El narcomenudeo ha encontrado en la desigualdad y marginación social a su mejor promotor. Mientras extienden su mercado de consumo en las calles y centros de convivencia, la estructura política que debía combatirlos se muestra más débil, favoreciendo la presencia de los narcos, su influencia entre los jóvenes y alimentando el conflicto social.
Las desigualdades económicas proporcionan oportunidades al desarrollo de los grupos vinculados a las actividades ilegales. Las altas tasas de desempleo, el empobrecimiento paulatino de amplios sectores de la población, la marginación comunitaria, incluso la presencia del comercio ambulante son elementos que favorecen la expansión del crimen organizado; en breve se convierten en empleadores del ejército de reserva que genera el modelo económico. El hacinamiento de jóvenes, en su mayoría de familias desintegradas, fracasados escolarmente, con limitaciones económicas extremas, sin oportunidades de empleo y crecimiento personal observan en el narcotráfico una opción inmediata de sobresalir, de obtener un estatus social aceptable.
En consecuencia, la criminalidad se ha convertido en una opción para “salir de pobres”, para dejar de ser los marginados y discriminados dentro de la estructura político-comunitaria; y esta alternativa falsa se ha transformado en una de las bases de apoyo social de los cárteles mexicanos, tal como sucedió con el líder del cártel de Medellín, Pablo Escobar en Colombia. De esta forma se produce una tendencia a la subcultura criminal al formar un ambiente proclive al delito y a la necesidad de dar continuidad a las actividades contrarias a la ley, que a la vez permite la trasmisión y difusión de valores, normas y creencias que legitiman los comportamientos delictivos. “De hecho, a menudo las propias organizaciones criminales intentarán ganar el apoyo comunitario recurriendo a su poder de coacción para introducir orden y poner freno o ciertos límites a las manifestaciones delictivas que no redunden en su propio beneficio”[1].
Por cuanto al narcomenudeo, se calcula que en México existen 35 mil puntos de distribución para abastecer a los drogadictos. Estos se encuentran en hoteles, bares y en centros nocturnos; sin embargo, es frecuente que se realicen ventas en domicilios de unidades habitacionales, barrios, colonias y fraccionamientos. Es sabido que la ciudad de México y los estados de Baja California, Nuevo León, México, Sinaloa, Tamaulipas y Jalisco tienen mercados de consumo interno en extremo redituables.
Es evidente que todos los cárteles tienen su zona de influencia y la protegen con los medios a su alcance: dinero y armas. No ganan o pierden sus territorios por una competencia de control de calidad o mejoras en sus productos; lo hacen a sangre y fuego. Ganan o pierden a cambio del terror que infunden a sus adversarios, incluyendo la participación de funcionarios de instancias de seguridad pública o de impartición de justicia que se corrompen a cambio de dinero fácil, el brillo de las actividades ilícitas.
Cada estado, cada municipio y cada región tienen su complejidad, pero la constante es que la delincuencia organizada tiene bajo su mando y control el ejercicio de una autoridad criminal en paralelo, incluso, superior a las administraciones gubernamentales locales. Con un territorio bajo su dominio, el pasaporte de la impunidad hace posible extender el negocio del narcomenudeo. Este manto maligno se expandió a los jóvenes; los capturó como adictos, informantes o como sicarios. La edad ya no es un impedimento para encontrar espacio en las filas de la delincuencia, hay cargos y funciones para todas las edades.
En García, un municipio de 150 mil habitantes, ubicado en la zona metropolitana de Nuevo León, el presidente municipal cerró 250 depósitos ilegales que funcionaban como “tienditas” de droga. Son exagerados los puntos de venta para una ciudad de ese tamaño, pero esa es la realidad de un número importante de ciudades en el país. Por el mismo tenor, Sanjuana Martínez nos comparte una situación que los jóvenes viven en Monterrey, y que puede extenderse a millones de otras partes del país:
Lo que centra la vida de los chavos de 12 a 25 años son…; la mariguana y la venta de CD pirata; la soda (coca) y el desempleo; la piedra de coca y los picaderos, las tachas y el menudeo de drogas; las semillas alucinógenas de la virgen y el desamor; el ice y la orfandad; el thinner y las morras; el Resistol 5000 y la ropa holgada; el tolueno y la soledad; el sexo como posesión; la indigencia a los 15 años[2].
Este drástico escenario Sergio González lo describe con frialdad: “a los jóvenes les aguardan los ejércitos de la noche: la delincuencia y el crimen organizado. La economía informal, subterránea o el subempleo”[3]. Difícil, realmente es un mundo sin expectativas, construido por todos, por los políticos que continuamente estafan a los jóvenes al darles un trato de usar y tirar. Las alternativas se reducen. Al respecto, Jorge G. Castañeda estima que
la única manera de combatir con éxito el crimen, la violencia y el narco en México consiste en unificar los esfuerzos a lo largo del país entero; y eso, desafortunadamente, requiere que el centro imponga su voluntad sobre la provincia. E implica también aceptar que si la ley es justa o no, si a uno le gusta o no, es la ley: dura lex, sed lex[4].
No es para menos cuando está en juego el futuro de las generaciones presentes y futuras. Dejarlos solos es la mayor derrota que puede infringir la delincuencia organizada; es el fracaso de la sociedad mayoritariamente buena frente a la sociedad del crimen. Primordialmente para los jóvenes, el narcotráfico se ha convertido en una subcultura que reúne los medios de acceso al poder económico que otras alternativas legales no ofrecen. La falta de posibilidades de desarrollo, distintas a las que ofrece el camino de la violencia, han provocado un efecto desintegrador en la sociedad, porque hacen del narco y sus acciones criminales un hecho de la normalidad. De acuerdo con Loza y Padgett:
Como nunca, México hoy cuenta con jóvenes, pero entre ellos hay más de ocho millones sin escuela ni empleo; lo más grave es que su adolescencia ha coincidido con el ascenso de la delincuencia organizada. Incontables chavos son rechazados por el sistema legal, pero el creciente y diversificado poder legal los admite en sus filas para formar con ellos un ejército interminable del crimen[5].
Los cárteles han generado sus propios valores: enriquecimiento fácil, acceso a un nivel económico como símbolo de prestigio social y el ejercicio de la violencia para lograr lo que se quiere. Es una vía frágil, de consecuencias desastrosas, pero opción al fin: no importa morir pronto; mientras vivas bien.
[1] Luis de la Corte Ibáñez y Andrea Giménez-Salinas Framis. Crimen.org. Evolución y claves de la delincuencia organizada. España, 2010. Página 244.
[2] Sanjuana Martínez. Op.cit. Página 52.
[3] Sergio González Rodríguez. Op.cit. Página 32.
[4] Jorge G. Castañeda. Op.cit. Página 344.
[5] Eduardo Loza y Humberto Padgett. Op.cit. Página 13-14.