La casa vieja al fondo de la calle mostraba los estragos del tiempo, el otrora zaguán blanco estaba oxidándose y amarillento, la fachada crema había decolorado en grisácea, las ventanas guardaban el polvo del otoño y solo los majestuosos eucaliptos y olmos se arremolinaban por los fuertes vientos y se levantaban hacía la bóveda celeste cual gigantes, testigos de los mortales y zombis, en aquella noche estrellada y humeante en el barrio de “San Lucas Matoni”, el Higlander estaba solo otra vez, llegaba después de varios años a la que había sido sus morada, de sus juegos de infancia, sus cuitas de adolescente y sus desastres de ingobernable jovenzuelo, traía “medio estoque” que apenas se podía mantener en pie, había estado chupando como gente mayor y ya traía su cara de estúpido babeante, no podía controlar aquellas emociones que lo volvían un ser autodestructivo y despreciable, saco la charanda y se empujo un buen trago, sus tripas reclamaron, pero su mente se reactivó, abrió sigilosamente, una sensación de olvido, de melancolía lo atrapaba, entro a aquel cantón deshabitado y oscuro como su conciencia, cuando de repente al llegar a la puerta de la sala un ruido felinesco lo hizo tropezar, un pinche gato negro le maulló y se dio a la fuga, no sin antes pegarle un susto, ¡ay chincuetes, hijo de la pusy cats!, prendió el foco de 60 watss y observo todo un desbarajuste, cajas llenas de polvo, discos, libros, cachivaches, juguetes, cuadernos de notas, revistas, un cassetero, discos, un ropero desvencijado, ropas por doquier y recuerdos tantos recuerdos, aquello era un bodega digna de un basurero, solo por la vitrina llena de retratos de la familia, a un lado en un chiforro una escultura del gran Buda se alzaba, cual guardián de aquellos ayeres que ya nunca volverían jamás, el cuerpo regordete y esa mirada placida contemplativa lo relajo, ya se sintio acompañado y recogiendo unos libros y revistas revueltos entre periódicos y posters se arrellano, para suspirar y fumarse un “porro nocturnal” y reposar cual guerrero cansado del camino. Se echo otro “farolazo” y mirando al frente en la pared estaba ahí ni mas ni menos que el master John Lennon, cruzando los brazos con aquellos lentes únicos por donde alguna vez miro este conflictivo globo terráqueo, que lo inspiro para escribir y cantar, tantas rolas, callado pero inquisitivo, parecía decirle al Higlander que negra facha traes compadre, nunca te compusiste hijo de Lady Godiva. Era el cartel de una de una de las más memorables tocadas que hubiera realizado con el Seix Muertos, cuando se sentía bien ilustre, los neurotransmisores se activaron, “Rock por la paz, Lienzo charro de los Reyes Ixtacala” el cartel anunciaba al Haragán, el padre padrino el Síndrome, Juan Hernández y su banda de Blues, y Rebeld, rebeld punk, entre otros, ¡rock por la paz! jajajajajajajaja ¿cuál perra paz?
En este podrido mundo es lo que menos hay y esa ocasión no fue la excepción, era el fin de año, ¿escuchas negra conciencia? ya que el 8 de diciembre se recuerda en todo el mundo que el beatle de Beatles fue arteramente asesinado por un loco, como los que siguen andando sueltos. Para comenzar cuando llegaron a montar el audio, regresaba el casset del Inmortal, había una fiesta de fin de año de obreros que “la hicieron de espanto” porque ellos según habían alquilado el local, los bandoleros lograron convencerlos que no se metieran con la banda porque “iba a valer dos piras y tres con sal” y accedieron a retirarse al fondo del lienzo, pero todos empezaron a ponerse bien briagos, cuando en eso que llega el director de la policía a haber que pasaba con tanto irigote en pueblo quieto allá por los años ochentas y que llega a donde estaban lo explotados del mundo, y que me lo desconocen, ya decía salud el Higlander con su conciencia, y que me abaratan al matute de oro con unos ¡zokes, auch, cuaz, madres! , no lo hubieran tocado porque llego toda la poli de la Tierra de Enmedio, y aunque el toquín seguía, a todo maquina, “…en una noche oscura de terrible decepción/ tu vida se diluya sin ninguna solución….
/máquinas de guerra, maquinas de guerra acaban con tu ser…. se discutía el Amaya y la banda rockanrolera disfrutaba el rito. Mientras todas las patrullas del municipio ya resguardaban el Lienzo y los remisos rokers que arribaban, se retiraban, se daban a la fuga, no fueran a terminar en los separos, para acabarla de chiflar, ya al final uno gueyes se quedaron mirando feo y que empieza una riña en aquel “Rock por lo la paz”, se carcajeaba la sombra traviesa del Higlander cuando en eso que se abre la puerta, era el Barrancas, el Deivid con su guitarra que traían unos “frascos” para cantarle a la vida y el amor, cuando se quedaron calladitos cuando el Gran Buda le espetó, ya se habían tardado los estamos esperando, pero esa es otra historia….