Andrés Manuel López Obrador superó ayer cualquier error no sólo en su gobierno sino en su carrera política.
Es, sin duda, un punto de quiebre que marcará el resto de su gobierno rumbo a 2024.
Su molestia, su coraje, es tal que no se detuvo y en minutos exhibió todo su rencor acumulado durante décadas de estar en la oposición y de intentar ganar la Presidencia de México.
Haber exhibido la información personal y privada de Carlos Loret de Mola después de que éste publicara un reportaje sobre la forma de vida de José Ramón López Beltrán en Houston, Texas, es una flagrante violación de los derechos humanos, del Código fiscal y de la Constitución.
Más aún, pedir al Instituto Nacional de Acceso a la Información (INAI) que solicite al Servicio de Administración Tributaria (SAT) informar si paga impuestos y en general su situación fiscal.
Como presidente, como jefe del Ejecutivo, tiene derecho a tener acceso a cualquier información.
Sí, pero no a hacerla pública.
Y mucho menos a violentar el derecho a la libertad de expresión que está plasmado en la Constitucion.
Lo que hizo es alarmante por donde se le vea.
Son señales de alerta, de un sistema autoritario que aún no vivimos en México y que debemos impedir, todos, que siquiera se contemple.
Si el presidente puede asegurar que los periodistas, columnistas, analistas y medios de comunicación lo critican porque son vendidos, mercenarios, y porque extrañan a la mafia del poder, en lugar de reconocer sus errores ¿qué no podrán hacer los delincuentes, los sicarios?
Sí, matarlos.
Eliminarlos porque les estorban sus dichos, sus señalamientos.
Ejemplo de ello es el gobernador de Veracruz, Cuitláhuac García Jiménez, quien hasta el acento y tono de hablar le copia, como hace la mayoría de sus leales, de sus seguidores.
El mandatario estatal con los colores de Movimiento Regeneración Nacional (Morena) enfrentó hace tres días a la reportera Sara Landa en su original -copiada de la diaria mañanera en Palacio Nacional – conferencia de prensa.
O Claudia Sheinbaum, aspiracionista y aspirante a la Presidencia, quien repite el discurso un día y otro también las palabras de su amigo.
La única forma como López Obrador y el partido que inventó repetirán en 2024 son las becas, el dinero que regala para comprar el voto.
Porque sus 16 millones de votos duros, que sumó en 2006 y en 2012 y que se dispararon a 31 millones en 2018, lo que le llevó a arrasar en la elección por la inconformidad con los gobiernos anteriores hasta de las clases media y alta , no le servirían y lo sabe porque ha perdido ya a esos sectores.
Por eso ha integrado una red de programas sociales para entregar recursos, apoyos, que le garanticen esos 30 millones de sufragios.
Y créame, contra eso será muy complicado competir en 2024.
Porque, ciertamente, una sociedad agraviada, abandonada, dolida, usada por los 78 años del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y 12 del Partido Acción Nacional (PAN), debía ser tomada en cuenta.
Urgía la justicia social, prometida por décadas, incluso siglos desde la Independencia.
Pero no así.
Destruyendo todo.
Acusando a todos.
Descalificando a todos.
Y López Obrador ha echado al cesto de la basura, ha desperdiciado ese apoyo que consiguió en 2018 polarizando a los mexicanos, dividiéndolos entre ricos y pobres, entre malos y buenos.
Hábil, como es, no mostró documentos oficiales y hasta se atrevió a decir que el pueblo bueno, que le apoya, le entregó la información en una hojita.
Anoche había reunidos en Space de twitter 60 mil participantes .
Periodistas, actores políticos y sociedad en general elevando la voz por el abuso, por las atrocidades, por los excesos.
Y el país lo está pagando.
Sí, ayer se rompió algo.
Vámonos: Pausar es una pausa. Sí, poner pausa.
Pausa es pausa. Como en la música. En la danza.
Hay pausa.
Así Olga Sánchez Cordero, la ex ministra de la Corte que fracasó en la Secretaría de Gobernación y volvió al Senado.
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