El mayor terremoto en la historia de Japón ha producido un terrible tsunami. Sin embargo, las olas gigantes no siempre aparecen después de que la tierra tiemble. El pasado 27 de febrero, un terremoto de 8,8 grados de intensidad sacudió Chile. La energía liberada fue tal que bastó, entre otras cosas, para desplazar más de tres metros al oeste la ciudad de Concepción. De inmediato, se declaró la alerta de tsunamis en todo el Pacífico.
Las olas gigantes, se dijo, barrerían durante los días siguientes todo lo que encontraran a su paso, desde las costas chilenas hasta el mismísimo Japón. Hawai, donde se esperaba uno de los mayores impactos, vivió días de auténtico pánico, y miles de personas abandonaron a toda prisa las zonas costeras.
Pero nada de eso ocurrió. El anunciado tsunami no llegó a producirse, y no hubo más catástrofes naturales asociadas a aquél sismo, a pesar de que su intensidad fue más que suficiente para alimentar maremotos a gran escala.
En segundo lugar tenemos el caso contrario. El último terremoto de Indonesia, un temblor de 7,7 grados provocó, esta vez sí, un tsunami que ha causado cientos de víctimas e incontables daños materiales. Y esto ha venido a suceder justo en una zona que es especialmente sensible a este tipo de catástrofes. Un área del mundo en la que, tras el desastre de 2004, con más de 100.000 víctimas mortales, se han tomado todas
las precauciones posibles para predecir la llegada de olas asesinas y evitar sus consecuencias. Sin embargo, ni la más compleja red de detectores, ni toda una constelación de costosísimos satélites especialmente dedicada a monitorizar el océano, han servido para evitar más muertes.
Está claro, concluyen los científicos, que algunos terremotos provocan tsunamis, pero otro no. Los factores a tener en cuenta son varios: la propia fuerza del terremoto, la dirección de las ondas sísmicas, la
topografía del fondo marino… Una serie de circunstancias y escenarios que, a menudo, marcan la diferencia entre la vida y la muerte.
Magnitud del terremoto
La magnitud del terremoto, por ejemplo, es la medida de la amplitud de la mayor de las ondas sísmicas que
produce. Y el reciente terremoto de Indonesia estaba justo en el umbral de magnitud que se considera suficiente para generar un tsunami. “Los terremotos por debajo de 7,5 grados generalmente no provocan
tsunamis», asegura el geofísico Blakeman, del Centro Nacional de Vigilancia Geológica de los Estados
Unidos. “Sin embargo, sabemos de terremotos de magnitud 6 que han causado tsunamis locales, más pequeños y menos destructivos.”
Por lo que sabemos, un terremoto provoca un tsunami cuando la actividad sísmica causa el movimiento vertical de las masas de tierra que hay a lo largo de las líneas de falla. Esto es, la tierra que está cerca de los bordes de las placas en que está dividida la corteza terrestre. Cuando alguna parte del fondo marino se desplaza verticalmente, o empieza a moverse alternativamente hacia arriba y hacia abajo, también se
desplaza la columna de agua que tiene justo encima. Un movimiento que crea, a su vez, una onda de energía que impulsa el agua hacia arriba. Al contrario, los terremotos que mueven el terreno horizontalmente
tienen muchas menos probabilidades de generar tsunamis. De hecho, cuando la energía de estos seísmos
empuja las placas en sentido horizontal, el agua no se ve afectada, y el tsunami no se produce, independientemente de la intensidad del terremoto.
La altura del tsunami
Luego está la cuestión de la altura que puede llegar a alcanzar un tsunami. Y eso, el hecho de que una ola tenga tres o quince metros, depende de cómo el movimiento vertical de la tierra causado por el terremoto interactúe con la topografía del fondo marino en su recorrido hacia la costa. Ese factor, opinan los investigadores, basta para amplificar el tamaño de las olas del tsunami durante su viaje. “Cuando viaja en alta mar —explica Bakeman— un tsunami se mueve normalmente a una velocidad que está entre los 800 y los
1.000 km. por hora, prácticamente la misma de un avión a reacción. Pero a medida que se acerca a tierra esa velocidad disminuye”. Los fondos costeros más bajos producen olas más altas. Y al contrario. Por último, y en contra de la creencia popular, los tsunamis no se ven influenciados por las condiciones meteorológicas.
Su energía procede del movimiento brusco de los fondos marinos, y eso no varía, o lo hace muy poco, con el
tiempo que encuentren durante su viaje.
El 1 de noviembre de 1775, un terremoto de magnitud 9 se produjo en el Atlántico, a 300 km. al sur de
Lisboa, y destruyó por completo la capital lusa. Entre sus catastróficas consecuencias, destaca el tsunami que, ese mismo día, azotó las costas de Huelva y Cádiz, provocando más de 2.000 víctimas
mortales. Y es que las costas españolas están en el radio de alcance de varios focos sísmicos capaces de generar maremotos. Así lo que indican en el Instituto de Hidráulica Ambiental de
Cantabria al identificar las áreas de riesgo de tsumani en el Viejo Continente. Las zonas de riesgo en nuestro país son la ya citada costa atlántica, cinco fallas del mar de Alborán las islas Baleares