar a Juan Bernardino de una enfermedad que lo tuvo en el umbral del fatal desenlace; esto es de enorme significado, porque constituye el primer milagro por intercesión de la Señora del Cielo en uno de sus hijos, hecho considerado en el mundo cristiano como la unión de lo divino con lo terrenal. Pero existe un dato más, fue en este sitio donde la virgen reveló el nombre de Guadalupe (tequantlaxopeuh en náhuatl) a Juan Bernardino, mismo con el que quería ser recordada.
Don Guillermo ha promovido incansablemente un Plan Pastoral Diocesano fundado en la disciplina y en la devoción a la virgen y a San Juan Diego. Bajo su liderazgo, se construye una obra realmente importante para la diócesis y los pobladores de Cuautitlán y la región. El trabajo constante del pastor ha hecho que el espacio sea cada vez más limitado para los miles de fieles que se reúnen cada domingo, para participar en la misa y ni qué decir en los días festivos o del mes de diciembre, cuando el lugar resulta totalmente insuficiente para recibir a tantos peregrinos.
Al igual que el segundo arzobispo de México, Montúfar, Don Guillermo ha tenido que vencer resistencias y posiciones de índole protagónico, si bien quienes las encabezan tienen el derecho a decirlo, esto no les otorga validez histórica, porque son contrarias a los hechos y documentos de la tradición guadalupana. A pesar de ello, el segundo obispo de Cuautitlán ha dado pasos —si bien cautelosos— firmes para llevar a cabo la obra religiosa más significativa del siglo XXI. Se ha empeñado en hacer posible la construcción del camino de San Juan Diego; esto representa hacer realidad el camino de la fe, el verdadero camino del peregrino de la religión católica en México y en toda América.
El sereno obispo de Cuautitlán está sentando las bases para cerrar el círculo evangelizador que representa el acontecimiento guadalupano. A ocho años de su llegada, Don Guillermo Ortiz Mondragón sigue abriendo camino como lo hicieron Zumárraga, Montúfar y Samaniego. Desde la humildad de su persona ha inspirado la participación de la feligresía de su diócesis. El pueblo está en marcha al lado de su obispo y este movimiento es una abierta invitación al papa Francisco para que venga a inaugurar el camino del indio bueno de Cuautitlán: San Juan Diego. No hay más que decir, más que sumarse a los trabajos para concretar una obra histórica como lo fue la primera ermita que construyó Zumárraga, para venerar a Virgen Morena del Tepeyac.