Todo parece indicar que Ricardo Anaya será el próximo presidente del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Acción Nacional (PAN). Su candidatura se anuncia como mero trámite de algo pactado o cocinado con antelación y no precisamente en las filas del propio partido. Es el anuncio de la cargada, de una simulación democrática, impuesta por la “onda grupera” de los panistas de la burbuja que controlan al partido. Ganar la dirigencia con Anaya es ganar la candidatura a la presidencia de la República; poder designar o de plano hacer lo que les venga en gana con el líder panista en ambas cámaras legislativas. Ni que decir de los acuerdos en las dirigencias locales, donde la repartición del botín es algo inherente al cargo.
Dicen que sabe hablar, que es un chavo con futuro, que retrata bien en los medios, que su juventud es lo de hoy. Es como un general de academia, educado, bien vestido, derechito y sin mácula en el uniforme. Esos que nacen, se desarrollan y salen de la burocracia partidista. Se deja querer, arrima el cuerpo al toro porque quiere triunfar. En suma, es el prototipo del panista “new age”; formado para hacer frente a los nuevos tiempos. Es tan bueno que los otros partidos, principalmente el rojo y el amarillo, lo pueden aceptar como el mejor candidato que puede tener el PAN, alguien que entiende, acepta y apoya las reformas estructurales, del que ocupa un lugar y levanta la mano a favor del “Pacto por México”, aunque no sea el México de la mayoría de los mexicanos. Sus seguidores lo promueven al ritmo del acompasado son cubano: “Somos lo que hay, lo que se vende como pan caliente, lo que quiere y pide la gente, lo que se agota en el mercado, lo que se escucha en todos lados, ¡qué cosa!, somos lo máximo, ¡lo más grande!”.
Así de ciertos, convencidos y contundentes son los operadores y promotores del voto del joven político Anaya, el queretano que le compite en popularidad a su paisana Inés Sainz. No hay tiempo para la duda, mucho menos para la reflexión, la cosa es la dirigencia, ya no se sigue la doctrina ni los principios panistas, parece que los han cambiado por la filosofía del famoso entrenador de fut bol americano, Vince Lombardi: Ganar no es lo más importante, es lo único. Los empolvados discursos de Don Manuel Gómez Morin han sido guardados en el cuarto de servicio; en su lugar han reeditado “El Principe” de Nicolás Maquiavelo: el fin justifica los medios. Ambos son personajes con ascendencia italiana a quienes se atribuye haber hecho manuales para la victoria. Sin chistar los han adaptado a las formas y procedimientos internos del PAN, para que ganen los grupos aunque el partido pierda, aunque el PAN se aleje de los ciudadanos, de su militancia franca y honesta. Es lo neo, la política mayoritaria que ejerce y representa al panismo de los triunfadores, de los que saben negociar para mover a México.
Ganar una elección para construir una patria ordenada y generosa, un municipio para combatir la corrupción, una entidad para abatir los niveles de pobreza que ofende y lastima a la sociedad es cosa del pasado. Ganar la dirigencia es tener un aliado indiscutible para inclinar la balanza al personaje que se sumo al proyecto. Ganar la dirigencia es pactar elecciones internas a modo, no importa su tipo ni su trascendencia.
Todo indica que la pareja de Anaya, su promotor de peso —y con pesos— es el gobernador poblano Rafael Moreno Valle, que antes lo fue de Madero. El poblano está operando fuerte, tirando línea, haciendo y moviendo estructura para movilizar el voto militante en favor del claro y seguro ganador. Al fin y al cabo que la elección interna para la candidatura presidencial está cerca y ese será el tiempo de cobrar los apoyos. Es como en la patinada sobre hielo: lo que hace la mano, hace el de atrás. De buenas a primeras, el gobernador de Sonora —este un poco desprestigiado por actos de corrupción y abuso de autoridad—, los electos de Querétaro y Baja California Sur y el mismito gobernador de Puebla salieron juntos en apoyo de una candidatura de unidad en favor del joven Anaya. Algo así como corporativismo político panista.
