Los rayos del sol del ocaso iluminaron las pupilas del Juan Barrancas, regresaba del la tierra del Dios del viento, Ehécatl conocidos por otros como Ecatepec, había estado en la tertulia de los viernes en el depósito de cervezas, las insuperable Soles de maíz de medio litro, de la espumosas cebadas que había degustado en compañía de el Jean Paul, no es que fuera francés, ni que comulgara con el existencialismo del maestro Sartre, pero era igual de gurú, nada más que oriundo de Ecatepunk y sociólogo de altos vuelos, metido a periodista cultural.
La tarde embriagadora irradiaba, la vida no importaba en aquellas tardes virtuosas de perder el tiempo, en que después de fumar unos porros y destrozar el lenguaje y las teorías, en los textos de un suplemento cultural, remojaban el gañote y refrescaban los sentidos en la tienda de Imelda, que era una excelente anfitriona, había crédito casi ilimitado para ingerir y brindar por el caos caótico, por las mujeres aunque mal paguen y sin necesidad de máster card. Ya mareadones abordaron el chemomovil un flamante Datsun deportivo, color flexo-amarillo cemento y emprendieron el camino a lo desconocido, el Jeanpaul se bajo cuadras adelante, no sin antes intercambiar unos “carceleros” de cannabis con el Barrancas por unos libros de Paty Smith y Castaneda, y dirigirse a su cueva a redactar textos en el tintero de la tinta suelta para aclarar emociones de manera antisistémica y desenmascarar ideas, mientras que el Barrancas más mundano y vulgar se encamino por el camino viejo a casi bordeando la sierra de Santa Isabel Tola, por donde caminaba el andariego y mítico, ahora santo, Juan Diego. El humo nublaba la vista y, los automotores por la México- Pachuca, avanzaban veloces a una de las entradas de la gran ciudad, de la antigua Tesmogtitlan, rodantes máquina vomitando humo-benceno, lo que le provoco un acceso de tos al Barrancas que se orilló para expulsar las flemas y reposar un rato, como que le quería dar la “pálida” y tras empezar a sudar copiosamente, comenzó a cantar al clásicos de José Alfredo Jiménez, ayayayayaaauuu…cual centella expulso los ácidos gástricos y la malta, se quedo babeando un buen rato hasta que se aliviano y paso a la gasolinera, se estacionó y fue al privado de hombres donde se refresco y más o menos puso en orden sus pensamientos, sí es que un testa-rrudo como él podría tener orden, regreso al chemo-movil y prendió el radio de donde las bocinas salía aquella rola que le pegaba y lo traspasaba siempre “Mátenme por qué me muero/ mátenme porque no puedo/ esta enfermedad es incurable/ esta enfermedad ni con un valium… pero su carrera directa al estrellato, – no del show espectáculo-, sino de su alocada vidorria, lo perseguía. En un rato llego al barrio para variar a aquella oscura calle, para atravesar un baldío por donde decían que se aparecía la llorona, pero era donde paraban de cabeza al maje que se le ocurría transitar y luego entro a la “tienda de los dulces” donde el olor a incienso y la música de los Beatles lo alertaron, “que hongo mi cabrón el barrio está caliente, acaban de pasar los matutes”, No hay bronca dame un 300 de golosinas, ¿qué tal esta?, ya sabes papirrin de luxe, el Barranquilla se guardo “los papeles” de los tóficos, bien resguardados en su escondite por si lo atoraban, salió del estanquillo y se despidió del tocayo John, George, Paul y Ringo que tocaban el “Tonto de la colina” una rola melancólica pensó el nómada y se escurrió como las sombras en aquella boca de lobo, le palpitaba el corazón más aceleradamente, subió al chemovil y se preparo un pasesín y le dio gusto a las fosas nasales, el levantón fue automático, como también el encendido del rodante amarrillo 5000 y moverse para salirse de la zona de alto riesgo, de la bronca, no lo habían atorado y no pensaba en que eso fuera a ocurrir, cruzo la pirámide de la ciudad amurallada y bajo al barrio de nuestra señora de santa Roza de Lima, en aquella Torre de Babel, donde se reunían los músicos y desubicados amigos, que le daban posada, pero no encontró a naiden, tenía que vagar y continuo camino para Atizapunk, no son antes pasar por aquella cantina, la del Charro, que se parecía y cantaba como el Javier Solís, que le traía buenos recuerdos porque era de las pocas con rocolas que tenían rolas como aquella que le pegaba a los recuerdos, “…piedra déjame piedra no me molestes más /déjame como soy… y después de unos vodkas ya entrada la noche ya a para la madrugada siguió la locomotora de la veloz desesperanza y el jolgorio y después de una revisión ya estaba sentado ahí instalado en el Caballos bar, donde de repente le alcanzaba sus peniques para ir a escuchar a un grupo que tocaba unas rolas de aquellas, que le recordaban su invalidez amorosa, su desesperación por salirse de aquella humanidad y prenderse como bonzo humano y esfumarse hecho ceniza y humo, para olvidarse del dolor de la soledad de un corazón espinado.
Cuando estaba en esas lamiéndose las heridas, apareció el Seis Muertos y se acompañaron en los tragos, del grupo lo reconocieron, les pagaron unas rolas y el congal se ilumino con I feel teh Blues de Gary Newman y màs con unos drinks, pero acabándose el parque y la plata, se dirigieron al barrio a seguir la fiesta, el Barrancas al volante iba más que alumbrado cuando el SeisMuertos le dijo que ¡cuidado! Cuando pasaban por unas vías del tren y en un volantazo el chemovovil quedo enrielado, literalmente cual armón de Ferronales en medio de las vías. Con la peda de órdago no podían salir del “trenazo” ya leía el Juan los titulares matutinos que se le bajo un leve la fiesta, si es que se aparecía alguna máquina 501 cuando el Barrancas se acordó que vivía por ahí el Gran Memorias, un gran carnal sin igual y a las tres de la madrugada le llamaba por teléfono ¡help help! Trae por favor unos lasos carnal y tu ranfla, pero ya cuando llegaban a sacar al chemovil de “trenazo” de la madrugada, ya la torreta alumbraba al yellow-rodante y al Seis Muertos que por extraños mágicos recursos ya alineaban la máquina rodante y les dieron tregua y la bendición y que se la llevaran tranquila. Al otro día lo único que recordaba el Barrancas es que no tenía dinero, la cabeza le rebotaba y andaba temblorino, cual maraquero de la Sonora Siguaraya, cuando al ir caminando por el barrio se le emparejo una patrulla y lo saludaron burlones los policías, sonriente, alertando la poca conciencia del cruzado irredento, pero esa es otra historia….