El pent-house de la Torre de Babel de Melrouse, es decir la azotea de aquel edificio más alto que la misma iglesia que estaba en la contra esquina, era un albergue para el caminante desbalagado, para los perdidos, que encontraban ahí más que amistad y buenos tragos, la bebida oficial era el “Uruapan” charanda exquisita de exportación que sola o combinada con naranjada alentaba el corazón, el alma sombría, negra, de los que quien sabe porque alcanzaban a conocer aquel espacio, aquel portal del inframundo. Ahí después de bajarle el nivel a la botella y fumarse unos “cigarrillos de guerra”, recargados sobre el descanso hacia la calle, Juan Barrancas y Ezequiel miraban a los aturdidos despachadores de la Gasolinera de enfrente, explicar a los policías como los habían parado de cabeza de nueva cuenta.
Cuando sintieron la mirada fuerte que penetraba a sus espaldas, ahí estaba el Tenoch, “el Guitarrista Fantasma”, con su inseparable lira de Paracho, Michoacán, para no desentonar, pero lo acompañaba una especie de coyote, era un coyote, que tenía una expresión casi humana, sus ojos no eran fieros y su mandíbula mas que expresar ataque era hasta cierto punto de mansedumbre, ¿Qué transa muertos, hace varias vidas que no los topaba? Soltó el rascatripas– ¡Quiubo hijo de mi corazón cuando saliste de “Canadá”!, respondió el Juan. Te pierdes pinche chango, le reviro el Eze, y ahora ese perrito ¿qué truco ya eres de la sociedad protectora de animales o qué? Nada nada, nomás es un espíritu que se acoplo que quería conocer a unas mulas y se me pego. Ayayay quería conocer otras, porque se ve que le simpatizas al Rufo, es el que salía con el Correcaminos verdad Jajajajaja. El coyote gruño y se acerco amistosamente al par de acémilas y en un instante se elevó una cortina de humo que trastoco el aspecto salvaje del silvestre animal y lo trasformo en otro descarnado. De inmediato celebro. ¡Qué alivio ya no aguantaba estar en cuatro patas compadres! pero a veces uno tiene que conceder para salvar el pellejo era el Pedro el brujo, que choco las manos de los noctívagos y relató que corriendo como coyote se salvó de algunos enemigos que lo acorralaban, para luego comenzar a chupar y cantar por el encuentro.
El Pedro saco unos botones de peyote, recién regresaba del desierto dijo y había traído unos regalos para sus “cuadernos de doble raya” el “Trio de los Panchos” no se hicieron de la “boca chiquita” y los tragaron en menos de los que paso un mosquito que lo estaba toreando desde hacía rato. El Tenoch seguía inspirado rascando las cuerdas, era una velada como pocas, cuando los sentidos se expandían y se iluminaban a todo color Ciudad Gótica. Interpretaban “Las piedras rodando se encuentra, tu y to no habríamos de encontrar… del Alex Lora, cuando empezaron a escuchar gritos que ¡ay nanita! De furia, odio, resentimiento e indignación, todo eso conjugado, era un grito lastimero, pero también de encabronamiento, voltearon para ver de donde venían. Ahí en la avenida que por de día pasaban cientos, miles de autos y camiones, en aquella noche cientos de descarnados desfilaban en un espectáculo cadavérico, fantasmal, extraordinario, inusual, insólito, como la revista que sacaba unos casos bien de no creerse, bueno ahí marchaban ahora cientos de descarnados con antorchas iluminando la noche y su rostros, rojos ensangrentados, las cuencas de los ojos, vacías oscuras, que daban escalofríos y casi levitando en medio de una niebla transmitiendo el horror de una muerta perversa, caminando y gritando ¡vivos se los llevaron, vivos lo queremos! ¡Ayotzi vive, la lucha sigue, Ayotzi vive y vive la lucha sigue y sigue! y luego en un grito que resonaba en las cabezas de los desmadrugados, la cuenta que se le grabo hasta los tuétanos que iniciaba de la manera más común y corriente: ¡uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce, quince, diez y seis, diez y siete, diez y ocho, diez y nueve, veinte, veintiuno, veintidós, veintitrés, veinticuatro, veinticinco, veintiséis, veintisiete, veintiocho, veintinueve, treinta, treinta y uno, treinta y dos, treinta y tres, treinta y cuatro, treinta y cinco, treinta y seis, treinta y siete, treinta y ocho, treinta y nueve, cuarenta, cuarenta y uno, cuarenta y dos, cuarenta y tres, justicia, justicia, justicia, justicia, justicia, justicia! El grito se expandió como eco en la bóveda celeste.
¡Ese Pedro ese peyote esta poderoso! exclamó el Barranacas. ¡No manches tu bóxer esto está pesado mi corazón me duele, como si le clavaran un puñal! Sí cabrera, hasta se me quiere reventar la cabeza, secundo el Ezequiel, parece una pesadilla, ¿qué truco con esta marcha de muerte? también opinó el Tenoch, quien más sensible, ya se le derramaban las lágrimas dejo la guitarra, para limpiarse las lagañas y ver mejor. Esto parece como un pasaje de purgatorio del Infierno de Dante, apuntó.
¡No ni madres es del Mictlán o las Guerras Floridas! disertó el Barrancas. ¡No negros son sus ojos, es la negra y oscura noche que están viviendo! Nada más que como ustedes no están anestesiados por “la caja idiota” si lo pueden ver, ¡a chinga! pero si se ven a todo color parecen animas en pena que se distrajeron de su camino o que los adelantaron más bien, les dieron su matarile a la malagueña. Eso, así es mis pequeños saltamontes, expresó el Pedro, quien de manera imprevista empezó a aullar para que al término del lenguaje animal se regresara al cuerpo de coyote y sin decir adiós saliera corriendo como alma que lleva el chamuco.
El otro trio de noctívagos ya se pasaban para el susto la botella y apuraran otro “farolazo” de Charanda ¡qué pu… frío! para que volviera a reinar el silencio de la noche y voltearán de nuevo a la calzada Vallejo que estaba “muerta”, y solo pasaron unos tráileres como si fueran a llegar tarde a su funeral, un ciclista trasnochado que se estacionó en la vinatería para comprar unas caguamas y unas papas.
“Yo canto el blues porque el blues es mi mejor amigo…” rasgo la garganta “el Guitarrista fantasma” ¡qué viajezote con esos yotes! ¿Pa Donde jalo el Pedro? Ya no se puede uno confiar de las amistades. Tu que lo trajiste dijo el Barranacas, ¿esa marcha de descarnados que pex? pregunto el Eze, parecía tan real que hasta me iba a echar correr como el perro salvaje. –Jajajajajaaa soltaron los compadres, quienes ya se rolaban otro trago, cuando de nuevo sintieron otra mirada, pero ahora era el casero que arribaba con un bate de beisbol y de dos vatos que también traían otros mazos y su mirada no era nada amistosa, pero esa es otra historia…