Las campañas electorales requieren de estrategia, de saber para qué se va a una elección. Incluso los que únicamente compiten lo hacen por algo y eso implica ya una decisión pensada. Tal es el caso de aquellos partidos que compiten para conservar su registro, obtener posiciones, más prerrogativas, financiamiento o estar en el punto que los haga rentables para una coalición o alianza político-electoral. Esa es una habilidad desarrollada a través de varios años de algunos partidos políticos y sus líderes o cuadros dirigentes. Puede ser algo negativo para la democracia mexicana, pero eso no se debe a los usuarios sino al propio diseño de la Ley.
El caso es que cada campaña debe implicar un diseño mínimo de estrategia, de rumbo a seguir y de un diseño activo para el manejo de crisis. Ejemplo de esto, es la campaña del Presidente de los Estados Unidos (E.U.) Barack Hussein Obama, que dio muestras de un manejo de campaña impresionante, tanto en el trato con los medios de comunicación como en el uso de las redes sociales, sin restar mérito a su enorme capacidad discursiva que vino a darle frescura y credibilidad a lo dicho por un candidato en campaña. Ganó todo y a todos. Quién en su sano juicio podría imaginar que un afroamericano podría llegar a dirigir a un país con la historia y tradición racial de los E.U. Y, menos, que le ganara a una mujer hecha en el poder desde la presidencia, como lo es la Señora Hillary Rodham Clinton. Desde el inicio de su camino hacia la presidencia ganó la elección interna y de ahí se enfiló a la presidencia, a un paso más que firme: inédito. Podemos describir diversidad de factores, de hechos y coyunturas, pero la cosa fue la estrategia de campaña de un candidato.
Llamar estrategia tiene sus excepciones, no todas son campañas ni todas tienen competencia. Ejemplo de ello fueron la elección del Dr. Ernesto Zedillo Ponce de León, en México y de César Gaviria, en Colombia. A los dos políticos los llevó al cargo la muerte de los abanderados originales. Al Dr. Zedillo lo sentó en la silla el asesinato -todavía no esclarecido- de Luis Donaldo Colosio Murrieta y al Señor Gaviria el cobarde ataque al candidato Luis Carlos Galán, perpetrado por delincuentes al servicio del narcotraficante Pablo Escobar, jefe del cártel de Medellín. A esos procesos electorales no podemos llamarles campañas ni siquiera competencias, fueron cargos derivados de dos desgracias lamentables. No se discute si fueron buenos o malos candidatos, simplemente llegaron y fueron presidentes de sus respectivos países.
Existen otros procesos donde las estrategias pasan a segundo término por el tipo de contexto en que se originan. En esa condición están las elecciones presidenciales de 1988 y las del año 2006. En ambos casos, el argumento del más cercano competidor es que hubo fraude electoral operado desde el gobierno o, si se quiere, desde el aparato de Estado. La duda rompe con cualquier argumento en favor de los equipos que operaron las campañas, y más cuando no pudieron contrarrestar esa tendencia previsible. A la larga, el perdedor de las elecciones del 88 es una figura política reconocida en la izquierda y en la propia clase política nacional, incluso es bien vista por los medios de comunicación; mientras el ganador de aquél proceso sigue buscando argumentos para limpiar su imagen pública y reputación.
No es el caso del perdedor de las elecciones del 2006, que sigue en su discurso del fraude como campaña política permanente. De hecho se dice, se conoce o se autonombra “Presidente Legítimo”. El asunto es que si este personaje se dejara guiar a través de una estrategia, tal vez, en este momento tendría las mejores calificaciones para ganar las elecciones del 2012, pero su protagonismo extremo, su lucha por ser mártir o estar en el escenario a pesar de hartar a una mayoría de electores no lo deja serenarse y pensar el paso a seguir, en busca del éxito que debe cobijar toda campaña seguida de una estrategia. Lo que esta figura política encabeza es un activismo político permanente, pero no se le puede llamar estrategia. Si tuviera una, su figura estaría con porcentajes de aceptación distintos y los medios lo buscarían para ser noticia y no para ser la nota. El escándalo no puede ser llamado campaña y menos estrategia.
