La oscuridad se filtró de batacazo, lo último que recordó el Juan Barrancas fue que estaba en la negritud, sin ver nada, solo escuchaba los gritos de ¡nos faltan 43! Más fuerte, ¡Nos faltan 43! ¡No se escucha! ¡Hijo de Karam, Peña Miento, Osorio escuche nos faltan 43! Luego se abrió un portal, era ya conocido, los arcos de Tlalnerock, donde los neochichimecas impasibles, sin que el mundo les corriera bebían café y fumaban un cigarrillo, y la pantalla del televisor centelleaba, proyectaban la programación: Penny Dread Full, Los Juegos del Hambre, mientras dos chicas la cotorreaban y se fumaban su malteada, el Juan Barrancas, más viejo, ya canoso, traqueteado y luchando contra la decadencia. Sentía el dolor, estaba solo en medio de toda la gente.
Le llegaba el rebote de sus instintos, su mente era una confusión o la claridad, el contragolpe era contundente, ya no sangraba lágrimas porque estaba seco, seco el corazón, el amor se había escabullido a otra parte, como cada 26 del mes, andaba el que fuera, marchando de anti sistémica, rompiendo moldes, estructuras caducas.
La lluvia amiga se presentó tímida, la tarde era incompleta, las chicas hacían la revolución y el estaba ahí sentado un café.
Ya debería jubilarme, pensó, pero como nunca se dio de alta, se había chingado solito con su alma, caminado luego solitario como alma en pena por los caminos de Tlalnerock, rumiando la derrota que igual era un camino desandado, perdiéndose en el absurdo, extrañando la ausencia , ya se me pasara, solo falta que se ponga en paz mi mente, mi energía, mis emociones y este cuerpo traqueteado, el veloz descenso me lleva al humus de la tierra, se veía junto a las larvas que lo consumían.
Sin anestesia, bastón, un alipuz o yesca, solo la cafeína, que mitiga este dolor tan grande, este amor o desamor que es más doloroso que la soledad, recitaba en su interior para calmar los demonios, el vacío, esta tristeza mía este dolor tan grande que nada ni nadie alivia, pero debo controlar, esto ya va pasar, no es de dios pero tiene que pasar, lo tengo que soltar, esta relación que es más dolorosa que puta madre de la soledad, como la primera calle de la soledad, rola del Jaime López, ese juglar de la banda que malaconsejada en los ochentas, amala en un hotel allá por otros arcos lo de Belén por Luis Moya, cuando las Caribe coller, no más bien las Viña Real eran el afrodisiaco ideal para estrujarnos los cuerpos, y se iluminaba una sonrisa, al recordar al Angel de la noche, de la madrugada Angel del amor, no me dejes dormir , pasemos esta noche entrecruzados que la noche es de los amantes. Pero todo tiene su final, y el proceso de putrefacción lo alcanzó, el amor se esfumo lo proscribieron y la alegría también, esto es una pesadilla , me hace falta una bebida fuerte, un aguardiente para el alma, el armadura me sofoca este pueblo esta desierto son las nueve y ya está desierto todos corren a guardarse, parece un toque de queda, hule a sangre, a miedo, del rancho electrónico ya no queda ni el neón, solo sombras nada más entre tu vida y la mía entre tu amor y el contragolpe de Manu Chao, quien puede contra el ajuste de cuentas del corazón ¡ouch!
El Ambrosio quedo irreconocible y el Barrancas con el pelo engrifado y más por los porros de guerra que se metieron, se erizaron los cabellos chamuscados de la cabezota sin dárselas a desear, no la vayan a probar, tiznados tirados yacía en la azota después del rayo que escupiera la serpiente emplumada petrificándolos, carbonizados al pastor, todavía latía su agitado corazón, eso ya era ganancia estaban en un sopor agradable cálido que los mecía en la locura ordinaria del valle del caos, de la esquizofrenia cotidiana.
De nuevo se le cerraron sus ojitos de apipisca al Juan y entro en un abismo profundo y negro como su suerte, cayendo en circular descendiendo lentamente hasta que otro batacazo le hizo abrir los ojos, encontrándose en la pirámide de la Ciudad amurallada, cayo en blandito en el crecido pasto fresco que lo despertó por completo, era un día soleado el cierto era brillante la temperatura agradable se acurrucó mirando hacia el monumento de piedra de los antepasados,
Las cabezas de la serpiente emplumada, Quetzalcóatl eran exactas, hermosas, frías, pero la más grande de ellas empezó a cobrar vida, enroscándose por completo al Juan, lo estrujo y luego lo soltó, se quedó lacio, el Barrancas no daba crédito como reptaba la anaconda voladora hacia la punta de la pirámide, en un a acto de locura como a los que no estaba acostumbrado se montó en ella y ya volaba por las nubes, era una sensación única, atisbaba la pequeñez de la Ciudad de los palacios, hasta que tomo la dirección hacia los volcanes Iztaczihual y el Popocatépetl, la Mujer dormida y el Guerrero, Los guardianes de México.
La serpiente alada se fue acercándose más y más a hasta el cráter de don Goyo y serpenteando la fumarola que hizo alucinar al Juan, de ¿qué tamaño seria el churro que habría de fumarse Don Gregorio para exhalar lo que se difuminaba? y ¿qué pulmones?
Era un viaje mágico, un delirium sin pomo, sin estruendo, pero cuando Quetzalcóatl se fue en picada, hizo que volviera a sentir el aire y en caída libre ya estaba de nuevo en el suelo, adolorido, sin perder el conocimiento empezaron a llegar aves brillantes que empezaron a trinar una dulce melodía, que lo sereno, ya estoy en el cielo pensó, la serenidad lo colmo al igual que una lluvia florida que lo cobijo por completo, empezó a sentir una frescura que humedeció su rostro, pero esa es otra historia…