La competencia política en el país tiene encaminadas sus estrategias, baterías y artillería electoral en un proceso local que ni siquiera ha comenzado legalmente. El Estado de México se ha convertido en el punto de quiebre para las aspiraciones de los contendientes. En la transición democrática que vivimos, la entidad es clave para dar continuidad al proyecto que representa la clase política del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y los intereses nacionales que aglutina. El enunciado es imperativo y no hay 2018 sin 2017 para la oposición en su conjunto y para el PRI y sus asociados Nueva Alianza (NA) y Partido Verde Ecologista de México (PVEM). Esto es determinante. Está en juego un posible cambio estructural en la conformación del poder político en el país a partir del resultado de la elección para el cambio de gobernador en la entidad mexiquense, misma que tendrá lugar en junio de 2017.
Sin la victoria en el suelo mexiquense, poco representarían las siete gubernaturas ganadas por el Partido Acción Nacional (PAN); cuatro registradas por sí mismo y tres en alianza con el Partido de la Revolución Democrática (PRD). A pesar de lo aparatoso que pudiera parecer la derrota, el PRI no está muerto ni desahuciado ni hay cirios encendidos; sigue vivo y se prepara para superar la adversidad; por lo pronto ya renunció Manlio Favio Beltrones a la dirigencia del Comité Ejecutivo Nacional y ya trabajan los priistas para convocar a una Asamblea Nacional que defina el rumbo a seguir en las elecciones de 2017 (Veracruz, Coahuila, Nayarit y el estado de México) y las federales y locales de 2018.
Por el lado de la izquierda, el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) que encabeza Andrés Manuel López Obrador tiene una posición de privilegio al estar situado en el tercer lugar, cuando todavía no da inicio el proceso local de manera oficial. El dueño de MORENA está en espera de las formalidades legales para registrar a quien le venga en gana. “Un partido así no lo tiene ni Obama”. Hasta el momento, se perfila la profesora Delfina Gómez Álvarez, ex presidenta municipal de Texcoco por Movimiento Ciudadano y actual diputada federal. Mientras tanto, el PRD está buscando cómo sobrevivir al embate de López Obrador y su MORENA. Quiere evitar a toda costa el cuarto lugar y recuperar la bandera de la izquierda mexicana que le ha arrebatado el candidato eterno del “frijol con gorgojo”. Las alianzas con el PAN en Veracruz, Durango y Quintana Roo ocultaron su verdadera dimensión y disfrazaron los impactos de sus fracturas internas.
La lucha por el poder político vive su efervescencia y es evidente que ninguno esperó el arranque formal del proceso. Todos están en movimiento y han adelantado sus filas a las trincheras del frente de batalla. Por lo tanto, la posible victoria no se decidirá durante el desarrollo de la jornada electoral; por el contrario, esta se define por la operación política que cada grupo en contienda sea capaz de instrumentar con éxito previamente. El PRI y el gobierno que encabeza el Dr. Eruviel Ávila Villegas seguramente van a tratar de romper cualquier intento de alianza PAN-PRD o, aunque sea remota la posibilidad, la que pudiera darse entre el PRD y MORENA. En el plano interno buscará dar continuidad a su acuerdo con NA y el PVEM; y probablemente incluya al Partido del Trabajo (PT).
Para ganar localmente, el PRI tiene que hacer más que lo visto en las elecciones del 5 de junio de 2016; entre sus cuadros políticos tiene a personas con experiencia para conseguirlo. De entrada, es probable que motiven rompimientos internos dentro del PRD y el conducto sea Héctor Bautista, quien ya manifestó su oposición a integrar una alianza en automático con el PAN. Los que están de acuerdo con esta iniciativa aliancista no tienen el poder suficiente para imponerse a la voluntad de este líder perredista, con quien seguramente el gobierno del estado y el PRI ya tienen vínculos registrados por pactos pasados. La salida de Agustín Basave es ya un triunfo del perredismo anti-alianzas y solo falta que alguien afin asuma la presidencia nacional del partido, que pudiera ser el propio Héctor Bautista. Por otro lado, Jesús Ortega ha expresado públicamente su apoyo a una gran alianza de la izquierda, inclusive con el PAN para arrancar al PRI la gubernatura del estado de México.
