CIUDAD DE MÉXICO, Méx.- Expertos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y el Instituto de Ciencias del Mar y Limnología (ICML) de la UNAM han localizado en 20 ofrendas del Recinto Sagrado de México-Tenochtitlan, 55 mil 69 placas calcáreas de carbonato de calcio, que corresponden a los endoesqueletos de antiguas estrellas de mar.
El anuncio de este descubrimiento fue realizado por el arqueólogo Leonardo López Luján, director del Proyecto Templo Mayor (PTM); los investigadores Francisco Solís Marín y Carolina Martín Cao Romero, del ICML y por la bióloga Belem Zúñiga Arellano, del PTM, durante una conferencia abierta al público y desarrollada como parte del ciclo titulado “Templo Mayor. Revolución y estabilidad” (disponible hasta julio 2018).
Leonardo López indicó, mediante un comunicado, que el trabajo entre ambas instancias se remonta al 2007, cuando labores de investigación en la zona poniente de la fachada principal del Templo Mayor (debajo y al oeste del lugar donde en 2006 se descubrió el monolito de la diosa Tlaltecuhtli) hallaron la recurrente presencia de las citadas placas calcáreas, cuyas dimensiones iban de los dos a los 15 milímetros.
Dado que los elementos se localizaron desarticulados (no en forma de esqueletos armados), se hicieron tareas de limpieza y separación por tamaño y forma de cada una de las 49 mil 633 placas encontradas en campo.
Carolina Cao indicó que con el fin de identificar a qué especie pertenecían las estrellas de mar, se tomaron ejemplares modernos resguardados por la colección de equinodermos del ICML, a los cuales les fue retirada la piel en laboratorio con el fin de acceder a sus endoesqueletos y poder contrastarlos con los elementos arqueológicos.
Así fue posible reconocer seis especies de estrellas de mar en 13 de las 54 ofrendas excavadas en torno al monolito de Tlaltecuhtli. Cinco de ellas (Luidia superba, Astropecten regalis, Phataria unifascialis, Nidorelia armata y Pentaceraster cumingi) proceden de las costas del océano Pacífico, y una más (Astropecten duplicatus) del Atlántico.
Debido al éxito del reconocimiento en laboratorio, el estudio se amplió a las salas y colecciones del Museo del Templo Mayor (MTM), en placas calcáreas halladas por proyectos arqueológicos anteriores. Ello sumó una cifra de cinco mil 436 elementos y “dio un total de 55 mil 69 placas, distribuidas en 20 de los 204 depósitos rituales localizados hasta la fecha en la Zona Arqueológica del Templo Mayor”, señaló Belem Zúñiga.
Los investigadores afirmaron que los recolectores prehispánicos pudieron obtener las estrellas de mar caminando sobre las playas, o mediante buceo libre a profundidades de aproximadamente 20 metros.
Los especialistas mencionaron que las estrellas de mar, al ser animales exóticos (no endémicos de la Cuenca de México) eran colocadas al fondo de ofrendas para recrear el inframundo acuático de dioses como Tláloc.
Plantearon la posibilidad de que los mexicas hubiesen transportado estos animales en colectores cargados con agua salada, y que los resguardaran hasta la fecha de su uso ceremonial en el llamado Vivario de Moctezuma, un sitio que se sabe, contenía estanques de agua salada y se localizaba en el terreno que hoy ocupa el Museo Nacional de las Culturas.
Según Francisco Solís, tal teoría se fortalece sabiendo que la estrella de mar puede sobrevivir varios meses sin alimentarse, ya que en función de su circunstancia, opta por ser carnívoro, herbívoro, carroñero o caníbal.
Pese a lo descubierto, los expertos apuntaron que aún existe la interrogante de por qué los mexicas, a diferencia de pobladores de ciudades anteriores en el tiempo, como Tula, Cacaxtla, Teotenango y Teotihuacan, no dejaron ninguna evidencia artística, arquitectónica, cerámica o textil de las estrellas de mar, que ahora se sabe, conocían y usaban con fines religiosos.