El verdadero camino y vida de Juan Diego empezó con las apariciones de la virgen. Junto a ella vivió sus últimos años; entregado a su cuidado y servicio una vez que el primer Arzobispo de México, fray Juan de Zumárraga, mandó construir la primera ermita en su honor, donde fue colocada la imagen del ayate milagroso. Así lo ordenó la virgen a Juan Diego y así lo trasmitió al fraile Zumárraga que en un principio dudó y pidió una prueba para creer en su palabra, recibiendo las flores con la imagen estampada en el ayate del indio, el embajador del mensaje de la virgen.
Desde ese momento, los vecinos de Cuautitlán fueron ejemplo de fe hacia la virgen, iban los domingos y días feriados con sus familias a trabajar en la construcción del templo de la Virgen de Guadalupe, a barrerlo, sahumarlo y a ver a Juan Diego, para pedir que intercediera por ellos ante la morenita del Tepeyac. Desde entonces, los pobladores de Cuautitlán son parte de la historia viva del acontecimiento guadalupano, donde su paisano Juan Diego es un actor decisivo y principal en la evangelización de México.
Es sorprendente que esta tierra haya sido favorecida en diversos momentos de la evangelización; incluso durante la época prehispánica, la guerra de conquista y durante la fundación de la Nueva España. Cortés quedó asombrado de Cuautitlán por abundante y hermoso, los franciscanos lo eligieron como el primer municipio donde salieron a evangelizar y aquí se construyó uno de los primeros conventos importantes del país, lo que ahora es la catedral y antes era la iglesia y convento de San Buenaventura. Sin embargo, los tres acontecimientos que celosamente defienden los fieles del pueblo y la región es el mérito de ser de la tierra de Juan Diego, de custodiar el lugar de la milagrosa quinta aparición de la virgen, en donde ahora está la hermosa y apreciada iglesia del cerrito del barrio de Tlayácac, y de la imagen de la Virgen de Guadalupe estampada en el ayate de Juan Diego.
Al menos, desde 1666 a la fecha, el cerrito es el lugar donde los testigos indígenas señalaron como la casa donde vivió Juan Diego, con su esposa María Lucía y su tío Juna Bernardino; incluso la referencia o punto de encuentro era —y es— preguntar por la iglesia del cerrito, donde vivió Juan Diego. Resulta extraño que el municipio sea conocido como Cuautitlán México y antes como Cuautitlán de Romero Rubio, cuando su historia lo liga estrechamente con Juan Diego y, por lo tanto, sería un acierto del sentido común que se llamara Cuautitlán de San Juan Diego. Estoy seguro que Ignacio Ramírez “el Nigromante” y el mismo Juárez estarían de acuerdo, porque esto nada tiene que ver con una afectación al Estado laico que tanto defendieron, porque el Estado mismo no puede ir en contra de su historia social, que también hace patria.
Del diálogo entre la virgen y Juan Diego da cuenta el indio sabio Antonio Valeriano, autor del Nican Mopohua, un texto hermosamente escrito, el más representativo de la literatura de aquél tiempo y el más influyente en la narración de las apariciones de la virgen a Juan Diego y su vinculación con el Obispo Zumárraga. Valeriano fue alumno del Colegio de Santa Cruz Tlatelolco, donde luego sería maestro y colaborador de frailes ilustres y defensores de los indios como fray Bernardino de Sahagún, con quien participó en la elaboración de uno de los libros más valiosos para entender y conocer la vida prehispánica, conocido como Historia general de las cosas de Nueva España, cuya primera versión se dio a conocer en 1555.
Varios son los hechos históricos que se entrelazan para dar origen a lo que somos como país. Son momentos que si bien tuvieron un origen aislado, con fines y propósitos distintos, terminaron por vincularse, primero por relaciones de dominio, donde se hace valer la suerte del vencedor sobre la posición de los vencidos y luego por cultura, lenguaje, territorio y religión; este último con mayor fuerza integradora y de identidad nacional. El jueves santo de 1519 llegó Cortés a San Juan de Ulúa, fundó la Villa Rica de la Vera Cruz; emprendió su camino hacia México Tenochtitlán, combatió en Tlaxcala, los hizo sus aliados y llegó a las puertas del imperio, donde fue recibido por el gran tlatoani Moctezuma, quien creía que estaba frente a los hombres que representaban el regreso de Quetzalcóatl.
