El frío empezó a calar en la madrugada sintió algo caliente en su Convers color pistache, como si el Firulais hiciera de las suyas y luego escucho unos gruñidos, eran sus tripas que canturreaban que reclamaban algo sólido, pero empezó a despabilarse cuando el trinar de los pájaros agolpo sus sentidos y un perro después de lamerlo se retiró cuando vio pasar una perrita. Había casi amanecido y el cielo apenas también despertaba en la penumbra donde la oscuridad de la noche se diluía y los luceros brillaban, alcanzaban a verse por la naciente mañana y, la brillantez, la luminosa de la luna prendía y dibujaba la figura de una sonrisa, que semejaba al personaje del Gato Cheshire, del felino que pareciera siempre la pasara bien o se burlara en el afamado cuento de “Alicia en el País de las maravillas”. Por un momento en el silencio el Juan Barrancas se sintió vivo, de estar ahí en la frondosa sombra de un pirú, aunque no sabía que diantres hacía en medio de la loma, ya no tan despoblado, pero estaba respirando, algo agitado, pero mirando como las nubes rojas del amanecer encendían la pradera celestial en medio de aquel frío de la mañana, siempre alerta, a las vivas, no sintió temor, de estar al tiro de que lo quisieran parar de cabeza cualquier vato loco, o que se atravesara algún gorila con uniforme para que se reportara con un cambio por andar golosineando por la vida. Y se sintió mejor cuando a unos metros ahí estaba su Datsun, el clásico rodante de las mil batallas, su Chemo-móvil sin ninguna otra abolladura, completo o al menos ahí se veía, ¿qué hacía en aquel barrio? no lo sabía para variar, atisbo el horizonte y estaba en un solar, era un campo de futbol llanero rodeado de algunas casas y una escuela de dos pisos donde en una de las bardas había un rotulo que decía “practica el deporte las drogas destruyen” y cobro fuerzas de su pasado. Más adelante, abrió los ojoso de apipisca que le había dotado la naturaleza humana y reconoció ya el terreno, en una extensión de varias manzana se levantaba, teniendo como telón de fondo el cerro del Chiquihuite, uno de los hoteles más caros del barrio, con sus torres de vigilancia no se podía ocultar el Reno, para los del barrio el Reclusorio norte, un relámpago sacudió sus cabezota de alcornoque y empezó a atar cabos, ahí a unas calles se localizaba el Salón Alcanfores del Campo, un lugar donde la pachanga se armaba a lo grande y la noche que fenecía había sido la ocasión, las lagunas mentales lo atormentaban y la sed también por lo que hurgo en sus bolsillos y arranco el cuatro cilindros todavía con gasolina y se paró en un puesto de tamales donde se zumbo una guajolota, bolillo con tamal de rajas y un champurrado doble que prendió mejor sus siete sentidos y empezó recordar que truco.
La oscuridad era chicha en el barrio que lo había visto nacer, el ex Hipódromo de los Beverly de Peralvillo, de donde fue expulsado por la mancha urbana, pero ahí estaba con el Tenoch, el chamán, que se convertía en coyote y era una bala para el conecte en Tepito, el barrio negro de la ciudad, ¿quien más, quien más? el alcohol y la caina causaban ya estragos, no se acordaba del otro vato, pero ahí cuando se paró el Chemomovil lo empujaron a unos metros donde providencialmente estaba una gasolinera y en lo que cargaban que se acerca un vato que conocía al Tenoch que empezó aullar como desenfrenado, y se arrancaron al Alcanfores donde el tibiritabará sonaba a todo lo que daba y “prenda la vela caleña” y pies para que quiero, el Juan Barrancas, bien candente por las charanda la paso bien, perdió de vista a sus carnales y cuando se quedó solito, un vato que se la canta por andar bailando con su prima a la que se le arrima y para la suerte del Johny que se cae solito rompiéndose la crisma y chorreando de moronga el piso que parecía se había petateado, por lo que se dio a la fuga y ya después del susto, se quedó jetón, durmiendo la mona en la sombra del pirú de los deseos, a ver si se le parecía un genio como contaba un gurú, que cumplía algunos, de los más mundanos que generaba, pero chafeo gacha su calaca y cuando terminaba su atole con chocolate, ahora ahí estaba el picudo de la noche que ya repuesto y con otros mal encarados iban al puesto de tamales donde empezó a sudar frío el Barrancas, pero esa es otra historia…