De pronto, la historia cambio para Michoacán y los michoacanos. Pasaron del fervor que despertó la nacionalización del petróleo al silencio de la privatización de Pemex. El partido que más festejó la acción patriótica del Presidente Lázaro Cárdenas del Río, ahora fue el que más promovió y celebró lo que se considera fue su privatización. El hijo y el nieto del presidente Cárdenas nada pudieron hacer frente a la acción pactada entre dos de los tres partidos representados en el Poder Legislativo.
El líder opositor, y según dicen el único opositor de izquierda, de pronto sufrió un infarto. En el plano oficial funcionó la mayoría para aprobar la nueva tendencia que seguirá la explotación petrolera. Ni modo, razonado o no, es una decisión tomada que apenas empieza a correr su suerte; y esta puede ser exitosa o un fracaso o, como dirían los enterados, ser ni buena ni mala sino todo lo contrario.
Desde luego que existen diferencias: en aquél 1938 el pueblo salió a las calles en apoyo de su presidente, las manifestaciones populares quedaron grabadas en la memoria de los mexicanos, en el calendario cívico y en los libros de historia fue una parada obligada para que los maestros inculcaran en los niños y jóvenes una acción cívica apreciada por su trascendencia. Ahora, en diciembre de 2013, pareciera que el pueblo ni se enteró de lo que votaron sus legisladores; nadie salió a las calles, los medios hablaron o procuraron informar de otra cosa, entre ellas de la selección mexicana y su calificación al mundial. Los legisladores se fueron de vacaciones, felices porque sin leer la iniciativa de reforma, levantaron el dedo votando afirmativamente lo que dicen va a sacar del subdesarrollo al país. Recibieron su aguinaldo y prima vacacional con la frente en alto y la memoria tranquila. En la tierra del general Cárdenas la charanda se guardó para otra ocasión. Borraron del mapa la nacionalización petrolera.
Pero eso no es todo para la tierra del General Cárdenas, para el cardenismo y los cardenistas. Tal parece que una maldición gitana cae sobre esa tierra hermosa, de tradición y encanto particular. Así como cambio el hecho histórico que los hacía sacar el pecho y caminar erguidos, también ha cambiado drásticamente su entorno social y de seguridad. Hace muchos años que ese pueblo vive tiempos de terror, de miedo y angustia porque la delincuencia ha subordinado a la autoridad, ha impuesto la ley de la selva ante la complaciente o cómplice mirada de los responsables de aplicar la ley.
La desesperación, el coraje o la impotencia provocaron que el pueblo saliera a protestar, a buscar defenderse de los criminales por propia mano, porque su gobierno no ha podido o no ha querido brindarles seguridad. Por omisión o sumisión, por complacencia o complicidad pero la autoridad en su conjunto en Michoacán es casi un cero a la izquierda. No existe poder público, no hay capacidad de gobierno y menos capacidad para restablecer la paz pública. A todas luces es un ejemplo del fracaso de la alternancia política, de la simulación y el olvido a las demandas populares. La única arma que tiene el pueblo es su voto, su credencial de elector con la que elije a sus gobernantes, pero eso ha resultado una ilusión, una falsedad porque la democracia no ha sido útil para garantizar el derecho mínimo de vivir en un clima de seguridad. El poder corruptor, del dinero y las armas de la delincuencia organizada o más directamente de los narcotraficantes ha demostrado ser más eficiente que el poder de la democracia.
Las instituciones de las que se sentía orgulloso “el Tata” Cárdenas se han perdido en el vacío de la inoperancia; son un espejismo. No hay partido que se salve ni líder político que se pueda excluir de la desgracia que pesa en la sociedad michoacana. La violencia que se vive, por la presencia del crimen organizado, ha puesto en evidencia a todos. Miles de millones de pesos gastados, cientos de acciones gubernamentales fracasadas, discursos de todo tipo, debates, libros y análisis de expertos y eruditos de escritorio han contribuido a construir el muro del fracaso más grande de la política en la historia de México. Las acciones y medidas aplicadas no reportan indicadores positivos; el número de muertos así lo demuestran. Son miles de vidas de michoacanos asesinados, ejecutados o desaparecidos; entre ellos presidentes municipales, diputados, síndicos y regidores o empresarios del campo y nada ha despertado el interés del Congreso de la Unión como lo hizo la privatización o reforma de Pemex.