En el PAN viene un proceso interno para la elección del presidente del Comité Directivo Estatal (CDE). Al ser un proceso abierto a la militancia, el PRI tiene la opción de “influir” hacia la planilla ganadora. En este caso, el cuestionado presidente actual, Oscar Sánchez, tiene oportunidad de reelegirse. Una ayudadita y listo. Sin embargo, si fuera así, este dirigente no tendría garantía del control panista por el desgaste que viene acumulando. En consecuencia, no es tan rentable para los fines que buscaría el PRI. Pueden apoyar a otro candidato y crearle un escenario favorable para que gane a condición de que no apoye la alianza. Si el PRI logra esto, obligaría que cada partido fuera a la elección con candidato propio y nada de alianzas.
Sin embargo, para el PAN nacional la alianza se ha convertido en una decisión de vida o muerte política. Si la consolidan, los panistas llevarían mano en designar al candidato que encabezaría la alianza. Si bien esto no garantiza una victoria, si mejora las posibilidades de conseguirlo. Si van en alianza, que necesariamente tiene que concretar Ricardo Anaya para seguir firme en sus aspiraciones presidenciales, la candidata puede ser Josefina Vázquez Mota o José Luis Durán Reveles, ambos con relaciones políticas nacionales. El que también ha manifestado “que quiere” es el diputado federal Ulises Ramírez Núñez, pero reúne el inconveniente de ser una figura pública con fuertes señalamientos negativos y de ser proclive a la negociación política, antes que a la real competencia electoral. Lo ven como un candidato a modo antes que de moda. En general, para el PAN nacional es prioritario garantizar una dirigencia local con plena autonomía a los acuerdos o pactos con sus adversarios presentes y futuros. Ese sería su primer paso hacia una probable victoria. En caso contrario, anticipa su derrota.
Hacia el PRI, una medida que rompería con su tradición política en la elección de candidatos es la postulación de una mujer. Puede que existan sus resistencias internas, pero la sociedad mexiquense está preparada para tener una gobernadora. Si así fuera, estaría presentando una opción con mayor calidad moral y ética ante el electorado, justo en el momento en que en el país se percibe un sentimiento generalizado de corrupción e impunidad hacia los políticos. Adicionalmente, se rompería el concepto de ineptitud que gobernantes hombres han dejado en la percepción ciudadana por sus malos resultados de gobierno, basta con mirar hacia Coacalco, Cuautitlán, Nicolás Romero, Izcalli y Tlalnepantla.
En esta lógica, las posibilidades se cierran a tres mujeres con amplia preparación en el manejo de los asuntos públicos y la práctica política. A saber, Ana Lilia Herrera Anzaldo, Martha Hilda González Calderón y Carolina Monroy. Es probable que la elección se reduzca a la senadora Herrera Anzaldo y a la diputada y presidenta del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del PRI por estatutos, Carolina Monroy quien tuvo una destacada administración cuando estuvo al frente del gobierno municipal de Metepec.
Su disyuntiva radica en que si es ratificada al frente del CEN del PRI sus anhelos de gobernar su tierra serían superados por la responsabilidad de guiar positivamente las elecciones locales del 2017, a celebrarse en Veracruz, Coahuila, Nayarit y el estado de México; y más aún, en ganar las elecciones presidenciales de 2018. Sin duda, es una mujer talentosa, moralmente sólida y con preparación para asumir el reto que el grupo y clase política mexiquense le encomiende. Cercana al presidente Peña Nieto, es una mujer que ha demostrado brillar por luz propia y ha conseguido mantener una vida personal fuera de los reflectores que se presentan en la función pública y en el ejercicio de la vocación política.
Si el candidato fuera hombre, el PRI tiene un catálogo de donde echar mano: Carlos Iriarte Mercado, Alfredo del Mazo, Luis Miranda, José Manzur, César Nomar Gómez, Cruz Juvenal Roa Sánchez, Erasto Martínez, Ricardo Aguilar Castillo, Luis Videgaray, Alfonso Navarrete y Ernesto Nemer Álvarez.
Adicionalmente, para que el PRI tenga una elección favorable requiere superar una situación inédita en la vida política de la entidad al contar con tres liderazgos fuertes: el Presidente, el gobernador y el líder político del grupo, Arturo Montiel Rojas. Si el actual gobernador aspira a ser el sucesor de Peña Nieto es fundamental que gane la elección local. La otra variante es que el presidente Enrique Peña no puede perder su estado. Si bien, gobernador ni líder matan mano a presidente, es imperativo un acuerdo sobre el candidato que abanderará al PRI en las elecciones para gobernador.
Al final, la elección local no lo es más; se ha convertido en un proceso nacional decisivo.