Todo iba bien, a pedir de boca, hasta que al “pinche” Corral se le ocurrió manifestar su deseo de competir por la dirigencia nacional del PAN. Ese bigotón gritón, que de todo protesta, que se sube a la tribuna para incomodar a los aliados de los panistas “new age”. Fíjate nada más a este senador atreverse a ser oposición cuando todo está planchado, platicadito para que suba a las cámaras legislativas y se aprueben las reformas que necesita México. Ese norteño incómodo, alebrestado, que parece que estudio en la UNAM o en el Poli y que por sus formas rijosas, seguro se identifica con los anarquistas, vino a “regar el tepache”, a ser el negro en el arroz. Si sabe que no tiene ninguna oportunidad para qué se registra; si de sobra sabe que no tiene un aparato como el de los rojos, como el diseñado por Moreno Valle, para qué se anda con cosas. Sin embargo, se registró y ahora la campaña interna cobra un nuevo interés para un tipo de panistas que se resisten a las prácticas del momento, las del toma todo, y que están en contra de la cargada, como la ocurrida en la elección de Madero y su inclinación por manipular al partido a su propia campaña y fines personales.
Madero y Anaya prometieron un partido diferente, independiente y libre; pero lo visto es otra cosa que hace del PAN un instrumento más del poder público en funciones y no una oposición real que le funcione al país. La dirigencia nacional maderista fue un claro ejemplo del utilitarismo militante y eso lo pagó el PAN en las elecciones pasadas. Ni en el más crítico momento del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y sus gobiernos, el PAN pudo convencer al electorado. De pronto la dirigencia de Anaya, cuando Madero decidió autonombrarse diputado para luego buscar autonombrarse líder de la Cámara panista en la próxima legislatura de diputados federales, cambió de adversario y ya no fueron los rojos, sino el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) y su líder Andrés Manuel el “Peje” López Obrador. Paradójicamente el gran vencedor, el que se llevó las palmas electorales fue este último. MORENA fue la revelación de las elecciones del 7 de junio de 2015.
La dirigencia panista tuvo que resignarse y buscar en las estadísticas alguna salida para decir que, a pesar de las cosas, se lograron avances. Todos, al menos los interesados en temas de la agenda política nacional, estaban en el supuesto de que este era el momento del regreso panista; que era la coyuntura esperada para recuperar el terreno perdido. No sucedió, el ganador fue el PRI. Sin embargo, la onda grupera reaccionó de inmediato y llamó a la elección interna para el mes de agosto. La idea encubierta es evitar la presión y las críticas de los opositores al estilo “new age” del manejo político del PAN.
Es evidente que el senador Javier Corral enfrenta una competencia con los dados cargados y únicamente puede revertir esta tendencia si logra el apoyo decidido de la militancia panista; es decir, si es capaz de despertar la conciencia cívica tan olvidada ya en el panismo. Su llamado a la rebeldía de las bases es un buen inicio, pero puede no ser suficiente para romper las estructuras de movilización del voto articulado desde hace años en el PAN como forma de ganar elecciones internas y diseñar candidaturas a modo. No la tiene fácil, pero tampoco es un soñador. Es un panista de lucha, que tiene en su calidad moral, en su rebeldía y su abierta oposición a los acuerdos con el oficialismo, su mayor estrategia hacia el interior de la militancia panista.
Es un candidato que está reviviendo la idea de mover las almas en favor de una causa casi olvidada: el rescate del PAN del pragmatismo político y de la subordinación disfrazada de política. De lejos y de cerca es una contienda abusiva por todos los recursos construidos desde la elección maderista y que van a ponerse en marcha en la elección o reelección de Anaya. Corral va a una batalla de sacrificio, de proponer a la militancia su propia libertad de elegir, de hacerle ver el peso y la importancia que tiene su voto y participación dentro de Acción Nacional. Su adversario va por el peso de la movilización al precio que sea, no importa que eso signifique cargar con la corrupción política que antes se atribuía al PRI. Se han enredado en la bandera de la transparencia, pero se han teñido con el color de la impunidad. Ninguno de los hechos denunciados por corrupción de sus aliados fue sancionado y son esos mismos personajes los que van con el proyecto ganador.