Somos familia del fútbol americano, en esos campos aprenden nuestros hijos a jugar en equipo, a unirse en el fracaso y en el triunfo, a superar la adversidad por compleja que parezca y dar siempre su segundo esfuerzo. Sin proponérselo, los muchachos unen a las familias a sus colores; cada jugador es nuestro hijo, nuestra familia. Ya no se llama José Alfredo, ahora es el borrego y su mamá es la señora borrego; ya no se llama Adrián, es el cóndor y su mamá es la señora cóndor; ya no se llama Roberto es el bugs y su mamá es la señora bugs. Esa es la fraternidad que se vive en un campo de americano y que queda para toda la vida.
Disfrutamos todo: las prácticas, los entrenamientos, la temporada y como equipo nunca perdemos; siempre ganamos en amistad, en respeto y en compañía de niños y jóvenes que practican un deporte que exige disciplina, fortaleza de espíritu y entrega en el campo de juego y fuera de él. —Es duro defensa, es duro—; —corre, avanza yardas y mete touchdown—. Cada fin de semana es una fiesta; empieza por la mañana y termina en la casa de alguna familia compartiendo lo sucedido y preparándose para el juego que sigue.
Los muchachos se conocen para siempre, se saludan cuando coinciden en el campo, en el “antro”, en las fiestas, en la prepa o en la universidad y ya de adultos en el trabajo. Pocos deportes de equipo guardan esos secretos de unión como lo hace el americano, por eso cuando algo pasa a uno de esos muchachos nos duele en carne propia, lo sentimos como algo cercano a nosotros. Ese sentimiento me brotó cuando Víctor me compartió el mensaje de la desaparición de Karen, la niña del jersey de americano, de la jovencita que se veía que jugaba tocho. Se me vino a la mente el rostro de todos los niños y jóvenes que he conocido, los rostros de sus padres con los que he convivido por años y me conmovió el saber que uno de ellos estuviera en una situación de peligro. De inmediato, también lo compartí y le pedí a Dios que apareciera con vida, que llegara con bien con sus padres y siguiera divirtiéndose con sus amigas y amigos. Con rabia e impotencia tuve que enterarme que no fue así, que manos criminales le arrancaron la vida; que algún imbécil o imbéciles acabaron con una niña de apenas 19 años de rostro alegre que tenía sueños y retos por cumplir.
¿Qué decirle a una madre que ha perdido así a su hija? ¿Qué decirle al padre, a la familia que de pronto les arrebataron a una niña que era su razón de vida? Lo que apenas alcance a expresar es un sentido pésame y que Dios les ayude a encontrar la paz y reconciliación ante tan difícil situación. Pero también me sumo a su exigencia de pedir justicia, que encuentren al miserable que cometió tan artero crimen. Los vecinos de toda la región y los padres de familia los queremos ver en la cárcel, pagando en vida el castigo que se merecen. Eso no nos va a regresar a Karen, pero será una manera de reconfortar a la familia y de evitar que estos asesinos sigan haciendo daño a más personas de bien.
Por absurdo que parezca, para la autoridad representada en los municipios, los estados y la federación tal pareciera que la vida de las personas ha dejado de tener valor, ya no importa a quien ejecuten, a quien secuestren y aparezca, en el mejor de los casos, encobijado o en una maleta en pedazos. Su incapacidad o su cinismo los tiene con las manos atadas a la comodidad de desempeñar un cargo, cobrar su quincena, sus bonos, la prima vacacional, el aguinaldo y esperar que el tiempo pase para salir en búsqueda de otro empleo, donde tengan las mismas o más prestaciones salariales. Mientras ellos salen a comer, a organizar la bistecisa, a ir al cumpleaños del jefe o la jefa y se desviven por quedar bien con el que les paga, en las calles, las avenidas y en el transporte público los ciudadanos y sus familias están a merced de todo tipo de atropellos provenientes de delincuentes comunes, de los policías mismos o del crimen organizado. Son tiempos de barbarie, del sometimiento de las personas de bien a los criminales con el visto bueno de la autoridad. Son los tiempos duros de la triada: corrupción, inseguridad e impunidad.