El hecho que sorprende más es que en el Estado de México los candidatos opositores, los dos retadores, tampoco tienen estrategia en una elección trascendental para sus propios partidos y el futuro político del país. Ninguno de los dos ha dado muestras de conocer la entidad, sus necesidades, localidades, rancherías, comunidades o de sus requerimientos más inmediatos. No se pone en duda su capacidad ni su honorabilidad, lo que es evidente es su improvisación al momento de hablar sobre el estado que pretenden gobernar.
Hablar no se traduce en automático en un discurso estructurado en forma coherente; la sola acción de hablar no comunica ideas articuladas con propuestas; mucho menos permite llegar y motivar a los habitantes del estado y sus electores. Uno de ellos manotea y casi grita cuando se quiere expresar para convencer. El resultado de ese tipo de campaña lo tiene en el nada envidiable tercer lugar y cayendo. Es un hombre preparado, hecho en los espacios de toma de decisiones políticas y de gobierno, a pesar de no tener triunfos electorales como tampoco cargos de gobierno. Es un buen hombre y goza de un prestigio como figura pública de honestidad, pero es un mal candidato. Sin equipo, sin mensaje y sin preparación para debatir. Alguien me comentó, con cierta pena, que era el mejor candidato de los tres en contienda… pero si las elecciones fueran en otro siglo. Queda la idea, el refugio del fracaso, en decir que vino a limpiar a su partido de malos militantes. Eso puede ser cierto, pero es un propósito ajeno a la propia elección de gobernador. Al igual que Castillo Peraza cuando fue a la televisión nacional a dar su mensaje en la contienda por la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal, este candidato falló porque se equivocó en la estrategia y en el mensaje.
El otro retador, el otro candidato, si estuviera preparado en las técnicas del debate, en los contenidos y las propuestas; si se hubiera dejado ayudar por profesionales de la comunicación, es probable que estuviera en una mejor posición. Es un buen polemista, propio de un hombre formado en la izquierda, pero ese talento, capacidad, por si misma no le ha ayudado a crecer como pretendía, se quedó limitado por no prepararse para una elección dependiente de la difusión y cobertura de los medios de comunicación. Representa a la izquierda y dice que la unió entorno a su campaña, puso al monstruo tabasqueño a su lado, pero también cargó con los errores de los líderes de esa izquierda que no sabe debatir en televisión: Cárdenas, Cárdenas, Cárdenas, López Obrador y él.
Los dos perdieron su oportunidad histórica. Tuvieron acceso a los medios nacionales, locales, redes de sociales y lograron llevar a su adversario a la mesa del debate y ambos perdieron. Fueron vencidos por no saber qué hacer, por no estar preparados para debatir en los medios, en una elección corta y dependiente de la televisión y la radio. Oportunidad la tuvieron y, tristemente, la desaprovecharon. Era el único espacio donde podían vencer y convencer, porque en el ámbito territorial y de movilización los dos candidatos con sus partidos y estructuras van en franca desventaja. Su oponente es realmente fuerte en la movilización. Se requería que fueran candidatos de alto rendimiento, más actuales en la estrategia de medios, de campañas cortas, de los mensajes precisos y han sido candidatos repetitivos, con discursos trillados, sin chispa. Pueden decir que no es cierto, tratar de aclarar o desmentir a su oponente, pero la frase “A dios a la Tenencia” tiene miles de seguidores. Hasta ahora es la frase que se lleva la campaña.
Dejando de lado los quereres o las fobias, tener siete minutos con López Dóriga en televisión nacional y en una trasmisión triple AAA no es algo desdeñable y había que aprovecharlo al máximo por la audiencia a la que se podía llegar. El resultado fue lamentable. Más aun, tener la oportunidad de debatir en televisa, bajo un esquema más desfavorable al candidato a vencer por el riesgo de la improvisación, no fue utilizado con la mínima rentabilidad electoral. Ni afectaron a su adversario con sus intervenciones ni lograron comunicar algo relevante para los electores. Habría que recordar que las elecciones se ganan con votos y que el principio de una elección es sumar la mayor cantidad de sufragios para triunfar. No es con frases chuscas, referencias ocurrentes como se gana una contienda electoral y menos en el Estado de México.