De nuevo arrastrando la cobija, bueno era un decir, le pesaban los pies, le pesaba la cabeza toda su humanidad, le estorbaba para dar el paso, se sentía como en cámara lenta, mientras los demás tunantes, y paisanos de aquel barrio iban y venían correteando la chuleta, o lo que alcanzaran, pero había que estar vivo a las vidas, pensó el Tenoch, aunque también era un decir porque si bien lo recordaba él ya estaba muerto, más frío que una paleta, desde aquel funesto y oscuro día en que caminando por la vía López Portillo paso una combi y le hizo el favor de mandarlo al quinto infierno, pero luego quien sabe por qué gracia o benevolencia del Todopoderoso o del chamuquin, no lo sabía a ciencia cierta, seguía penando y guitarreando rolas por este valle del caos caminado con su inseparable lira de Paracho al hombro, se ponía a rasgarla y por arte de magia su presencia era como la antes de y de su ronco pecha salían las rolas para confortar a los seres fríos de los barrios donde sus pasos lo llevaban.
Busco de sus bolsillo algo que lo reanimara aquella soleada tardecilla, saco unos cobres y se fue directo a los de tacos de canasta cinco por quince, varos y el chesco de 8 pesos, dos de frijol y tres de chicharrón y un square le dijo al muchachón moreno que no se daba abasto con las muertes lentas , le puso de la salsa verde martajada que le regresaron el color a los cachetes, se empezó a sentir de nuevo en circulación, su respiración se normalizó que hasta le dio miedo, ¿ser o no ser se preguntaba? ¡ que demoños tenía que andar vagando por aquí por allá, como un perro negro y callejero, sin hogar sin hembra y sin dinero, no podía atizbar en el baúl de los recuerdos, cual había sido la causa para que anduviera como alma en pena, bueno de cualquier manera le alcanzaba el cambio para otra orden de los tacos sudados que estaban de rechupete o era el hambre y le entro con fe, esos de chicharrón prensado le traían recuerdos, cuando sus madrecita lo mandaba al obrador de Santa Rosa de Lima a comprar el chicharrón prensado y, preparado con chile y tomate, cebollita y párale de contar, era unos de sus platico favoritos que se zumbaba medio kilo si se descuidaban, pero esos tiempos habían pasado, ahora estaba en aquel barrio no tan desconocido, comenzó a explorar el entorno, estaba una iglesia de mormones bien barridita y enrejada, junto a un pirú frondoso y otros árboles y reconoció que andaba por el Tenayo, lo que algún día fue la ex hacienda del Tenayo, pero ya no había los campos de fut y beisbol, ahora estaba lleno de unidades habitacionales pobladas de zombis y seres descarnados, bueno así el los veía, ahí caminaba donde en su infancia se iba a ver el juego del diamante y las nueve entradas “ el rey de los deportes” que se ponía de jelengue y cotorreo cuando el ampáyer pifiaba y los managers se la empezaban a hacer de frijoles con chorizo, porque marcaba strike cuando era bola, ¡ayayayy y las chelas bien helodias y hasta pulque el néctar de los dioses! que llegaba a vender para calmar la sed, estaba de peluches, o cuando los futbolistas llaneros se la hacían también de moronga con chile guajillo al árbitro Yanomamesaky, cuando marcaba el penalti que solo había visto en su carrera, se armaban las campales que luego hasta dejaba tirados a dos que tres tirados en el llano por los resultados “del juego del hombre” como decía el finado el cronista deportivo de aquellos tiempos el Angel “Diablo” Fernández….
Bueno después de chuparse los dedulce y el chesco de toronja que le bajo los de masa, se dio por satisfecho y en honor a los tiempos del ayer y la canica el Tenoch se tocó una del Fonógrafo del Recuerdo, una de los Panchos que fueron bien populares toda una época: “Me voy pa’l pueblo/hoy es mi día /voy a alegrar toda el alma mía/ Tanto como yo trabajo/ Y nunca puedo irme al vacilón /No sé lo que le pasa a esta guajira/Que no le gusta el huateque y el ron/ Ahora mismo la voy a dejar /En su bohio asando maíz /Me voy pa’l pueblo a tomarme un galón /Y cuando vuelva se acabó el carbón/ Me voy pa’l pueblo /Hoy es mi día /Voy a alegrar toda el alma mía/ Me voy pa’l pueblo /Hoy es mi día/ Voy a alegrar toda el alma mía La La La La La La La La… Y así se fue lalaleando hasta que llego al barrio del Señor de Chalmita, del otro lado del cerro, iba rumbo a la pulcata “La Gloria” donde recordó a unas reinas y unos guerreros neochichimecas que rendían culto al néctar de los dioses y con los que la paso bien algunos ayeres, pero ese día no vería a sus amigos, ya que cuando paso por el callejón de Pancho Villa salió corriendo como alma que lleva el diablo un canijo que casi lo atropella y en su paso tiro un cuchillote que daba miedo. El Tenoch tenía la mala costumbre de meterse en problemas, a donde no lo llamaban ahí se metía, siempre le llamaba la atención el refuego y que se mete al callejón donde ya unas señoras gritaban ¡mataron al Goyin, mataron al Goyin! Era un mozalbete que estaba tirado, ya todo frio y con varios piquetes y con un chorro de sangre, que en su afán nada morboso, el Tenoch con el ojo pelón, comenzó a contar hasta el número de 17 de cuhilladas, !a este canijo sí que lo querían, pero mandar a otro barrio! algo debía, alguien pronunció sabiamente, unas señoras pusieron una veladora y se la prendieron al lado, mientras rezaban unos Padres nuestros y después de un rato empezaron a sonar las sirenas y llegaron los matutes, unos uniformados azules con la cuencas de los ojos algo oscuras y con olor a azufre, quienes al ver al Guitarrista Fantasma sin deberla ni, temerla le preguntaron como si fuera módulo de información ¿uste que hacía por aquí? Calmantes montes alicantes pintos mi azul, yo solo pasaba, para que ya lo empujaran a la de sin susto ¡órale súbale a la patrulla! y el Tenoch ya ponía pies en polvorosa cuando sintió que lo apañaban dos gorilas y no se podía soltar… pero esa es otra historia