La llovizna arreció en aquella cima del mundo, la montaña en toda su plenitud era un espectáculo como pocos, las nubes rozando las rocas y la espesura de la vegetación y ya casi para meterse el sol pusieron en alerta al Moreno. Y más cuando con caras de pocos amigos, se dirigían hacia él tres sujetos con rostros curtidos por el duro trabajo, de mediana estatura que irradiaban un magnetismo en aquel encuentro por el sureste chiapaneco, cerca de la selva. Le hablaron una lengua que no entendía ni maíz paloma. -Buenas tardes, bueno casi noches, vengo a poner la biblioteca a este grandioso rincón del México profundo- atinó a expresar para que entre la triada de paisanos se hablaran en su léxico y se rieran a carcajadas. Lo que faltaba -pensó el Moreno-, Éstos hijos de Kukulkán me están viendo la cara, a burlarse de su la más vieja de su casa dijo, al tiempo que se pusieron serios, ¿qué nadie sabe hablar castellano, español? Se volvieron a comunicar en su lengua madre, sin que entendiera el neo chichimeca una pe. El Moreno en sus pensamientos, empezaban bullir, ¡vale madre como le voy a hacer! Y todo por no estudiar, ahí estaba en a aquel pent-house natural, deseando conocer algunas palabrejas de chamula o tzotzil, tojolabal, lacandón o lo que le pudiera generar la comunicación con aquellos hermanos de la selva. En eso estaba cuando uno que empieza a silbar como arriero de de Tarácuaro, pero era un silbido dulce nada agresivo, y para la sorpresa apareció un paisano que resulto ser el maestro del pueblo aquel olvidado de la mano de Dios, con quien se presento y le dijo que solo quería conocer el local donde se instalaría la biblioteca. El maestro también desconfiado, era de pocas palabras y lo llevo al lugar donde estaría el recinto del saber y luego lo invito a medio-comer un plato de frijoles tortillas y café, que le supieron a gloria al Moreniux, para luego a conducirlo a un cuarto donde le indicó que dormiría y donde se podría asear. Aquello sí que era toda una experiencia de altura, dijo para sus adentros, se echó en el camastro de costalera que le daba comezón pero el suelo no era una opción a su alcurnia, se arropo con las playeras que llevaba y el suéter porque comenzó a pegar un frío que lo hizo anhelar un tequila. -Un Hornitos estaría a todo mecate- dijo hablando con la solapa, pero estaba fuera de su alcance por lo que se acurruco maldiciendo su suerte. Cuando ya casi estaba en el segundo sueño de un radio transmisor comenzó a filtrarse las alabanzas, “padre nuestro tu que estas/ en los que aman la verdad/ en el reino que nos prometió/ llegue pronto a nuestro corazón/ el amor que tu hijo…., pero en el idioma autóctono, que en otro viaje, luego le traducirían diligentemente un cristiano en el pueblo de San Cristóbal de las Casas… El Moreno, dijo ¿qué pedrox? se empezó a retorcer y sacar espuma y los escalofríos no se dejaron esperar, esto era el colmo, un exorcismo nunca solicitado en medio de la nada, a un moreno enchamucado, quien desde joven había renegado de todo sino religioso y que despotricaba contra el alto clero que vivía en el oropel e insultante boato, mientras la grey vivía en la miseria en la total ignominia esperando la resucitación del tercer día y el cielo. Sacando fuerzas de su pasado, se paro camino unos pasos calándole el frío hasta los huesos y abrió la puerta de su celda, la lluvia había cesado y las nueves dejaban ver la penumbra de la luna y la montaña seguía ahí imponente dándole las buenas madrugadas, se sereno cuando se apagó el canto al Señor, regreso al catre gambusino, y se aferró al cansancio para mañana meterle velocidad y salir de aquel pueblo bendito y hostil… El kikiiirririki del cronometro local hizo que saltara ¡Ah chinga si todavía no sale el sol! sus instintos asesinos generaron hacer un pollo rostizado con el plumífero cantor. Más tarde el güero astro rey con sus rayos entró en el respiradero del portón de la morada y salió para darse un baño de lujo a jicarazo limpio que lo desperezó. Fue a buscar al maestro para que le invitara un cafecito y unos bolillos con frijoles y huevo no había para más y como todo un profesional de la bibliotecología, empezó a abrir las cajas de las colecciones y las obras de consulta, con la fuerza ética que imprimía a su labor armó el mobiliario en un dos por tres y comenzó a ordenar bibliotecológicamente los archivos, por materia, titulo y autor, luego en unas mesas que serian las salas de lectura y consulta ordenó los títulos para terminar casi al empezar la media tarde y ganarse las alubias, un caldo de gallina, con unas gordas y un cafecito que era lo que más le encanto a su estomago que se calentó en aquel silencio casi sepulcral, para despedirse de sus jacarandosos anfitriones que se sorprendieron con el acabado final, por tener su primer biblioteca desde la época revolucionaria o ¿el vasallaje católico español? El Moreno se preguntaba ¿sí no saben castilla para que carajos les servirá? pero seguramente el maestro ya tenía los libros para sacudirse los pretextos y que llegara la justicia educativa en aquel pueblo, donde para la perra suerte del Moreno, de nuevo comenzó una lluvia más fría y tupida.
En la plaza el Moreno espero la troca y se arriesgó cuesta abajo por el terreno mojado, cerrando los ojitos de apipizca, no quería ver por los desfiladeros que se veían más cerca que nunca, hasta que llego a la carretera panamericana, donde se fue a meter a un tendejón, pidió un aguardiente, pero había ley seca para los forasteros, solo merecía un cafetal. No era el viaje de placer que había esperado, como aquella ocasión cuando llegaron a una región azucarera donde los veracruzanos, que saben de la alegría de la vida, les habían hecho fiesta para recibirlos, con una comilona con venadito, armadillos, jabalí, güeva, y una variedad de mezcales que imponían respeto al mejor bebedor. Los azucareros esperaban que se cayeran por la bebida ardiente y burlarse de los chilanguillos, pero no contaban que el Moreno, el burro por delante, el Comandante doble pechuga Rafael y el Demonio Domínguez, que lo habían acompañado aquella ocasión era catadores refinadísimos y de carrera larga ¡qué se abra la tierra! Y que podrían dejar en ridículo a los más experimentados y más cuando el refín era de oquiz.
Aquellos recuerdos mantuvieron al Moreno a las vivas en medio de aquel fin del mundo, quien ya se desesperaba por la demora del autobús a la capital Tuxtla Gutiérrez, donde tenía que llegar lo más pronto posible, si no el avión lo dejaría varado, mientras trataba prender su “cigarrillo de guerra” pero la humedad y las gotas heladas, hicieron que abortara la relajación cannabica, cuando enfrente de donde aguardaba el pasaporte para la jungla de concreto, aparecieron dos jeeps con unos sardos bien pertrechados, que no le quitaron la mirada haciendo que soltara el clásico ¡ya valió madres! … Pero eso es otra historia….