En consecuencia, la delincuencia organizada tiene contra la pared a las instituciones y eso incluye a los tres órdenes de gobierno. Sujetándose a lo obvio, se percibe que la estrategia es que no haya estrategia. La designación de un comisionado para Michoacán es una decisión poco acertada, con todo y que el funcionario designado tiene y reúne la formación y experiencia suficiente. Desafortunadamente, el mal se ha dejado avanzar hasta las estructuras del orden social, político y económico de la entidad y fuera de ella. Los intereses ligados o los miedos derivados de la complicidad son tales que no puede darse una solución en el corto plazo. Eso no depende de una persona ni de su talento. Se requiere asumir una actitud más responsable y menos mediática, más de Estado que de partido, preferencia o estrategia política. Desde hace mucho se dice que México no es Colombia, que estamos lejos de aquella pesadilla que vivió ese país hermano; sin embargo, si bien no lo es, sí se le parece y mucho.
Allá había corrupción en todos los niveles, acá también; allá se financiaron campañas con dinero de los narcotraficantes, acá también; allá se corrompió el ejército y la policía, acá también; allá había grupos de civiles armados, acá también; allá había grupos de ciudadanos que salieron a defenderse porque la autoridad no lo hizo, acá también. Allá había una clase política que simulaba, acá también. Allá se tomó una decisión de Estado, acá hace falta y pronto.
Los hechos de violencia no vienen de 2012 a la fecha, pero tampoco de doce años atrás. Sin embargo, en el descargo de responsables se pierde el tiempo en justificar quién tiene más culpa de la desgracia y desamparo de los michoacanos. El pueblo se cansó y se armó; ahora el gobierno les dice que suelten las armas, los llama a dejarlas como si lo hubieran hecho por gusto; critica y denuncia a las guardias comunitarias, a sus líderes y seguidores, pero nada dice de los políticos corruptos, de las autoridades que permitieron que la violencia llegara a los niveles registrados; ha declarado aplicar el peso de la ley precisamente a quienes se armaron para exigirla.
Los que provocaron la violencia, inestabilidad e ingobernabilidad no fueron los ciudadanos armados; sin embargo, es a ellos a los que sale la autoridad a someter. ¿Y los narcos?, ¿Los lavadores de dinero?; ¿Los políticos y autoridades cómplices? Cuidado, el manejo de medios para justificar lo que es injustificable no cambia la realidad de Michoacán y tampoco va a resolver un problema mal entendido y escasamente analizado. No se trata de taparle el ojo al macho sino de resolver una demanda social prioritaria.
Los criminales están donde siempre han estado; traficar, vender drogas, controlar la piratería, explotar minas, cobrar derecho de piso, brindar protección no es algo que suceda sin la complicidad de la autoridad. Por eso es que la estrategia gubernamental no ha podido con el poder corruptor del factor económico del narcotráfico; incluso los militares han caído en el juego perverso de los grupos de narcotraficantes. Mientras la autoridad siga dándole la vuelta al problema, mientras siga actuando en forma parcial la inseguridad crecerá y el nivel de conflicto puede trascender a otros escenarios más difíciles de controlar. El efecto globo o el efecto cucaracha han alcanzado a los ciudadanos; ya no es un factor propio o exclusivo de los narcotraficantes, ahora también incluye a grupos de la sociedad civil que no tuvieron otra que defenderse por propia mano.
Estamos frente al vacío de la historia de Michoacán y ante el cerillo de la mecha de la protesta colectiva. Si ya desde hace años no había gobernador ni gobernantes con la designación de un comisionado prácticamente que son un adorno que estorba. Más allá del talento de la persona, que efectivamente lo tiene, la decisión tomada confirma que Michoacán es un estado fallido.