Inevitablemente llegó el tiempo de las batallas, de las alianzas del odio en contra de los mexicas. La conquista tuvo lugar de 1519 a 1521 y terminó con la captura de Cuauhtémoc. El triunfo de los castellanos, apuró la fundación del Virreinato de la Nueva España. A partir de 1523 y 1524 empezarían a llegar los frailes misioneros, entre ellos, los conocidos como los doce apóstoles, considerados los padres de la iglesia católica de México. Pero de todos estos sucesos ninguno reúne mayor relevancia social, de unidad e identidad nacional como las apariciones de la virgen en el cerro del Tepeyac, del 9 al 12 de diciembre de 1531.
Si bien, la conquista empezó a conformar territorial y políticamente a México, la Virgen de Guadalupe serían el factor de unión del pueblo, gobernantes (virreyes), misioneros y, en las postrimerías del Virreinato, Hidalgo y Morelos la eligieron como estandarte, para encabezar el movimiento de independencia nacional. De hecho, ante el trato inhumano a los indios y su sometimiento indigno a trabajar en condiciones extremas; la religión católica, representada por el humanismo de los frailes, se convirtió en su fuente de apoyo y consuelo.
El camino de la conquista lo trazó Hernán Cortés con sus aliados Tlaxcaltecas hasta lograr la derrota de los guerreros mexicas; el camino de la evangelización lo trazaron y recorrieron los frailes misioneros, pero el camino de la fe, el camino de la religión católica como elemento integrador, de identidad y unidad nacional lo hizo Juan Diego por designio de las apariciones de la Virgen de Guadalupe. El indio de Cuautitlán tuvo la dicha de ser el elegido, de convertirse en el embajador de Guadalupe y su tío, Juan Bernardino que se disponía a bien morir y en confesión, fue el elegido para ser benefactor del primer milagro guadalupano.
Afligido por la enfermedad de su tío, Juan Diego evitó encontrarse por cuarta vez con la virgen para seguir su camino a Tlatelolco, en busca de un padre que confesara a Juan Bernardino; pero ella acude a su encuentro, lo alivia de su carga, de su pena moral, y le ordena que vaya a cumplir con lo que le ha pedido, que no se preocupara de su tío, porque ya está sano. Luego de hacer lo ordenado por la virgen, regresa a su casa de Cuautitlán y ve que su tío está en pie. Sorprendido de la compañía de Juan Diego, que iba escoltado por ayudantes del obispo Zumárraga con la orden de verificar el milagro, Juan Bernardino le comenta que lo alivio la Señora del Cielo, la misma que él decía que se le apareció.
Lo narrado, extraído de fuentes documentales y testimonios sobre el acontecimiento guadalupano, es parte de la historia del pueblo de Cuautitlán y de los fieles de la región; lo han aprendido y enseñado por medio de la tradición oral, herencia de la época prehispánica, para preservar acontecimientos relevantes, de la vida del pueblo. De este municipio, del barrio de Tlayácac, salía Juan Diego para ir a la iglesia de Santiago Tlatelolco a oír misa y aprender la doctrina. De aquí fue al encuentro con la virgen en el cerro del Tepeyac.
Esforzarse por señalar lo contrario, ubicar en otro lugar la casa de Juan Diego, expresar que la quinta aparición se dio en otro sitio y desviar el camino de San Juan Diego, es ir en contra de la elemental investigación histórica; es ir en contra de la evangelización misma, porque se aparta de la verdad razonada, de la limpieza del sentimiento puro de la fe. Una distorsión de los acontecimientos es un despropósito que puede lastimar los sentimientos nobles de la feligresía y puede abrir confrontaciones verbales que no llevan a ningún destino.
Es importante cerrar el círculo del acontecimiento guadalupano; pero sin apartarse de la veracidad del caso, como realmente fue caminado, como fue trazado por el indio Juan Diego. Es bueno coincidir sobre la realización de la obra, pero es necesario hacerlo de manera colegiada, para llegar a un punto de acuerdo soportado en fuentes históricas, documentales, testimonios que nos acerquen a una verdad compartida por todos. Estamos hablando de una obra que nos trasciende; que será el camino de millones de peregrinos, para llegar al altar de la Virgen de Guadalupe.
Hagamos el camino de la historia, no el camino de los intereses que pueden ser nobles, pero equivocados.