No hay día que en ciudades como Ecatepec, Coacalco de Berriozábal, Izcalli, Tultitlán, Nezahualcóyotl, Tlalnepantla de Baz, Nicolás Romero, Toluca, Atizapán, Chimalhuacán, Chalco o Metepec no se registren secuestros, asaltos y robos con violencia. Lejos de despertar su interés, de encontrar acciones y respuestas que garanticen la seguridad de la población, la autoridad en su conjunto actúa en contubernio para ocultar su incapacidad. El dolor humano no importa, no es trascendente, no hay elecciones para que una persona común y corriente sea merecedora de la mínima atención de parte de los encargados de la función pública. Las vidas perdidas son una cifra, una estadística de la que se hacen todo tipo de argucias para negar o confundir. Ya han matado a cientos de jóvenes en el país, lo vimos en Ciudad Juárez, en Monterrey, lo vemos en todas partes del territorio nacional y no son hechos que merezcan la reacción enérgica de los encargados de las tareas de gobierno.
En lo que va del presente sexenio han sido asesinadas 78 mil personas; y de ese total, el estado de México registra más de 10 mil homicidios en el periodo de 2012 a 1015; es decir, sin agregar los miles que se han cometido en lo que va de 2016. Es penoso aceptar que los municipios de Ecatepec, la tierra del gobernador, Cuautitlán Izcalli y Tlalnepantla de Baz sean de los primeros lugares de violencia a nivel nacional y de los más inseguros de la entidad. Como es natural cuando se citan datos duros que descubren la realidad, los seguidores y justificadores del gobierno dirán que no son cifras exactas, que se está desvirtuando la realidad, que es la “maldita” oposición los que buscan manchar la imagen del gobierno. Pero esos mismos funcionarios ¿Qué dirán a la familia de Karen?. No queremos, nos oponemos y nos resistiremos a que este crimen sea una cifra más del mapa de violencia generalizada en el país y en nuestro estado.
A todos, y permítanme el atrevimiento, en nombre de las familias agraviadas pedimos justicia aquí y ahora. A los regidores, síndicos, diputados locales, diputados federales, a los presidentes municipales, al gobernador del estado, al presidente y su gabinete exigimos que hagan su tarea, que cumplan con su obligación fundamental que es garantizar seguridad a la población. Ya déjense de declaraciones absurdas, de acciones sin sustente que solo sirven para salir en televisión, pero que son tan inútiles como sus discursos. Aquí queremos verlos, al lado de la familia de Karen, de las miles de familias que han perdido a un ser querido y de todos los jóvenes que esperan vivir en un ambiente mejor que el actual.
Queremos respuestas. Van dos años de que el país conoció de la desaparición de 43 jóvenes estudiantes y es fecha que no se sabe qué pasó en realidad; han levantado y asesinado a cientos de jóvenes a manos de grupos criminales y de parte de los encargados de combatirlos; hemos conocido de la desaparición y ejecución de miles de mujeres en el país, como en Ciudad Juárez y el estado de México sin llegar a esclarecer el fondo del problema; todos los días se reportan secuestros, levantones y extorsiones sin que exista un real apoyo a las víctimas; todos los días las redes sociales suben videos donde el infractor es un uniformado el que violenta la ley.
Periodistas e investigadores han sido valientes y han dado a conocer publicaciones que documentan casos de terror, de una atrocidad sin límites y en todos ellos está presente la corrupción. Con el cobarde crimen que cegó la vida de Karen tal pareciera que en el estado de México ser mujer es lo más peligroso, que ser mujer es una condición de alto riesgo. Con la violencia que cubre el territorio nacional hemos conocido de todo, cada día es superada nuestra capacidad de asombro. Lo único que hemos dejado de conocer es la acción cotidiana de la justicia. Como ciudadanos hemos manifestado nuestro rechazo a vivir con miedo, pero también rechazamos a una autoridad complaciente con los delincuentes, con los violentos. Señores gobernantes ya va siendo tiempo de que se dejen de justificaciones absurdas, pónganse a trabajar.
Con los brazos en alto, aplaudiendo, es preciso recordar a Karen a la manera de un partido de americano, el juego de la familia.
—Yo soy; ¿quién?, la mamá de Karen; que si, que no, la mamá de Karen—.
Descanse en Paz.