Hace poco tuve la intención de escribir algún apunte sobre “la estrategia de Marcelo Ebrard”, porque me parecían interesantes los retos que enfrentaba, para hacer transitar, por una callejón escabroso y estrecho, la posibilidad de su candidatura.
Marcelo reúne cualidades difíciles de encontrar entre los actores políticos apuntados a la sucesión del 2012. La más notable de ellas es su inteligencia.
Su capacidad como profesional de la política es notable: imagina, opera, construye amarres, golpea si es necesario, traga sapos cuando no tiene más opción, se enfrenta si es necesario, guarda un sentido de lealtad notable con su equipo originario, sobre todo con Manuel Camacho y, si es necesario, cambia radicalmente de opinión.
Capacidad, experiencia, discurso y pragmatismo son sus principales dotes y nadie como él las reúne entre los aspirantes a suceder a Felipe Calderón.
Sin embargo, debo hablar “en pasado”, porque creo que fue definitivamente derrotado por López Obrador en sus aspiraciones de ganar la candidatura del PRD, o cualquiera otra para la presidencia del 2012.
Sé que las coyunturas políticas son más caprichosas que las quinceañeras y, en cualquier momento pueden dar giros imprevistos, pero la debilidad que revela Marcelo es estructural.
Atado de manos llegó al gobierno del DF, como una cara presentable -frente al derrumbe de la imagen de René Bejarano, quien se apuntaba como sucesor natural- y atado de manos se sostiene en el puesto.
Poco pudo crecer en el PRD enfrentado, como ha estado, con los chuchos y tratado como ídem por la dupla Padierna y Bejarano. Lo mismo le ha pasado en el Gobierno del Distrito Federal (GDF) donde manda apenas a una parte de su propio gabinete.
La estrategia de Marcelo se basaba en mostrar que el PRD podía correrse al centro y ganar, con su presencia, el electorado que resuelve una elección presidencial: la clase media; esa que hace cinco años se dividió dramáticamente entre Felipe Calderón y López Obrador.
Sin embargo, la fantasía de poder lograr una alianza -entre el PRD y el PAN- que aglutinara las clases medias del Estado de México terminó por desnudar la debilidad que lo limita dentro del PRD, y que se vuelve irremediable cuando se aferra a seguir donde no pertenece ni lo quieren, así sea en la orilla de la banca.
Si para algunos en el PRD, López Obrador representa un lastre; para Marcelo, el PRD todo (casi) representa una piedra en el cuello. El lugar de Marcelo no es el PRD, pero no pudo abrirse ahí –fuera del DF- un espacio propio mínimamente seguro y cómodo. Pesa sobre su cabeza el riesgo permanente de la condena interna. Ni el revisionismo lopezobradorista ni el de los chuchos, parece estar dispuesto a dejar crecer una tercera opción.
Marcelo puede ser un activo del lopezobradorismo, incluso del PRD, pero no podrá ser un activo de sí mismo.
Su estrategia tendría que apuntar a romper esas amarras, pero resulta que son también sus únicos soportes, de manera que no puede romperlas por ahora y, con la estrategia de las alianzas de centro reventada, simplemente no tiene oportunidad de tejer una base propia fuera del PRD.
Esto no quiere decir que en el futuro veamos fuera del primer plano del PRD al Marcelo Ebrard, pero sí que estará marginado de la posibilidad de disputar el liderazgo del partido.
Como ocurrió en el DF, el partido lo utilizará y pagará sus servicios.
El único espacio real de disputa que le queda es el de su propia sucesión, pero incluso ahí aparece demasiado disminuido frente a Bejarano y Padierna, al punto que su mejor posibilidad será negociar para influir en la designación del candidato.
Ni hablar, en vez de ganar, la debacle en el Estado de México lo condenó a tratar de sobrevivir.
*Politólogo